El Papa promete «reverencia y obediencia incondicionales al nuevo Papa» - Alfa y Omega

El Papa promete «reverencia y obediencia incondicionales al nuevo Papa»

«Entre vosotros, entre el Colegio de Cardenales, también está el futuro Papa, al que ya desde hoy prometo mi reverencia y obediencia incondicionales», aseguró el Papa en Roma al despedirse de los cardenales presentes en Roma

María Martínez López

Era el último encuentro del Papa con sus más cercanos colaboradores, los cardenales, a los que ya el día anterior había mostrado su agradecimiento y cercanía durante la Audiencia general. El encuentro del jueves era la oportunidad para que todos los cardenales presentes en Roma pudieran despedirse personalmente del Papa. Fue un encuentro largo: a pesar de los intentos del personal de protocolo por impedir que las conversaciones se extendieran mucho, el Papa, no dejó de intercambiar unas palabras, de pie, con cada uno de los presentes.

Antes había sido el momento de los saludos. El Decano del Colegio Cardenalicio, cardenal Angelo Sodano, resaltó la emoción con la que los presentes «se estrechan en torno a su persona para manifestarle una vez más profundo afecto y viva gratitud por su testimonio de abnegado servicio apostólico». Recordando las palabras de agradecimiento del Papa durante estos días, subrayaba que «somos nosotros los que tenemos que darle las gracias por el ejemplo que nos ha dado». El timón de la barca de Pedro pasará a otras manos, y «así continuará la sucesión apostólica que el Señor prometió a su Santa Iglesia, hasta que resuene en la tierra la voz del Ángel del Apocalipsis», que anunciará el fin de la historia de la Iglesia y del mundo, y «la llegada de cielos nuevos y nueva tierra».

«También ardía nuestro corazón»

Recordando a los discípulos de Emaús, el cardenal Sodano afirmó que «también ardía nuestro corazón cuando caminábamos con usted en estos últimos ocho años». Por eso, como nueva muestra de gratitud, «en coro le repetimos una expresión típica de su querida tierra natal: Vergelt’s Gott! ¡Que Dios se lo pague!». Benedicto XVI cogió al vuelo la referencia a Emaús, y comenzó sus palabras asegurando que «para mí también ha sido una alegría caminar con vosotros estos años, en la luz de la presencia del Señor Resucitado».

Un momento clave de la intervención del Papa fue cuando, justo antes de concluir, prometió su acompañamiento en la oración durante el Cónclave, y prometió su «reverencia y obediencia incondicionales» al futuro Papa, que está «entre vosotros».

«Una alegría que nadie nos puede quitar»

Antes, tras reafirmar las palabras de agradecimiento pronunciadas en la Plaza de San Pedro, había afirmado: «Hemos tratado de servir a Cristo y a su Iglesia con amor profundo y total, que es el alma de nuestro ministerio. Hemos dado la esperanza que viene de Cristo, y la única que puede iluminar el camino. Juntos podemos agradecer al Señor que nos ha hecho crecer en la comunión y juntos pedirle que os ayude a crecer siempre en esta unidad profunda, para que el Colegio de Cardenales sea como una orquesta, donde las diversidades, expresión de la Iglesia universal, contribuyan siempre a una armonía superior y concorde».

Citando a su maestro Romano Guardini –anteriormente había citado al Beato John Henry Newman–, subrayó que «la Iglesia no es una institución ideada y planificada, sino una realidad viva. Vive a lo largo del transcurso del tiempo, en devenir, como cualquier ser vivo, transformándose. Sin embargo, en su naturaleza sigue siendo la mismo: su corazón es Cristo». Continuó exhortando a sus hermanos a permanecer «unidos en este misterio. Sobre todo en la Eucaristía y en la oración diarias, para servir a la Iglesia y a toda la humanidad. Esta es nuestra alegría, que nadie nos puede quitar».

Palabras de Benedicto XVI:

¡Venerados y queridos hermanos! Con gran alegría os acojo y ofrezco a cada uno mi más cordial saludo. Agradezco al cardenal Angelo Sodano, que, como siempre, ha sabido hacerse intérprete de los sentimientos de todo el Colegio: Cor ad cor loquitur (el corazón habla al corazón, N. d. R.). Gracias, eminencia, de corazón. Quisiera decir –retomando la referencia a la experiencia de los discípulos de Emaús– que para mí también ha sido una alegría caminar con vosotros estos años, en la luz de la presencia del Señor Resucitado.

Como dije ayer, a los miles de fieles que llenaban la Plaza de San Pedro, vuestra proximidad, vuestro consejo me han ayudado mucho en mi ministerio. En estos ocho años hemos vivido con fe momentos hermosos de luz radiante en el camino de la Iglesia, junto con momentos en que en el cielo se ha espesado alguna nube. Hemos tratado de servir a Cristo y a su Iglesia con amor profundo y total, que es el alma de nuestro ministerio. Hemos dado la esperanza que viene de Cristo, y la única que puede iluminar el camino. Juntos podemos agradecer al Señor que nos ha hecho crecer en la comunión y juntos pedirle que os ayude a crecer siempre en esta unidad profunda, para que el Colegio de Cardenales sea como una orquesta, donde las diversidades, expresión de la Iglesia universal, contribuyan siempre a una armonía superior y concorde.

Me gustaría dejaros una frase muy sencilla, que me gusta mucho: un pensamiento sobre la Iglesia, sobre su misterio, que constituye para todos nosotros –podemos decir– la razón y la pasión de la vida. Me apoyo en una frase de Romano Guardini –escrita en el año en que los Padres del Concilio Vaticano aprobaron la Constitución Lumen Gentium–, en su último libro con una dedicatoria personal para mí. Por lo tanto, aprecio mucho las palabras de este libro. Guardini dice: «La Iglesia no es una institución ideada y planificada, sino una realidad viva. Vive a lo largo del transcurso del tiempo, en devenir, como cualquier ser vivo, transformándose. Sin embargo, en su naturaleza sigue siendo la mismo: su corazón es Cristo».

Si pienso en la Plaza que vimos ayer, veo que la Iglesia es un cuerpo vivo, animado por el Espíritu Santo y vive verdaderamente de la fuerza de Dios. La Iglesia está en el mundo pero no es del mundo: es de Dios, de Cristo, del Espíritu. Lo vimos ayer. Por eso, es también verdadera y elocuente otra célebre frase de Guardini: «La Iglesia se despierta en las almas». La Iglesia vive, crece y se despierta en las almas, que –como la Virgen María– acogen la Palabra de Dios y la conciben por el poder del Espíritu Santo. Ofrecen a Dios su propia carne y, justo en su pobreza y su humildad, se vuelven capaces generar a Cristo en el mundo de hoy. A través de la Iglesia, el misterio de la Encarnación permanece presente para siempre. Cristo sigue caminando a través de los tiempos y de todos los lugares.

Permanezcamos unidos, queridos hermanos, en este misterio. Sobre todo en la Eucaristía y en la oración diarias, para servir a la Iglesia y a toda la humanidad. Esta es nuestra alegría, que nadie nos puede quitar.

Antes de saludaros personalmente quiero deciros que seguiré cerca de vosotros con la oración, especialmente en los próximos días para que seáis completamente dóciles a la acción del Espíritu Santo en la elección del nuevo Papa. Que el Señor os muestre lo que quiere. Entre vosotros, entre el Colegio de Cardenales, también está el futuro Papa, al que ya desde hoy prometo mi reverencia y obediencia incondicionales.

Saludo del cardenal Angelo Sodano:

Santidad: Con gran emoción los Padres Cardenales presentes en Roma se estrechan hoy en torno a su persona para manifestarle una vez más profundo afecto y viva gratitud por su testimonio de abnegado servicio apostólico, por el bien de la Iglesia y de toda la humanidad.

El pasado sábado, al final de los Ejercicios Espirituales en el Vaticano, Usted ha querido agradecer a Sus Colaboradores de la Curia Romana, con estas conmovedoras palabras: «Amigos míos, quiero daros las gracias a todos, no sólo por esta semana, sino por estos ocho años, durante los cuales habéis llevado conmigo, con gran competencia, afecto, amor y fe, el peso del ministerio petrino».

Amado y venerado Sucesor de Pedro, somos nosotros los que tenemos que darle las gracias por el ejemplo que nos ha dado en estos ocho años de pontificado. El 19 de abril de 2005 se unía a la larga cadena de sucesores del apóstol Pedro y hoy, 28 de febrero de 2013, se prepara a dejarnos, en espera de que el timón de la barca de Pedro pase a otras manos. Así continuará la sucesión apostólica que el Señor prometió a su Santa Iglesia, hasta que resuene en la tierra la voz del Ángel del Apocalipsis que proclamará: «No hay más tiempo… se ha cumplido el misterio de Dios«. Terminará entonces la historia de la Iglesia, junto con la historia del mundo, con la llegada de cielos nuevos y nueva tierra.

Padre Santo, con profundo amor hemos tratado de acompañarle en Su camino, reviviendo la experiencia de los discípulos de Emaús quienes, después de haber caminado con Jesús durante un tramo del camino se dijeron uno a otro: «¿No ardía por casualidad nuestro corazón, cuando nos hablaba a lo largo del camino?»

Si, Padre Santo, sepa que también ardía nuestro corazón cuando caminábamos con Usted en estos últimos ocho años. Hoy queremos, una vez más, expresarle toda nuestra gratitud. En coro Le repetimos una expresión típica de Su querida tierra natal: «Vergelt’s Gott», ¡que Dios se lo pague!