El Papa explica el sentido de la Semana Santa - Alfa y Omega

El Papa explica el sentido de la Semana Santa

Ricardo Benjumea
Foto: CNS

«En estos días del Triduo Santo, no nos limitemos a conmemorar la pasión del Señor, sino que entremos en el misterio, hagamos nuestros sus sentimientos, sus actitudes», dijo el Papa en la audiencia general de este miércoles.

Francisco dedicó su catequesis a explicar el sentido del triduo pascual, y cómo estos días nos interpelan de forma muy especial a cada uno de nosotros hoy. Del Jueves Santo, el Papa se detuvo en particular a hablar del «gesto profético» de Jesús que, al lavar los pies a los apóstoles, «expresa el sentido de su vida y de su pasión, como servicio a Dios y a los hermanos». «Si nos acercamos a la Santa Comunión sin estar sinceramente dispuestos a lavarnos los pies los unos a los otros –añadió–, no reconocemos el Cuerpo del Señor. Es el servicio de Jesús donándose a sí mismo, totalmente».

El Viernes Santo, día en que se conmemora la muerte de Cristo en la cruz, vemos que «la obra de la salvación está cumplida», ya que «las Escrituras encuentran su pleno cumplimiento en el amor de Cristo, Cordero inmolado».

Siguiéndole, «a lo largo de los siglos, encontramos hombres y mujeres que con el testimonio de su existencia reflejan un rayo de este amor perfecto, pleno, incontaminado». Francisco recordó en particular al sacerdote romano Andrea Santoro, asesinado en Turquía. «Unos días antes de ser asesinado en Trebisonda, escribía: Estoy aquí para habitar en medio de esta gente y permitir hacerlo a Jesús, prestándole mi carne… Nos hacemos capaces de salvación sólo ofreciendo la propia carne. El mal del mundo hay que llevarlo y el dolor hay que compartirlo, absorbiéndolo en la propia carne hasta el final, como lo hizo Jesús. Que este ejemplo de un hombre de nuestros tiempos, y tantos otros, nos sostengan en el ofrecer nuestra vida como don de amor a los hermanos, a imitación de Jesús. Y también hoy hay tantos hombres y mujeres, verdaderos mártires que ofrecen su vida con Jesús para confesar la fe, solamente por aquel motivo. Es un servicio, servicio del testimonio cristiano hasta la sangre, servicio que nos ha hecho Cristo: nos ha redimido hasta el final. ¡Y es éste el significado de aquella frase Todo se ha cumplido!».

«Qué bello será que todos nosotros, al final de nuestra vida, con nuestros errores, nuestros pecados, también con nuestras buenas obras, con nuestro amor al prójimo, podamos decir al Padre como Jesús:¡Todo se ha cumplido!». Pero no con la perfección con la que lo dijo Jesús, sino decir: Señor, he hecho todo lo que podía hacer».

Por último, en la Vigilia Pascual y el Domingo de Resurrección, contemplamos a Cristo emerger victorioso de las tinieblas. «La piedra del dolor ha sido volcada dejando espacio a la esperanza. ¡He aquí el gran misterio de la Pascua!», dijo el Papa.

La resurrección de Cristo es el gran acontecimiento que debe anunciar la Iglesia. «Como cristianos –dijo el Papa–, estamos llamados a ser centinelas de la mañana que sepan advertir los signos del Resucitado».

Al final de la audiencia, el Papa habló de san Juan Pablo II, en víspera del décimo aniversario de su muerte: «Lo recordamos como gran Testigo de Cristo sufriente, muerto y resucitado pidiéndole que interceda por nosotros, por las familias y la Iglesia, para que la luz de la resurrección resplandezca sobre todas las sombras de nuestra vida y nos llene de alegría y paz ¡Alabado sea Jesucristo!».

«Que su ejemplo y testimonio permanezcan siempre vivos entre nosotros. Queridos jóvenes, aprendan a afrontar la vida con su ardor y su entusiasmo. Queridos enfermos, lleven con alegría la cruz del sufrimiento como él nos enseñó. Y ustedes queridos recién casados pongan siempre a Dios en el centro, para que su historia conyugal tenga más amor y más felicidad».

Texto de la catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Mañana es Jueves Santo. En la tarde, con la Santa Misa en la Cena del Señor iniciará el Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, que es el culmen de todo el año litúrgico y también el culmen de nuestra vida cristiana.

El Triduo se abre con la conmemoración de la Última Cena. Jesús, en la vigilia de su pasión, ofreció al Padre su Cuerpo y su Sangre bajo las formas del pan y del vino y, donándolos como alimento a los apóstoles, les ordenó que perpetuaran la ofrenda en su memoria. El Evangelio de esta celebración, recordando el lavatorio de los pies, expresa el mismo significado de la Eucaristía bajo otra perspectiva. Jesús –como un siervo– lava los pies de Simón Pedro y de los otros once discípulos (cfr. Jn 13, 4-5).

Con este gesto profético, Él expresa el sentido de su vida y de su pasión, como servicio a Dios y a los hermanos: «Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir» (Mc 10, 45).

Esto sucedió también en nuestro Bautismo, cuando la gracia de Dios nos ha lavado del pecado y nos hemos revestido de Cristo (cfr. Col 3, 10). Esto sucede cada vez que realizamos el memorial del Señor en la Eucaristía: hacemos comunión con Cristo Siervo para obedecer a su mandamiento, aquel de amarnos como Él nos ha amado (cfr. Jn 13, 34; 15, 12). Si nos acercamos a la Santa Comunión sin estar sinceramente dispuestos a lavarnos los pies los unos a los otros, no reconocemos el Cuerpo del Señor. Es el servicio de Jesús donándose a sí mismo, totalmente.

Después, pasado mañana, en la liturgia del Viernes Santo, meditamos el misterio de la muerte de Cristo y adoramos la Cruz. En los últimos instantes de vida, antes de entregar el espíritu al Padre, Jesús dijo: «Todo se ha cumplido» (Jn 19, 30). ¿Qué significa esta palabra, que Jesús diga: «Todo se ha cumplido»? Significa que la obra de la salvación está cumplida, que todas las Escrituras encuentran su pleno cumplimiento en el amor de Cristo, Cordero inmolado. Jesús, con su Sacrificio, ha transformado la más grande iniquidad en el más grande amor.

A lo largo de los siglos encontramos hombres y mujeres que con el testimonio de su existencia reflejan un rayo de este amor perfecto, pleno, incontaminado. Me gusta recordar un heroico testigo de nuestros días, Don Andrea Santoro, sacerdote de la diócesis de Roma y misionero en Turquía. Unos días antes de ser asesinado en Trebisonda, escribía: «Estoy aquí para habitar en medio de esta gente y permitir hacerlo a Jesús, prestándole mi carne… Nos hacemos capaces de salvación sólo ofreciendo la propia carne. El mal del mundo hay que llevarlo y el dolor hay que compartirlo, absorbiéndolo en la propia carne hasta el final, como lo hizo Jesús». (A. Polselli, Don Andrea Santoro, las herencias, Città Nuova, Roma 2008, p. 31).

Que este ejemplo de un hombre de nuestros tiempos, y tantos otros, nos sostengan en el ofrecer nuestra vida como don de amor a los hermanos, a imitación de Jesús. Y también hoy hay tantos hombres y mujeres, verdaderos mártires que ofrecen su vida con Jesús para confesar la fe, solamente por aquel motivo. Es un servicio, servicio del testimonio cristiano hasta la sangre, servicio que nos ha hecho Cristo: nos ha redimido hasta el final. ¡Y es éste el significado de aquella frase «Todo se ha cumplido»!

Qué bello será que todos nosotros, al final de nuestra vida, con nuestros errores, nuestros pecados, también con nuestras buenas obras, con nuestro amor al prójimo, podamos decir al Padre como Jesús: «¡Todo se ha cumplido!» Pero no con la perfección con la que lo dijo Jesús, sino decir: «Señor, he hecho todo lo que podía hacer». «¡Todo se ha cumplido!» Adorando la Cruz, mirando a Jesús, pensemos en el amor, en el servicio, en nuestra vida, en los mártires cristianos. Y también nos hará bien pensar en el fin de nuestra vida. Ninguno de nosotros sabe cuándo sucederá esto, pero podemos pedir la gracia de poder decir: «Padre, he hecho todo lo que podía hacer». «¡Todo se ha cumplido!»

El Sábado Santo es el día en el cual la Iglesia contempla el reposo de Cristo en la tumba después del victorioso combate en la Cruz. En el Sábado Santo, la Iglesia, una vez más, se identifica con María: toda su fe está recogida en ella, la primera y perfecta discípula, la primera y perfecta creyente. En la oscuridad que envuelve la creación, Ella se queda sola para tener encendida la llama de la fe, esperando contra toda esperanza (cfr. Rm 4, 18) en la Resurrección de Jesús.

Y en la grande Vigilia Pascual, en la cual resuena nuevamente el Aleluya, celebramos a Cristo Resucitado, centro y fin del cosmos y de la historia; vigilamos plenos de esperanza en espera de su regreso, cuando la Pascua tendrá su plena manifestación.

A veces, la oscuridad de la noche parece que penetra en el alma; a veces pensamos: «ya no hay nada más que hacer», y el corazón no encuentra más la fuerza de amar…Pero precisamente en aquella oscuridad Cristo enciende el fuego del amor de Dios: un resplandor rompe la oscuridad y anuncia un nuevo inicio, algo comienza en la oscuridad más profunda. Nosotros sabemos que la noche es más noche y tiene más oscuridad antes que comience la jornada. Pero, justamente, en aquella oscuridad está Cristo que vence y que enciende el fuego del amor. La piedra del dolor ha sido volcada dejando espacio a la esperanza. ¡He aquí el gran misterio de la Pascua! En esta santa noche la Iglesia nos entrega la luz del Resucitado, para que en nosotros no exista el lamento de quien dice «ya…», sino la esperanza de quien se abre a un presente lleno de futuro: Cristo ha vencido la muerte y nosotros con Él. Nuestra vida no termina delante de la piedra de un Sepulcro, nuestra vida va más allá, con la esperanza al Cristo que ha resucitado, precisamente, de aquel Sepulcro. Como cristianos estamos llamados a ser centinelas de la mañana que sepan advertir los signos del Resucitado, como han hecho las mujeres y los discípulos que fueron al sepulcro en el alba del primer día de la semana.

Queridos hermanos y hermanas, en estos días del Triduo Santo no nos limitemos a conmemorar la pasión del Señor, sino que entremos en el misterio, hagamos nuestros sus sentimientos, sus actitudes, como nos invita a hacer el apóstol Pablo: «Tengan en ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús» (Fil 2,5). Entonces la nuestra será una «buena Pascua».

Traducción: RV