Oriundo de la localidad palentina de Baquerín de Campos, san Francisco Fernández de Capillas (1607-1648), descubrió muy pronto a la Orden de Predicadores, que se ocupó de su formación en el convento vallisoletano de San Pablo. Era el Siglo XVII en España una época de fuerte proyección misionera a la que Francisco no escapó: aún diácono, embarcó rumbo a México, si bien su destino final era Manila, ciudad en la que fue ordenado sacerdote en 1631. Nueve años estuvo en las Islas Filipinas, antes de ir a China pasando por Formosa.
En China se perseguía a los cristianos. Además, las condiciones de vida —enfermedades, hambre y demás privaciones— eran espantosas, pero ninguna de estad dificultades impidió a Francisco ejercer su acción evangelizadora. Hasta que fue arrestado por defender la fe católica en el otoño de 1647. Tras pasar dos meses encarcelado, fue degollado el 5 de enero de 1648. San Pío X le beatificó en 1909 y Juan Pablo II le canonizó en el 2000.
La página web dominicos.org indica que la Voluntad de Dios fue la norma de su vida. «Esta actitud filial imitada de Jesús de Nazaret se manifiesta auténtica ante la adversidad, la persecución, la cárcel y la misma muerte. Su condición humana, no obstante, le hace sentirla flaqueza natural como un riesgo que él quiere superar en la ayuda de Dios: “Hace que rueguen por mí todos para que me dé Dios nuestro Señor valor, si acaso se ofrece el volver a padecer por él mayores tormentos de los padecidos y glorificarlo por la muerte”».