Francisco Javier Peño Iglesias, diácono, pronto sacerdote: «Desde las sacristías pocas vocaciones vamos a suscitar» - Alfa y Omega

Francisco Javier Peño Iglesias, diácono, pronto sacerdote: «Desde las sacristías pocas vocaciones vamos a suscitar»

Se enfadó con Dios cuando sus padres se separaron y se centró en un sueño profesional: ser periodista deportivo, que llegó a conseguir. Cuando lo tenía todo, Dios le llamó y él dijo que sí. Este sábado, a las 18:00 horas en la catedral de la Almudena, recibe la ordenación sacerdotal junto a otros 15 diáconos de los seminarios Conciliar y Redemptoris Mater de Madrid

Fran Otero
Foto: Francisco Javier Peño Iglesias

En apenas dos días recibirás el sacramento del orden… ¿Cómo lo estás viviendo?
La ordenación está marcada por los ejercicios espirituales que hicimos en la semana de Pascua. Me han ayudado mucho a calibrar el don que voy a recibir, a cargar las pilas… Además, las semanas previas hemos estado implicados en diversas tareas como los Parlamentos de la Juventud o la vida ordinaria de las parroquias.

Se acaba una etapa de formación… ¿Con qué te quedas?
Con los grandes momentos de encuentro con el Señor, con los compañeros, con la parroquia donde he estado desde que me ordené diácono…

¿Te imaginabas así cuando soñabas en la universidad con llegar a ser periodista deportivo?
El otro día, en una conversación con una amiga de la universidad, nos preguntábamos qué hubiera pasado si nos dijesen hace unos años que hoy estaríamos así. No lo habría escrito ni el mejor guionista. Fue una llamada muy grande del Señor.

¿Sorprendió en tu entorno esta decisión tan importante?
A mis amigos de toda la vida, no. Sí a algunos de los periodistas deportivos más conocidos con los que trabajaba cuando respondí a la llamada. Alguno me dijo que era la primera vez que le pasaba algo así.

Te llama Dios, con quien habías tenido un encontronazo por la separación de tus padres…
En aquel momento le dije a Dios que ahí se quedaba, que ya vendría a por mí. Puede sonar muy apóstata, como una manera de tentar a Dios, pero hoy lo veo como un gran acto de fe. Confiaba en que Dios iba a volver a por mí. En este sentido es fundamental la educación que me dieron mis padres, por los colegios que eligieron… Al fin y al cabo, todo forma parte de una historia que Dios va preparando. Y cada vez más veo la ordenación sacerdotal como la recapitulación de toda mi vida.

Eres joven y pronto sacerdote. ¿Qué hace falta para que más chicos como tú den el paso al sacerdocio?
Hace falta el ejemplo sacerdotal, pero no de un modo teórico, sino de un modo testimonial que cuide al joven que se cuestiona, que le acompañe y pierda mucho tiempo en él. Para que haya una vocación sólida tiene que haber un gran ejemplo, porque enseñar la belleza del sacerdocio va más allá de una simple beatería sino que se enraíza en lo más normal. A mí es lo que más me llamó la atención: ver un sacerdote normal, que no es un bicho raro… Solo así podremos atraer a más jóvenes, pues desde las sacristías pocas vocaciones vamos a suscitar. Se necesita un testimonio de coherencia.

¿Y qué hace falta para atraer a los jóvenes a la Iglesia, ahora que se acerca un Sínodo sobre ellos?
Creo que todo joven tiene los anhelos de un mundo mejor, de belleza… Y si nosotros creemos de verdad que el hombre por naturaleza tiene inscrito que su plenitud está en Dios lo que habrá que hacer es despertar la semilla y para eso habrá que hablar y acompañar a los jóvenes a través de la belleza, de la bondad, del perdón, de la cercanía… Tenemos que entender, para saber hacia dónde ir, que la gente hoy no conoce a Jesús de Nazaret. Si ofrecemos normas y moral sin mostrarles a Jesús no van a entender nada. Entonces, lo primero que habrá que hacer es mostrar a Jesucristo. El futuro pasa por ser más evangélicos que nunca.

¿Y cómo se hace esto?
Lo primero es ser un joven de hoy. No podemos llegar a la gente con métodos ochenteros, porque la juventud ha cambiado. Creo que en la base de todo está la empatía, en empatizar con el mundo de hoy, en ser del mundo sin ser del mundo o, como decía Ignacio de Loyola, «entrar por la suya para salir con la nuestra».