Consagrado en la escritura - Alfa y Omega

Pocas inercias tan indignantes sobre el mundo y el genio literario como el maltrato ignominioso a la figura de J. D. Salinger (1919-2010). Se ejerce lejos del conocimiento de su escasa, breve pero valiosa obra (a menudo reducido al dato morboso de que su clásico juvenil El guardián entre el centeno era el título de cabecera del asesino de John Lennon en el momento del disparo). Lejos del entendimiento del tremendo contexto de posguerra en que esta despuntó, muy lejos del interés por las causas profundas del aislamiento social por el que el autor optó, de su obsesión beligerante por proteger su privacidad frente a la presión de fans y prensa, que para su desesperación no hicieron sino acrecentar las ansias populares y mediáticas de leyenda. Que detrás del superventas arisco, del esposo fracasado y del misántropo hubo un hombre frágil y enfermo, traumatizado por la participación en la II Guerra Mundial y atrincherado a partir de entonces tras conceptualizaciones vitales y literarias de la inocencia, es algo que pasan por alto los enjuiciamientos sensacionalistas ajenos a cualquier inquietud cultural o mínima sensibilidad.

Por eso aconsejamos la película Rebelde entre el centeno en tanto que promulga una revisión sencillamente humana, y no por ello complaciente, de la dramática biografía de Salinger. Un visionado de biopic que debe acompañarse del libro inspirador. Aparte de El guardián entre el centeno (Alianza), el excepcional J. D. Salinger: Una vida oculta, de Kenneth Slawenski y publicado por Galaxia Gutenberg. Es tan necesaria esta lectura como prescindible la de Oona y Salinger (Anagrama), ficción hasta la que nos puede hacer llegar el interés por el amor frustrado con la hija del dramaturgo Eugene O’Neill, esposa de Chaplin. Y directamente evitable es el libro, de tediosa y poco enriquecedora coralidad, pertrechado por David Shields y Shane Salerno (Seix Barral), solo salvable en algunas páginas de preguerra.

Como en el filme, la buena reflexión de Slawenski subraya que Salinger, posiblemente aquejado de depresión continua, buscó paz en la escritura, paliar con su ejercicio los daños irreparables de la violencia bélica en su alma. Que fue la suya una consagración mística a la literatura. Y que en la cumbre del éxito, contra todo pronóstico, su deseo de meditación eremita y atracción por el vedanta se explica por la relación personal con Dios que le ofrecía esta filosofía hinduista.