Omisión y desidia cobardes - Alfa y Omega

Omisión y desidia cobardes

Antonio María Rouco Varela

El Evangelio de la Vida está en el centro del mensaje de Jesús. Acogido con amor cada día por la Iglesia, es anunciado con intrépida fidelidad como buena noticia a los hombres de todas las épocas y culturas.

Ese Evangelio es el que queremos anunciar y celebrar en esta Vigilia de Oración por la Vida. Lo queremos hacer con esa intrépida fidelidad que nos pide el Papa en esta hora de la Iglesia en España y en Madrid, signada por una de las mayores amenazas a la vida que ha conocido el hombre contemporáneo: la del aborto masivo, admitido y propiciado por la sociedad y por el Estado. Lo queremos hacer con la proclamación de Aquel que es la Palabra, en la que estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y que se hizo carne y habitó entre nosotros.

Se cumplen trece años desde que, en España, el Estado se ha desentendido de la protección de los seres humanos más débiles e indefensos: los niños no nacidos, cuando se encuentran en determinadas circunstancias contempladas por la ley llamada de despenalización del aborto.

Una nueva amenaza a la vida

Si la ley abría el portillo para la facilitación indiscriminada del aborto, su aplicación, regulada con enorme laxitud, producía esas pavorosas cifras de centenares de miles de abortos legales. ¡Cómo pesan sobre la conciencia de todos! Se han convertido ya en una losa psicológica, moral y espiritual que amenaza ahogar los sentimientos y las convicciones humanas más elementales, sobre todo de los más sencillos y más expuestos a la influencia poderosísima de los grandes medios de comunicación. Y aún pretenden algunos grupos políticos ampliar los supuestos del aborto legal hasta la total desprotección del no nacido en los tres primeros meses de su gestación…

Si ya es extraordinariamente grave que el Estado deje de cumplir uno de los deberes más fundamentales, que se encuentran en la base misma de su legitimación ética -la defensa eficaz del derecho a la vida de toda persona humana inocente, desde que es concebida en el seno de su madre hasta la muerte-, mucho más grave resulta que, por el efecto pedagógico que se sigue inevitablemente de las leyes y de las iniciativas políticas que las preceden y acompañan, se propague y apoye sin escrúpulo alguno la idea de la licitud moral del aborto.

La argumentación que se emplea a favor del aborto se revela como especialmente perturbadora de las conciencias. Se coloca a la madre frente al niño no nacido; se afirman los derechos de la madre en contra de los derechos de su hijo, precisamente en el estadio de la vida en el que se encuentra más indefenso. ¿Es que hay alguien capaz de creer seriamente que por esta vía de muerte se pueden resolver, con verdad y con amor, los problemas que afligen tantas veces a las madres que esperan a un niño: problemas de salud, dificultades afectivas, sociales y económicas, etc.? El aborto mata la vida de los no nacidos y hiere moralmente la conciencia y la esperanza de sus madres.

Pero aún nos deben doler más las vacilaciones y la tibieza que se constatan dentro de la comunidad eclesial, a la hora de acoger y seguir el Magisterio de la Iglesia en esta materia. Tanto más cuanto se ha manifestado tan coincidente e inequívoco que sus enseñanzas no pueden por menos de ser consideradas como expresión auténtica de exigencias fundamentales del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Baste recordar lo que enseña de forma tan solemne el Concilio Vaticano II, que no duda en calificar al aborto como crimen nefando, y, luego, las reiteradas enseñanzas de Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II.

¡No!, no podemos ir a la zaga de lo que el Señor nos pide tan nítidamente por la voz de su Iglesia. No debe ser posible que nadie alguna vez, a través del juicio de la Historia, levante frente a los católicos españoles de hoy la acusación de omisión y desidia cobardes cuando se trataba de defender una de esas causas, perdidas a los ojos del mundo, pero valiosísimas ante la mirada de Dios. Que no se nos pueda reprochar nunca que no hemos sabido sintonizar con la respuesta de Pedro: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.

No desfallezcamos en la propagación de la doctrina sobre el derecho a la vida, oportune et importune: en los medios de comunicación social, en los centros de enseñanza y en la Universidad, en el debate político y cultural…, con iniciativas a favor de las madres que se encuentran en la situación dramática de sentir la tentación y el acoso de los que las empujan al aborto. Sí, para promover la cultura de la vida se precisa mucho amor.

Los católicos portugueses nos acaban de dar un ejemplo impresionante de cómo los débiles ante los hombres son, al final, los verdaderos y eficaces instrumentos de la fuerza invisible del amor de Dios.

Nuestro objetivo apostólico en esta Vigilia de oración y expiación por ese terrible pecado de nuestro tiempo -el aborto por sistema- debería ser que sepamos mostrar a nuestra sociedad, con obras y palabras de amor y de vida, que por cada niño que nace no cabe otra reacción que la de la alegría.