15 de noviembre: san Alberto Magno, el amante de las estrellas que inventó el baño María
San Alberto mostró que entre fe y ciencia no hay oposición. Entre otras cosas, elaboró una primera versión de las ondas que producen el sonido y de la ley de gravedad
San Alberto Magno fue grande porque su sed de conocimiento no se limitó solo al campo de lo teológico o lo espiritual, sino también porque su curiosidad le llevó a indagar en disciplinas tan distintas como la astronomía, la química, la botánica o la zoología. Fue un Leonardo da Vinci prerrenacentista, mentor del mismísimo santo Tomás de Aquino y precursor de los grandes investigadores de los siglos posteriores.
Nació en Baviera en fecha incierta, a finales del siglo XII, y en 1223 ingresó en la Orden de Predicadores. Estudió Teología en Colonia y en París, y casi toda su vida estuvo ligada a las aulas, pues hasta el final de sus días dio clase en numerosas ciudades de Europa. En 1244 conoció a un alumno muy especial, santo Tomás de Aquino, un gigante del pensamiento teológico universal que debe a su maestro la pasión por traducir a Aristóteles a las categorías cristianas occidentales.
San Alberto fue un auténtico investigador que se valió de su propia capacidad de observación, pero que al mismo tiempo no dudaba en consultar a cazadores, artesanos, pescadores o campesinos para sus indagaciones. Escribió innumerables tratados sobre las especialidades más diversas, defendiendo, en general, la autonomía de las ciencias naturales en sus propios ámbitos, sin interferencias teológicas o citas de la Escritura forzadas o sacadas de contexto. Deseaba «el saber por el saber», decía a menudo, y eso no le causó la más mínima duda sobre la existencia de Dios. Para él, simplemente, no eran cosas incompatibles.
Como dijo Benedicto XVI, san Alberto Magno «mostró que entre fe y ciencia no existe oposición. Un hombre de fe y de oración, como él, puede cultivar serenamente el estudio de las ciencias naturales y avanzar en el conocimiento del micro y del macrocosmos, descubriendo las leyes propias de la materia, porque todo esto concurre a alimentar la sed de Dios y el amor a Él».
Así, san Alberto hizo una minuciosa clasificación de las especies animales y vegetales conocidas en su tiempo; elaboró una primerísima versión de las ondas que producen el sonido; detalló la ley de reflexión de la luz; investigó el movimiento de las estrellas y escribió sobre la cara oculta de la Luna; describió la fermentación del vino y detalló los componentes de la pólvora; realizó una primera elaboración de la ley de la gravedad y describió el fundamento del baño María. Quizá no inventó nada propio, pero lo observó y lo registró todo, porque nada de lo que hay ahí fuera le fue ajeno, y todo le hablaba de Dios.
Su fama fue tal que, siendo profesor universitario, tenía que salir a dar clase en las plazas, de tantos estudiantes que querían oírle. En 1256 le llamaron a Roma para defender los derechos de las órdenes mendicantes a enseñar en las universidades. Su sabiduría llamó entonces la atención del Papa Alejandro IV, que le nombró obispo de Ratisbona pese a su oposición. Sin embargo, solo duró dos años, porque solicitó la renuncia a Urbano IV para volver a su convento de Colonia. Allí le sorprendió la muerte en 1280 como no podía ser de otra manera: volcado sobre su mesa de trabajo.
- Finales del siglo XII: Nace en Lauingen, Baviera
- 1223: Ingresa en el convento de los dominicos de Colonia
- 1244: Se convierte en el profesor de santo Tomás de Aquino
- 1260: Es nombrado obispo de Ratisbona
- 1280: Muere en Colonia
- 1931: Pío XI lo canoniza y lo nombra doctor de la Iglesia