«Como el alma de los otros días» - Alfa y Omega

«Como el alma de los otros días»

Ha sido presentada en el Vaticano la Carta apostólica Dies Domini —sobre la santificación del domingo— que Juan Pablo II dirige a episcopado, clero y fieles. He aquí los puntos esenciales de la carta, firmada el 31 de mayo

Redacción

El domingo, día del Señor, ha tenido siempre en la historia de la Iglesia una consideración privilegiada por su estrecha relación con el núcleo mismo del misterio cristiano: la resurrección de Cristo.

• Según el Génesis, cuando Dios concluyó la obra de la creación, bendijo el día séptimo y lo santificó. Por eso, entra dentro del Decálogo, y la Iglesia no lo considera una mera disposición de disciplina, sino una expresión irrenunciable de su relación con Dios.

• Cada semana, el domingo cristiano, el día del Señor, propone a la consideración y a la vida de los fieles el acontecimiento pascual, del que brota la salvación del mundo. Es por excelencia el día de la fe. Lo subraya el hecho de que la liturgia eucarística dominical prevé la Profesión de fe.

La Misa, centro del domingo

• El domingo es celebración de la presencia viva del Resucitado. Para que esta presencia sea anunciada y vivida de manera adecuada, no basta que los discípulos de Cristo oren individualmente, ya que no han sido salvados sólo a título personal, sino como miembros del Cuerpo místico, que han pasado a formar parte del Pueblo de Dios. De ahí, la obligación de la presencia comunitaria.

• Se ha de recordar que corresponde ante todo a los padres educar a sus hijos para la participación en la Misa dominical, ayudados por los catequistas. Es preciso que la escucha de la Palabra de Dios proclamada esté bien preparada en el ánimo de los fieles.

• El Concilio Vaticano II ha dispuesto que en las Misas de los domingos no se omita la homilía, si no es por causa grave. Se confía mucho en la responsabilidad de quienes ejercen el ministerio de la Palabra. A ellos les toca preparar con cuidado el comentario a la Palabra del Señor, expresando fielmente sus contenidos y actualizándolos en relación con los interrogantes y la vida de los hombres de nuestro tiempo.

• La Iglesia recomienda a los fieles comulgar cuando participan en la Eucaristía, con la condición de que estén en las debidas disposiciones y, si fueran conscientes de pecados graves, que hayan recibido el perdón de Dios mediante el Sacramento de la reconciliación.

• La celebración eucarística no termina dentro del templo, ya que los cristianos están llamados a ser evangelizadores y testigos en su vida cotidiana. – Al ser la Eucaristía el verdadero centro del domingo, es necesario que los fieles participen en ella. La Iglesia no ha cesado de afirmar esta obligación de conciencia, entendida como obligación grave. – El creyente, si no quiere ser avasallado por el ambiente, ha de poder contar con el apoyo de la comunidad cristiana.

• El tiempo válido para la observancia de la obligación comienza ya el sábado por la tarde. Los pastores recordarán a los fieles que, al ausentarse de su residencia habitual, deben preocuparse por participar en la Misa.

• Para quienes no pueden participar por enfermedad, incapacidad o cualquier otra causa grave, la transmisión televisiva o radiofónica es una preciosa ayuda, sobre todo si se completa con el generoso servicio de los ministros extraordinarios que llevan la Eucaristía.

• Es natural que los cristianos procuren que, incluso en las circunstancias especiales de nuestro tiempo, la legislación civil tenga en cuenta su deber de santificar el domingo.

• Rige aún en nuestro contexto histórico la obligación de empeñarse para que todos puedan disfrutar de la libertad, del descanso y la distensión que son necesarios a la dignidad de los hombres, con las correspondientes exigencias religiosas, familiares, culturales e interpersonales, que difícilmente pueden ser satisfechas si no es salvaguardando por lo menos un día de descanso semanal.

• El domingo debe ofrecer también a los fieles la ocasión de dedicarse a las actividades de misericordia, de caridad y de apostolado. Vivido así, no sólo la Eucaristía dominical, sino todo el domingo se convierte en una gran escuela de caridad, de justicia y de paz; es como el alma de los otros días, no meramente el fin de semana.