La voz humana - Alfa y Omega

La voz humana

Javier Alonso Sandoica

La oferta cultural de los Teatros del Canal de Madrid, durante la pasada semana, fue la puesta en escena de una de las obras más interesantes del compositor francés Francis Poulenc, sobre texto de Jean Cocteau La voz humana, que él mismo denominó tragedia lírica en un acto. Para conseguir un programa redondo, se incorporó otra pieza del francés, con lo que la cosa quedaba compactada de la siguiente manera: Concierto para dos pianos, mujer sola y un teléfono despiadado. El atractivo provenía de que la protagonista era la soprano María Bayo, a quien admiro por su impecable versatilidad. Además, la pieza daba juego para ponerla en un brete de mil registros. Para aquellos que se perdieron, en los 80, la versión que Amparo Rivelles hizo de la obra de Cocteau para TVE, y que se puede ver en YouTube, resumo la cosa. La voz humana es la historia de una mujer a la que su pareja acaba de abandonar. En escena sólo vemos una cama, a la mujer y un teléfono, que es el verdadero protagonista. La obra es una larga conversación de cincuenta minutos con él, con quien rompió la relación, a quien nunca oiremos.

Cocteau escribió este intenso monólogo para Edith Piaf, pero la cantante jamás se atrevió a interpretarlo, porque sin músicos se sentía frágil e incapaz de mostrar todas las emociones que le exigía el papel. Y es que la mujer protagonista se resiste a ser abandonada, porque todavía tiene mucho que dar. Su impotencia es absoluta, finge, miente, reza desesperadamente, dice de repente que todo va bien, está aupada en un sobresalto permanente, se contiene, a veces no tanto, se le va la voz; en otras, muestra firmeza… La música de Poulenc añade acentos precisos a esa conversación sincopada. La música es el alma de la mujer, su vaivén interior.

La magia de La voz humana es que gira en torno al ausente masculino, al que no vemos, pero a cuyo sumidero todo se desliza. Es una pieza que no pierde vigencia, porque es una crítica a nuestras tecnologías indirectas (como el teléfono y todos los gadgets que nos hemos inventado en el siglo XXI), que dejan coja toda comunicación. Se dice en la obra: «Antes, nos veíamos, podíamos perder la cabeza, olvidar nuestras promesas, arriesgar lo imposible, convencer a los que adorábamos abrazándolos, aferrándonos a ellos. Una mirada podía cambiarlo todo. Pero, con este aparato, lo acabado, acabado está».