La conversión del juez de las causas calientes - Alfa y Omega

La conversión del juez de las causas calientes

Es el juez de las causas calientes en Argentina. Por su escritorio han pasado denuncias contra los presidentes Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner. El oficialismo y la oposición. Llegó a procesar a cuatro secretarios de Ambiente de la Nación por derrames de cianuro en una mina. Al mismo tiempo afrontó intensas presiones. Políticas y mediáticas. Le apodaron el tortuga y le acusaron de haber visitado la residencia presidencial para alcanzar arreglos oscuros. En su peor momento, cruzó sus pasos con el Papa. Ahora y por primera vez Sebastián Casanello cuenta detalles de aquel encuentro y su relación con Francisco

Andrés Beltramo Álvarez
El juez Sebastián Casanello, en su despacho, en una fotografía de mayo de 2016. Foto: Diario La Nación

«La gran característica de Francisco es que no está pensando en cuestiones abstractas, sino en la realidad de todos los días, en quienes sufren la injusticia en este momento: en la corrupción, en las víctimas de trata… todos temas absolutamente terrenales. Su discurso, que es absolutamente práctico y terrenal de crítica de la corrupción y sus males, es una llamada a todos los que hoy debemos hacer justicia», asegura el magistrado.

La escrupulosidad con la que elige sus palabras contrasta con los señalamientos por supuesta incapacidad lanzados en su contra desde los principales medios argentinos. De carácter reservado, más bien tímido, en contadas ocasiones concede entrevistas. Prefiere hablar a través de sus fallos. Con Alfa y Omega hace una excepción, en un aparte durante el VI Congreso Nacional Antimafia de Argentina, organizado en Buenos Aires por la fundación La Alameda, a cuyo frente hay un viejo conocido del Papa, Gustavo Vera.

Fue justamente él quien facilitó la cita entre Casanello y Francisco. Ocurrió el 2 de junio de 2016, cuando el primero era el juez más joven en Comodoro Py, el edificio de los juzgados federales en la capital argentina. A sus 40 años, llevaba apenas tres como responsable del Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional número 7. Y ya tenía en sus manos las causas más sensibles para el poder: La ruta del dinero K, que involucraba a Cristina Kirchner y sus aleros en una trama para lavado de dinero; Panamá Papers, que complicaba al presidente Macri, y otras tantas.

Encuentro con el Papa

Casanello llegó a Roma abrumado. Estaba en el centro de un poderoso fuego cruzado. Acudió al Vaticano a participar en un encuentro internacional de jueces y fiscales, convocado por la Academia Pontificia para las Ciencias Sociales. En vísperas de esa reunión, Jorge Mario Bergoglio le recibió en una salita de su residencia, la Casa Santa Marta. Le escuchó con paciencia y le animó a seguir adelante con su misión.

El juez asegura que aquella cita le ayudó a sobrevivir. Y recuerda, sorprendido, cómo el Papa no le dio mayor importancia a su confesión inicial: «Mire que yo no soy católico, soy agnóstico». «Sí, fue muy reconfortante», recuerda. «En ese momento, mediados de 2016, habían inventado que yo había estado en la Quinta de Olivos (residencia presidencial argentina), que conocía a la expresidenta cuando jamás tuve diálogo con ella, no la conocí ni la conozco. Sufrí operaciones de todo tipo», evoca.

En esos momentos de dificultad, las palabras de Francisco le ayudaron tanto como su familia. «Entonces pude empezar a reírme del tortuga. Al comienzo fue dolorosísimo, pero hubo un momento que empecé a reírme. Es un tránsito personal», añade. No duda en responder afirmativamente cuando se le pregunta si aquel tránsito se puede asimilar a una especie de conversión. Y replica: «Sin duda».

Fue su bautismo de fuego. «Creo que todos, en la medida que nos enfrentamos a las cosas, nos vamos transformando. Uno empieza a ser más grande, tiene canas, y la manera en que transita estas situaciones pueden destruirlo, pueden quebrarlo o pueden fortalecerlo. En mi caso personal me sentí mucho más fortalecido en mis convicciones y en lo que hago cotidianamente», explica.

En aquel encuentro, ante más de 200 jueces y fiscales, el Papa reconoció las presiones y las amenazas que ellos sufren todos los días. Y los instó a permanecer libres, ajenos a la corrupción. Al recordar aquellas palabras, Casanello habló de las afirmaciones de Francisco, pero también de las tentaciones que pueden afrontar los magistrados.

El Papa Francisco con Casanello

«En las sociedades modernas los jueces debemos regirnos por códigos de procedimientos que no los hacemos nosotros, lo hace el legislador, y cuando la gente se queja hay que recordarle esto. El Código de Procedimientos argentino es una copia del Código Napoleónico, que tiene 200 años. No solo tiene problemas constitucionales, tiene gravísimos problemas de eficiencia», asegura el magistrado.

«En esta demanda de hacer justicia, que es muy legítima, ¿un juez está autorizado a tomar atajos o a saltarse ese Código de Procedimientos para saldar hoy la demanda de justicia? Si lo hiciese, me parecería terrible. Es como comerse al caníbal, un juez no puede hacer eso. Yo estoy tan obligado de juzgar las conductas que se apartan de la ley como a cumplir, a rajatabla, la ley que me dice cómo hacerlo. Esto la ciudadanía no lo advierte y luego vienen las polémicas. ¿Eso es costoso para nosotros como jueces? Sí, claro. Porque nos dicen lentos, nos ponen apodos. Como cuando me empezaron a llamar tortuga; lo hicieron a los cuatro meses de tener una causa. ¿Cuatro meses? Claro que hay intentos de presionar desde afuera, de todo aquel que tiene poder. Empresas económicas, gobiernos, medios de comunicación. Por eso, lo que se necesita es jueces que no sean presionables», afirma.

La soledad del juez

Casanello aprecia la «enorme empatía» y la «capacidad de ponerse en el lugar del otro» de Francisco, quien nunca mira las cosas desde afuera. En el caso del juez, prosigue, su función es muy difícil y resulta casi sobrehumana la idea de hacer justicia en soledad ante un conflicto, sobre todo en sociedades tan desiguales y con tanta conflictividad como las actuales.

«Eso hace que la mirada de la sociedad esté puesta inmediatamente en la justicia, buscando que solucione todo. Por eso nuestra tarea se vuelve muy pesada. Por eso escuchar a Francisco ponerse en nuestros zapatos; hacer una exhortación pero que partía desde nuestro lugar, claro que fue muy lindo», destaca.

Más adelante, subraya que con aquella cumbre de jueces, como en otros de sus mensajes públicos (incluso en la encíclica Laudato si), Francisco ha querido siempre incentivar el diálogo. «Es como decir: acá tenemos que hablar más entre nosotros, escucharnos a todos, desde esa igualdad de reconocernos todos como iguales y semejantes. Es la idea es el diálogo, algo totalmente contrario a la imposición y a la injerencia, que son cosas absolutamente contradictorias. Francisco le dice a todos: escuchémonos».

Y añade: «Sin duda el Papa tiene un rol importantísimo como líder moral para todo el mundo, pero el papado de Francisco, en lugar de ser sectario, es uno que suma a todas las religiones, sobre puntos en común que van incluso más allá de una religión: el amor al otro, la unión, la igualdad, luchar contra la injusticia, la casa común en la cual todos estamos dentro de ella al hablar de la naturaleza… La postura de Francisco no es sectaria, entonces uno mal podría entender que ahí existe un ánimo de injerencia. En mi caso y en el de la gente que estaba ahí nadie sintió algo similar».