Fátima: Un mar de luz - Alfa y Omega

Fátima: Un mar de luz

Fátima no es un trailer del futuro, ni una película sobre los mártires del siglo XX. No es una visión de un futuro apocalíptico al estilo de Hollywood, ni un episodio de la historia de la Iglesia que queda ya en el pasado. Fátima es fe, oración y penitencia, hoy tanto como ayer. En Fátima, el tiempo y el espacio se desdibujan y lo concreto se hace eterno, y allí nunca es tarde para volver a Dios

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Vista general de la explanada del santuario de Fátima

No es habitual ver a un obispo recibiendo a los peregrinos en el aparcamiento del santuario principal de su diócesis, el mismo día en que recibe la visita del Papa. Pero así son las cosas en Fátima: don Serafim, emérito de Leira-Fátima, nos recibe nada más bajar del coche y, tras unas palabras de saludo, exclama: «Sólo tengo que decir una cosa en español: ¡Coraje!». Pero, ¿por qué coraje, don Serafim? «Dios lo sabe y tú también». Uno llega pensando que Fátima es apariciones, conversión, penitencia, mensajes y secretos, la visión del infierno, los mártires del siglo XX, Juan Pablo II y el comunismo, el atentado de la plaza de San Pedro… ¿Coraje, entonces? Coraje.

Nada más pisar Fátima, uno se da cuenta del carácter popular que tienen las peregrinaciones aquí. Hay un ambiente de romería, de gente más bien humilde, que ya ha montado sus tiendas de campaña por todas partes y ha extendido aquí y allá sus sacos de dormir. Desde bien temprano guardan sitio junto a la valla esperando la llegada del Papa, y eso que no está prevista hasta la tarde. Hace sol, alguna nube, viento…, y bastante frío. Detrás de unos pinos se abre de repente una explanada llena ya de gente. ¿Son éstos los mismos árboles aquellos entre los que se apareció la Virgen, hace ya 93 años? Coraje…

A primera hora de la tarde llega el helicóptero del Papa. Se hace raro verle dentro del aparato, con unos cascos puestos para amortiguar el ruido, una instantánea de una intrepidez inusual en un hombre de estudio y de libros, que ahora se hace todo con todos para salvar a toda costa a muchos. Nunca Pedro fue tan Pablo. En estos días se le ha visto pisar Portugal con pasos más cortos, pero con la palabra ágil y rápida. Nada más llegar a Fátima se le ve sonriente y con buen ánimo. Lo seguimos por las pantallas en su recorrido hasta el santuario, entre vivas al Papa; cuesta permanecer callado cuando se le quiere hacer llegar el ánimo, el consuelo y la compañía de toda la Iglesia.

Ricardo, Antonio y Joâo han vivido de cerca estos días la Visita del Papa a Portugal. Cuentan que los días previos al Viaje han sido preparados a conciencia por algunos medios de comunicación, insistiendo en el dinero que ha costado a Portugal esta Visita y apuntándose también a la confusión mediática en torno al asunto de la pederastia. Y concluyen con una frase lapidaria: «Al final, lo que queda de todo esto es que todo el mundo está saliendo a la calle para recibir al Papa».

Durante la Bendición de las antorchas y el rezo del Rosario.

Las armas en la Historia

A Benedicto XVI se le ve contento, y no cesa de sonreír y de saludar. Es emocionante ver a un anciano de 83 años, que lleva sobre sí el peso de toda la Iglesia, arrodillarse como un niño delante de la Virgen, cerrando los ojos delante de su imagen. Reza junto a todos y habla de Juan Pablo II, «que te visitó tres veces, aquí en Fátima, y dio gracias a esa mano invisible que lo libró de la muerte en el atentado del 13 de mayo»; y agradece también la oración de «todos aquellos que, cada día, rezan por el sucesor de Pedro y por sus intenciones, para que el Papa sea fuerte en la fe, audaz en la esperanza y celoso en el amor».

La relación de Benedicto XVI con Fátima viene de hace años. Él fue al autor del Comentario teológico del tercer secreto, que pronunció aquí mismo, junto al lugar de las apariciones, y en el que afirmó que «el poder de la fe y de la oración son armas poderosas, que pueden influir en la Historia, cosas escondidas y decisivas que son en realidad la fuerza renovadora del mundo». Hoy ha vuelto a Fátima para recibir la respuesta de la Iglesia, el cariño del pueblo católico, el consuelo de la Virgen a través de las oraciones de los fieles. Coraje…

Con los sacerdotes

Como todos los Viajes del Papa, éste que tiene lugar en Portugal también contempla un encuentro con sacerdotes, religiosos y consagrados. Pero, en esta ocasión, en la recta final de un Año Sacerdotal más que agitado, ha querido hacer algo especial: un Acto de Consagración de los sacerdotes a la Virgen María, una iniciativa significativa y que responde a las preocupaciones del Papa no sólo en los últimos meses. Benedicto XVI, que, en el vía crucis del Coliseo, en el año 2005, exclamaba: «¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a Él!», habla en Fátima de «lealtad a la propia vocación», de «fidelidad sacerdotal fundada en la fidelidad de Cristo», de imitar al Cura de Ars… Alerta ante la posibilidad de que los sacerdotes «se vuelvan insensibles y se acostumbren a la indiferencia de los fieles», y les propone hacer «estudio en común», así como «ayudarse mutuamente con la oración, consejos útiles y discernimiento». Y vuelve a emplear la palabra coraje

En el texto de la consagración, Benedicto XVI pide a la Virgen: «No te canses de visitarnos, consolarnos, sostenernos; queremos ser pastores que no se apacientan a sí mismos, sino que se entregan a Dios por los hermanos, encontrando la felicidad en esto».

Un grupo de sacerdotes que ha venido a Fátima desde Toledo, destaca cómo «el Papa, después de todo lo que ha pasado, nos ha puesto delante de Cristo y nos ha pedido fidelidad. Nos ha pedido coraje y confianza: coraje, el que debemos estar dispuestos a dar; y confianza para abandonarnos en las manos de Cristo y de María». Y también dicen que han venido «a darle gracias al Papa y mostrarle nuestro apoyo; sabemos que está sufriendo mucho por la Iglesia, y queremos ofrecernos por ella igual que hace él».

Benedicto XVI bendice a los enfermos con el Santísimo Sacramento.

Una fe sin complejos

Media hora antes de la procesión de las velas, entrando ya la noche, en Fátima se pone a llover. Aparecen de pronto los paraguas, los chubasqueros, los pañuelos…, y la gente se apretuja en torno a los accesos a la explanada. No caben muchos más: se habla de medio millón de personas, que han llegado de todas partes desafiando a la lluvia, al viento y al frío. De pronto, poco a poco, empiezan a encenderse las velas, y la noche llega a Fátima iluminada por un mar de antorchas que reciben a un Benedicto XVI, de rodillas de nuevo delante de la Virgen. El Papa habla de este «mar de luz en torno a esta sencilla capilla», y pide a todos: «No tengáis miedo de hablar de Dios y de mostrar sin complejos los signos de la fe». Para ello, el rezo del Rosario «nos permite poner nuestros ojos y nuestro corazón en Jesús, suscitando un estilo de vida radical y evangélico». Y, casi sin darnos cuenta, pasan una tras otra los Avemarías, en el mismo lugar en el que, hace 93 años, María se presentó ante Lucía, Jacinta y Francisco como la Virgen del Rosario.

Acabada la oración, los peregrinos buscan un sitio para pasar la noche. Por todas partes aparecen sacos, esterillas, mantas, tiendas de campaña… De repente, en una esquina de la explanada, se puede ver a cuatro monjas muy mayores, que se disponen a pasar la noche de Fátima, la fría noche de Fátima, sentadas en unas sillitas plegables (¡!) Dos de ellas no tienen menos de 85 años, y cuando se levantan, se sirven de muletas para caminar, sorteando como pueden a los que ya están acostados. Dan la imagen exacta de lo que significa el mensaje de Fátima en la vida sobrenatural de la Iglesia: ¿y si todas las molestias, el sufrimiento, las incomodidades, las enfermedades…, fueran necesarias para la salvación del mundo? ¿Y si la conversión de uno fuera fruto del sufrimiento ofrecido por otros? ¿Y si fuera verdad que mis sufrimientos fueran necesarios para la conversión de los pecadores, como enseña la Virgen en Fátima? Y, yendo aún más allá: ¿y si mis pecados ejercieran una fuerza contraria, de modo que contribuyeran a la perdición de las almas? Coraje…

La noche aún no ha terminado, y los peregrinos ya se levantan para llegar hasta la explanada y acercarse lo más posible al altar donde el Papa celebrará la Misa. A falta de media hora ya no queda ni un hueco, y muchos tienen que quedarse fuera de los accesos al recinto. Vuelve a aparecer Benedicto XVI en la explanada, un poco más cansado, pero visiblemente contento. Sorprende constatar de nuevo esta energía en un hombre de 83 años, una energía que sólo puede venir de dentro. En la homilía afirma con fuerza que «se equivocaría quien pensase que la misión profética de Fátima haya concluido», y allí, 93 años después, nos repite a todos los presentes la misma propuesta que la Virgen hizo a los pastorcillos: ¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera mandaros, en acto de reparación por los pecados con los que Él es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores? Es un mensaje incómodo, porque no sólo nos pide orar -que es difícil-, sino también sufrir -que aún lo es más-. Y es un mensaje que se hace carne en un nutrido grupo de enfermos hasta los que se acerca para bendecirlos con el Santísimo. A cada uno de ellos le llama hermano y hermana mía, y vuelve a subrayar el mensaje específico de Fátima, cuando dice: «Vivido con Jesús, el sufrimiento sirve para la salvación de los hermanos. Acoged a Jesús y confiadle todas las contrariedades y penas que afrontáis, para que se conviertan en medio de redención para todo el mundo». Ese mensaje es hoy, 93 años después, también para nosotros. Coraje.

Un mensaje aún por concluir

«Que estos siete años que nos separan del centenario de las Apariciones puedan apresurar el preanunciado triunfo del Corazón Inmaculado de María»: no es una frase pronunciada al azar. Así terminó su homilía Benedicto XVI, en la explanada de Fátima, el pasado 13 de mayo. La alusión a la segunda parte del secreto de Fátima es clara: Al final, Mi Corazón Inmaculado triunfará. El Santo Padre consagrará Rusia, que se convertirá, y le será concedido al mundo un período de paz. Muchos pensaron que, tras la consagración que hizo Juan Pablo II en 1984, lo profetizado en Fátima podía identificarse con la caída del Muro de Berlín, apenas cinco años después. Sin embargo, el mensaje habla claramente de la conversión de Rusia.

En las palabras de Benedicto XVI se observa que él no da ni mucho menos el mensaje por concluido, y hay quien piensa que los sorprendentes avances ecuménicos que están marcando este pontificado tendrán una repercusión significativa en las relaciones con la Iglesia ortodoxa rusa. De momento, la última iniciativa en este sentido es un encuentro que está teniendo lugar esta misma semana en el Vaticano, promovido por el mismo Patriarca de Moscú, Kiril I.

El deseo del Papa de ver concluido el mensaje se enmarca dentro de los próximos siete años, cuando se cumplirá el centenario de las apariciones.