«Tú, por marinera, sabes...» - Alfa y Omega

«Tú, por marinera, sabes...»

Una de las más queridas advocaciones con las que el pueblo español ama y venera a la Madre de Dios es la de la Virgen del Carmen, cuya fiesta es el próximo día 16. Pocas familias españolas habrá en las que no haya una Carmen, Carmiña, Carmela, Menchu… Una antiquísima tradición la señala como especial patrona y protectora de los hombres y mujeres de la mar. Ha sido cantada siempre por nuestros escritores y poetas

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Como escribió el recientemente desaparecido Conrado Blanco, «desde que nuestro Gonzalo de Berceo, entre crónicas emilianenses y pámpanos pujantes para el vaso de bon vino, escribió su bellísimo Naufragio, donde cruzáronse romeros por ir en ultramar, hasta los poetas contemporáneos, el mar, la mar ha sido una constante en la poesía española, que ha puesto ante los ojos y los oídos del lector esa realidad inmensa y casi indescifrable que convoca siempre al ensueño y a la meditación.

El mar, trémulo espejo de los ojos del Señor, primera cuna de la vida, nos dejó escrito con anchura de encina real el grande y contradictorio Miguel de Unamuno, maestro de muchos saberes».

Asomarse al mar es asomarse al fondo más puro de la propia creación del mundo. En sus Alforjas para la poesía, recoge Conrado Blanco estos dos sonetos en los que el poeta reza a la Virgen por las gentes de la mar y, a través de Ella, entra en contacto con Dios:

Oración por los hombres de la mar

Virgen del Carmen, Virgen Marinera

Voy a pedirte, Virgen Capitana,
por la rota segura de unas naves
de las que Tú, por marinera, sabes
qué puerto les espera y qué bocana.

Se hace España a la mar y se engalana
con olas nuevas y trinar de aves,
ritmo, vuelo y espumas. Arquitrabes
de la bóveda azul de la mañana.

Marineros, os tengo al lado mío
aunque no sepa el nombre del navío
en el que vais contentos a zarpar…

Dejadme a vuestro lado. Yo quisiera
cantar, también, la Salve Marinera
por los hombres que yacen en la mar.

Rafael Fernández Pombo

Dios en el mar

Yace en la noche el agua vulnerada.

¿Muerta?, ¿dormida? Sólo Dios lo sabe.

La puerta está cerrada, y es la llave
de oro la estrella en el azul callada.

Abre mi mar, Señor, hunde tu espada
en mi carne mortal; que no despierte
el mar, mi mar, sin confiar en verte
después de los umbrales de la nada.

Ciegos el mar y yo en la noche estamos
mudos de tanto amar, te convocamos,
violentos aún ayer, quietos ahora.

Dos puertas, alma y mar, enternecidas
bajo los astros, dóciles, vencidas,
esperando tu mano salvadora.

José García Nieto