Mi amigo, mi hermano. Tu amigo, tu hermano - Alfa y Omega

Mi amigo, mi hermano. Tu amigo, tu hermano

Las asociaciones de personas con discapacidad luchan para dejar de ser los del local de abajo y participar activamente de toda la vida de la parroquia: «No somos destinatarios de la actividad de otros fieles. Queremos evangelizar»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Helena y Fernando, de Fe y Luz. Foto: Helena Escrivano

Todos tienen alguna discapacidad y todos tienen su grupo de referencia con el que comparten sus alegrías y dificultades, pero se resisten a ser los del local de abajo, para formar parte de las mismas actividades y de la misma vida de toda la parroquia.

«Nosotros solo tenemos capacidades diferentes. No somos enfermos, aunque a veces estemos enfermos. Como todos. A nosotros no nos define solamente nuestra discapacidad. Somos bastante más», defiende Virginia Calderón, de la Fraternidad Cristiana de Personas con Discapacidad (Frater), que junto al resto de asociaciones de la Mesa de Discapacidad de Madrid celebra este sábado la II Jornada Diocesana de Personas con Discapacidad en el colegio La Purísima.

«La gente piensa que tenemos el cielo ganado porque sí, o que somos unos angelitos o unos pobrecitos, y no es así. No queremos paternalismos, ni que nos den todo hecho. Gran parte de la labor en las parroquias con las personas con discapacidad es sacarlas a pasear, pero no se trata de eso. Hay que salir a ganarse el cielo, a evangelizar; a nuestra manera, pero evangelizar. No somos destinatarios de la actividad de otros fieles, no somos sujetos pasivos que acompañar, sino que tenemos vocación de sujetos activos dentro de nuestra Iglesia», añade.

En el caso de Virginia, ella tuvo claro desde muy pequeña esta vocación en salida. Por una complicación en el parto hoy tiene una parálisis en los brazos y en parte de los músculos del tronco, a lo que se añade una insuficiencia respiratoria, pero eso nunca ha supuesto un freno para ella. «Cuando me preparé para la Confirmación, a los 14 años, me llamaba la atención el testimonio de mi catequista: él estaba haciendo la mili y dedicaba sus permisos a darnos catequesis a nosotros. Así empecé a darme cuenta de la misión evangelizadora que tenemos todos. Hice la Confirmación con la conciencia clara de ser apóstoles y evangelizadores».

Con esta convicción, se preparó para ser catequista y durante los años siguientes prestó este servicio en parroquias de Burgos y Madrid. Durante una temporada dirigió también el coro de niños, «y lo hacía solo con la mirada y con la voz, porque no puedo mover los brazos, y los niños me seguían», recuerda.

Lo mismo que el resto

Ahora, en Frater, Virginia motiva a otras personas con discapacidad física a salir de casa y tomarse en serio su vocación dentro de la Iglesia: «Nosotros queremos hacer lo mismo que el resto de los fieles. Podemos ir a dar la Comunión a otras personas en sus casas, o subir a leer la lectura en Misa, o dar catequesis, por ejemplo».

Cuando así se lo muestran a otras personas con discapacidad se da una circunstancia muy bonita: «Dejan de venir a nuestras reuniones porque se dan cuenta de lo que pueden hacer en sus parroquias. Eso nos entristece pero por otra parte nos alegra. Es muy bonito, y ese es precisamente nuestro objetivo. Pero sigue habiendo gente en residencias y en sus casas que no son conscientes de las capacidades que tienen para salir hacia los demás», porque «una discapacidad física no es motivo para quedarse en casa».

Miembros de Frater junto al resto de la comunidad de la parroquia Santo Domingo de Guzmán, en Madrid. Foto: Tomás Antolín

Alegría y canciones

Eso lo tiene claro Fernando, que lleva «que yo recuerde, desde toda la vida», en la asociación Fe y Luz, para personas con discapacidad intelectual. Fernando afirma que «lo que más me gusta cuando voy a la parroquia es que me reciban con alegría, y no con tristeza». Su carácter expansivo le hace «hablar a cualquier persona. A mí me gusta mucho estar con la gente y tener amigos, y cuando conocemos a alguien nuevo le damos la bienvenida y le cantamos canciones».

Fernando es uno de los amigos de Helena Escribano, vicecoordinadora provincial de Fe y Luz en Madrid, que cuando conoció este movimiento enseguida comprendió que «había encontrado la respuesta a muchas de sus preguntas. En mi entorno había gente muy válida e inteligente, personas que sin embargo estaban solas porque no eran capaces de amar a nadie». Junto a «mis amigos» de Fe y Luz, descubrió cual era la capacidad más necesaria, pues en su compañía encontró personas «con una capacidad de dar amor enorme e ilimitada. No se dejan afectar por nada, lo único que contemplan es la persona en lo que es, no solo lo que han hecho o han dicho. No juzgan a nadie». Helena ha encontrado un lugar en el que «las inseguridades, las corazas y las máscaras no son un obstáculo para poder expresar el amor. En Fe y Luz tú puedes ser tú mismo. En realidad, yo estoy por los abrazos que me dan y por los abrazos que puedo dar», reconoce divertida.

La asociación tiene como una de sus misiones fundamentales «reclamar para las personas con discapacidad intelectual el espacio que les corresponde dentro de la Iglesia y su visibilización en las parroquias, para que participen de pleno en la vida de estas, no solo ocupando un local sino como evangelizadores activos», afirma, planteando la necesidad de cambiar la inercia de muchas comunidades: «Queremos estar en el consejo parroquial, queremos compartir la Eucaristía con el resto de los fieles, queremos formar parte de la vida de la parroquia». Los amigos de Helena «no son angelitos y niños buenos sin necesidades, ni un mueble en las celebraciones. Son más. Tienen necesidades y deben ser reconocidas, tienen demandas espirituales y tienen que poder recibir sacramentos», afirma.

Para eso son necesarios «unos vínculos y un camino juntos. Las actividades de las parroquias deben ser más inclusivas, tanto para recibir como para dar. Es verdad que no todas las actividades de una parroquia se pueden prestar a ello, pero hay que empezar por verles como un tesoro».

Es preciso dar un salto más allá de la mera buena voluntad, para percibirles en toda su riqueza: «Las personas con discapacidad pueden ofrecerlo todo, porque son capaces de relacionarse sin muros. Ellos nos pueden ayudar a todos a pasar de tener un corazón de piedra a tener un corazón de carne. Son un tesoro escondido, algo que está por encima de la eficacia o la solemnidad de una celebración, que a menudo les deja a un lado por no tener en cuenta sus necesidades especiales. Pero ese esfuerzo por cambiar puede beneficiar mucho a toda la comunidad de creyentes», concluye Helena.

¡O todos, o ninguno!

La Comisión de Atención a las Personas con Capacidades Diferentes –la llamada Mesa de Discapacidad– es un lugar de encuentro para todas las asociaciones relacionadas con las personas con alguna discapacidad en Madrid, y fruto de su trabajo es la Guía diocesana para personas con discapacidad que fue presentada hace unos meses para facilitar la accesibilidad, la comunicación y la inclusión de estas personas en parroquias y templos.

La Mesa surgió hace año y medio por iniciativa del cardenal Osoro y desde entonces está vinculada a la Vicaría de Pastoral Social e Innovación, lo que ha supuesto escindir estas realidades de la Delegación de Pastoral de la Salud, ya que estas personas no quieren ser consideradas meramente como enfermos, sino como sujetos activos de la Iglesia en Madrid.

Víctor Hernández, coordinador de la Mesa, explica que el objetivo de esta plataforma es la «inclusión», para que estas personas «se integren como cristianos en sus comunidades y parroquias, como cualquier otro fiel de la Iglesia».

Víctor pone como ejemplo cualquier grupo de jóvenes de los que abundan en las parroquias. «Hay momentos en los que se reúnen juntos, pero luego deben participar en toda la vida parroquial. Lo mismo debe ocurrir con las personas con discapacidad: hay momentos en que se reúnen para discutir una propuesta que hacer a la comunidad, o unas necesidades que pedir, pero eso no quiere decir que siempre tenga que ser así. Los jóvenes no son solo jóvenes, y las personas con discapacidad no son solo personas con discapacidad. Son mucho más».

Para Víctor, el punto de discernimiento está en que estas personas «pueden participar en el resto de la pastoral, en la catequesis, en la liturgia…, como cualquier otro. Solo hay que facilitarles los medios necesarios para la accesibilidad. Tenemos que quitarnos de la cabeza que son únicamente receptores pasivos de la pastoral de otros, porque pueden ser muchas más cosas». Y pone como ejemplo varios catequistas en Madrid que van en sillas de ruedas, y algunos con cierto nivel de discapacidad intelectual, «y que lo hacen genial», por lo que «debemos quitarnos estereotipos que los rebajan».

Este paso adelante que debe dar toda la comunidad es clave «para que no nos perdamos la riqueza de estos hijos de la Iglesia», dice Víctor, que recuerda las palabras del Papa en un encuentro en Roma con asociaciones italianas de personas con discapacidad: «Si un sacerdote no acoge a estas personas, mejor que cierre la puerta de la parroquia. ¡O todos, o ninguno!».