Vivir fuera del mundo para conectarse con la fraternidad - Alfa y Omega

Vivir fuera del mundo para conectarse con la fraternidad

Un mundo donde el dinero no existe, las casas no tienen timbre y las puertas están siempre abiertas. Enclavado en la campiña Toscana. Verdes prados, colinas gentiles. Una «ciudad nueva» donde sus habitantes no conocen el delito y los niños abandonados encuentran siempre una familia. ¿Un sueño inalcanzable? No. Se llama Nomadelfia. Una comunidad que desafía cotidianamente al egoísmo y al individualismo. Fundada por un sacerdote que, para hacer realidad su intuición, debió superar desconfianza y hostilidad, también dentro de la Iglesia. El Papa acaba de rendir homenaje a ese apóstol de la fraternidad: don Zeno Saltini

Andrés Beltramo Álvarez
El Papa Francisco durante el encuentro con los miembros de la Comunidad de Nomadelfia. Foto: Osservatore Romano/REUTERS

Una visita breve pero significativa. La mañana del 10 de mayo, Francisco llegó hasta ese paraje para rezar ante la tumba del fundador, conocer desde dentro esa realidad y convivir con sus familias. «En un mundo muchas veces hostil a los ideales de Cristo, no duden en responder con el testimonio alegre y sereno de sus vidas», les recomendó.

Los habitantes de esta «nueva civilización» apenas superan los 300. Pero la mayor parte de ellos son niños, una tasa de presencia infantil altísima. Porque así lo pensó don Zeno Saltini cuando inició su obra, el 6 de enero de 1931. Ese día celebró su primera Misa y, de regalo, adoptó a un joven de 17 años recién salido de la cárcel. «Me casé con la Iglesia y le di inmediatamente un hijo», explicaría tiempo después.

Entonces Nomadelfia era solo una idea. Saltini quería darle un hogar a la mayor cantidad posible de niños abandonados. En pocos meses recogió a decenas. Quería ser congruente y demostrar a un excompañero del servicio militar, anarquista y culto, que el mensaje cristiano era mucho más que simples palabras. La vocación sacerdotal le llegó tarde: antes cursó sus estudios de abogado en la Universidad Católica de Milán.

Primero creó la Obra de los Pequeños Apóstoles. De allí nació Nomadelfia. Una palabra que se lee, en griego, como «ley de la fraternidad». Una comunión extrema de bienes que cambia la perspectiva de la vida. Un sistema que desafía las bases del capitalismo salvaje y pone a prueba al más voluntarioso.

«Parece todo bello aquí pero es difícil vivir todos los días con los demás, con personas que son muy distintas a ti. Seguramente con algunos te llevas mejor, con otros te cuesta más pero, no obstante, todos nosotros continuamos viviendo juntos. Nos perdonamos. Existen dificultades, peleas, incomprensiones, pero después volvemos siempre a trabajar juntos para vivir esta fraternidad», cuenta Clara, de 31 años, a Alfa y Omega.

Ella no tiene apellido, porque en la comunidad no se usa. Un acto de despojo que sirve para evitar diferencias entre los hijos de los matrimonios y los acogidos. Originaria de Bolonia, a los 15 años Clara visitó Nomadelfia por primera vez. Allí conoció a Nazareno y surgió el amor. Durante años mantuvieron comunicación, por carta y correo electrónico. Cuando ella cumplió 20 años decidieron casarse. Su familia ya tiene once años y cinco hijos.

El quinto es Sebastiano, un pequeño de 9 años con problemas de autismo. Con ellos el Papa tuvo un gesto emocionante: accedió a presidir el «rito de la entrega en el altar». En su visita, Francisco llegó hasta el grupo familiar Poggetto, un asentamiento de casas donde viven cinco familias y más de 20 personas. En la capilla, ubicada junto al comedor del edificio principal, pronunció las mismas palabras que Jesús dirigió a Juan y María: «Mujer, ahí tienes a tu hijo… Juan, ahí tienes a tu madre».

«Para nosotros tiene un significado enorme, porque toda nuestra vida la dedicamos a vivir como hermanos y a dar una familia a los niños que tienen necesidad, amándolos como nuestros hijos, sin ninguna diferencia. Revivir el momento en que el Señor instituyó esta forma de maternidad y paternidad para nosotros es importantísimo. Fue muy conmovedor y emocionante», confiesa Nazareno, de 34 años.

Don Zeno Saltini, en los comienzos de Nomadelfia. Foto: Nomadelfia

En ese mismo momento, el Pontífice entregó también a Rafael a sus nuevos padres, Gianni y Solange. Por vez primera un Papa cumplió ese rito, ya encabezado por cardenales como Alfredo Ildefonso Schuster o Carlo María Martini. Con estos gestos, el Papa Francisco pareció poner punto final a las incomprensiones y hostilidades del pasado, cuando don Zeno debió abandonar el sacerdocio durante nueve años por orden del Santo Oficio, el tribunal doctrinal del Vaticano. Lo hizo en 1953 para poder acompañar a sus familias, que afrontaban el desafío de crear sus primeros asentamientos en unos campos de 400 hectáreas en las inmediaciones de Grosseto. Recuperó el ministerio en 1962, por voluntad de Juan XXIII.

Un medio más para vivir el Evangelio

Desde los orígenes, por Nomadelfia han pasado 5.000 pequeños. Algunos fueron acogidos por «mamás de vocación», mujeres célibes que han llegado a criar hasta más de 70 hijos. Otros fueron confiados a matrimonios, como el de Clara y Nazareno.

«Recuerdo la emoción indescriptible cuando trajeron a Sebastiano, nuestra espera fue como la de cualquier niño. Sabíamos quién era y algunas pocas cosas, pero era la misma emoción de un parto. Para nosotros no hay diferencia, todos los niños se nos fueron encomendados, los nacidos y los otros. Los hijos no son nuestros, son de Dios», cuenta, delineando el espíritu de la comunidad.

Sexta de siete hijos, la dificultad más grande que afrontó al sumarse al grupo fue sacrificar su independencia. «Aquí estás a disposición de la comunidad, muchas cosas no las decides tú. En realidad uno decide a priori, cuando opta por entrar aquí. Resulta curioso: yo soñaba con mi independencia y el Señor me pidió venir a Nomadelfia; para vivir el Evangelio existen muchos modos, a nosotros nos tocó este».

Al mismo tiempo, disfruta más la ausencia de dinero. «Te da libertad y te sientes ligero», asegura. «Ya desde niña pensaba cómo sería el mundo si no existiese el dinero. Era una cosa impensable, pero aquí podemos hacerla realidad. Cierto, existe una administración, pero nosotros no tenemos ese pensamiento. Sé que para muchos es una cosa extraña, pero la independencia que yo buscaba para mi vida no era económica».

Es cierto, la comunidad no está totalmente desconectada del mundo. Sus habitantes cosechan y producen todo lo que consumen. Incluso un poco más, sobre todo del prestigioso vino toscano que surge de sus viñedos y de los sabrosos quesos procesados gracias a la leche de sus 120 vacas. Pero no lo venden libremente al público. Quienes los conocen suelen dejar donaciones económicas libres a cambio de esos productos. Muchos de ellos usan teléfonos móviles e internet, y si bien los hijos acuden a una escuela en la propia comunidad, otros acuden a centros en otros lugares. A los 18 años todos salen a la universidad. Quienes lo desean vuelven; quienes no, toman su propio camino.

Clara y Nazareno, en Nomadelfia. Foto: Andrés Beltramo

Una comunidad profética

«Nomadelfia es una comunidad profética, que se propone realizar una nueva civilización. Sigan por este camino, encarnando el modelo del amor fraterno, también mediante obras y signos visibles, en los múltiples contextos donde la caridad evangélica los llama, pero siempre conservando el espíritu de don Zeno, que quería una Nomadelfia ligera y esencial en sus estructuras», dijo a sus habitantes el Papa durante su visita.

Como señala Francesco Matterazzo, presidente de los nomadelfios, desde el inicio Jesucristo encontró un mundo hostil porque el mensaje evangélico parece imposible de cumplir para el hombre. «En realidad, solo el Evangelio puede dar plena felicidad al hombre, y esto nosotros lo experimentamos con todos nuestros límites, errores y sufrimientos».

Y apunta: «No creemos que todo el mundo debe ser parte de Nomadelfia; el Señor es mucho más grande y el Espíritu Santo tiene muchas más ideas de las que podemos imaginar. Nosotros solo pensamos que la fraternidad debe ser vivida, y creo que esto es lo que el Papa quiso destacar».