Contemplativa, escéptica y posmoderna - Alfa y Omega

Contemplativa, escéptica y posmoderna

Maica Rivera

Tenemos ya la esperada ración anual de Amélie Nothomb, la prolífica y muy excéntrica autora de las letras francesas de nuestro tiempo. Esta vez nos trae la historia del feo pero ingenioso Déodat y la hermosa pero ensimismada Trémière. Los conoceremos a ellos y a su entorno cercano en sendas historias paralelas y opuestas, desde el nacimiento hasta la edad adulta, marcadas por la belleza, exterior e interior, o la ausencia de la misma, tanto en sus luces como en sus sombras provenientes del prejuicio. Ambos son ya de bebés dos criaturas abocadas a lo marginal por su singular apariencia física, odiados por esa circunstancia en el colegio (ella por guapa, asimilada como tonta, y él por lo contrario) y condenados al ostracismo por ser diferentes y no participar de una normalidad que la autora convierte en necia vulgaridad para criticar las banalidades de la sociedad contemporánea. El flechazo, que se hará esperar, surgirá instantáneamente al mínimo cruce de caminos, precipitado, absurdo, un tanto kafkiano, ambiguo, frío y caliente, cargado de un romanticismo hipnótico, parisino de libro y postal, pero, a la vez, desprovisto impetuosamente de las dulzuras de todo aquello que a Nothomb le huele a convencionalismo, contra el que se rebela de forma patológica.

Riquete el del Copete apenas toma del cuento homónimo de Charles Perrault la frase, clave por otra parte, de que Trémière «ya no veía la fealdad del joven desde que le amaba». Nothomb hace su fábula posmoderna, su propia sátira, abordando temas delicados como el acoso escolar o el sensacionalismo mediático que nos traslada automáticamente a su brutal novela Ácido sulfúrico. También existen guiños a su mejor obra, iniciática, Metafísica de los tubos, en ese fluir surrealista, fascinante, marca de la casa, de la conciencia del bebé, que resulta siempre una delicia y cuyas divagaciones nunca nos cansaríamos de leer. Es la suya una narrativa de alta sensualidad, esclava de la piel y los sentidos, con sus momentos de estética deslumbrante pero también sus servidumbres en las que vemos reflexiones muy ancladas, condenadas abiertamente, a lo terrenal. Niega mucho misterio con golpes de timón muy bruscos, pero esa misma fuerza también la proyecta en el gran viraje de la novela: la rebelión contra la predestinación de las apariencias, la transformación de lo trágico en dramático y la superación del triste darwinismo social mediante un insólito sentido de lo maravilloso. Sea como sea, lo pinte como lo pinte, a pesar de que los enamorados no coman perdices lo cierto es que son varias e importantes las batallas que gana el amor en la novela. Eso es algo evidente. No lo es tanto, sin embargo debiera serlo, el magnífico ensalzamiento que se lleva a cabo de los valores de lo contemplativo. Los encontramos entre las virtudes de la autora, que hace como siempre de su contemplación todo un ejercicio de estilo. Pero también distinguimos una explícita defensa para el siglo XXI de lo contemplativo en el personaje de Trémière, a quien la sociedad ni le comprende ni le perdona su lenta cadencia, su templanza y su serenidad para concentrarse, para focalizar y prolongar su atención silenciosa, meditativa, sobre los pequeños detalles de lo cotidiano.

Riquete el del Copete
Autor:

Amélie Nothomb

Editorial:

Anagrama