Un referente moral ineludible - Alfa y Omega

Un referente moral ineludible

Allí donde hay un creyente, o una persona necesitada, sea donde sea, allí está la atención del Papa. Tanto si son cien mil como si es uno solo. Quizás este argumento explique mejor que ningún otro la tan activa presencia de la Santa Sede en la vida internacional, escribe el historiador Alberto de la Hera, ex Director General de Asuntos Religiosos

Alberto de la Hera
Audiencia del Papa, el pasado día 9, al Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, y a otros miembros de la organización

El Papa es la persona más influyente del mundo. No la más poderosa, ciertamente; lo del poder queda para los jefes de las grandes potencias, para los líderes de los mercados, para los propietarios de las riquezas. Pero en el campo del pensamiento, en la manifestación de las creencias que conforman la vida humana, en la defensa de la justicia, toca al Papa romano el lugar primero. Y no podía ser de otro modo, cuando se está al frente de un grupo de bastante más de mil millones de personas, que le acompañan en su labor dirigente de la Iglesia de la que forman parte y que informa sus vidas; y cuando, a la vez, otros muchos millones y millones de personas de buena voluntad, de todas las proveniencias, le consideran el más alto guía espiritual de la Humanidad, escuchan su magisterio como la voz más firme y más clara de cuantas defienden en este mundo la paz, la libertad, la igualdad, la atención a los necesitados de todo tipo, la esperanza y el deber de solidaridad humana entre todos los habitantes de la tierra.

Todo ello es así, y para exponerlo en detalle serían necesarias muchas y muchas páginas. Pero voy a intentar, sólo, a título de ejemplo, señalar aquí unos muy pocos datos, puramente informativos, que muestran la atención, el interés y el respeto con que todos los dirigentes de las naciones miran al Santo Padre, como a un referente ineludible del orden justo universal que todos tienen el deber de promocionar.

Activa presencia internacional

La Santa Sede, que posee personalidad jurídica internacional, mantiene en la actualidad relaciones diplomáticas con 180 Estados; a éstos han de añadirse la Unión Europea, la Soberana Orden de Malta, y Palestina. Posee además la Santa Sede la condición de Miembro Observador de la ONU, del Consejo de Europa, de la UNESCO, de la Organización Internacional del Comercio, y de la FAO. Es miembro del Organismo Internacional para la Energía Atómica, y de la Organización para la Igualdad y la Cooperación en Europa. Es Observador ante el Sistema de Integración Centroamericana, y ante la Comunidad Económica de los Estados del África Occidental. Mantiene igualmente relaciones al más alto nivel con la Liga Árabe, la Organización Internacional para las Migraciones, el Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados…

¿Es exacto cuanto acabo de dejar anotado? Reconozco que no estoy en condiciones de distinguir muy bien entre miembros, observadores, relacionados y demás, ni entre tantos y tantos organismos la mitad de los cuáles ni sé en qué puedan consistir. Pero así de detallada es Internet, fuente actual de gran parte de nuestros conocimientos. Y la verdad es que bien poco importa la exactitud; lo que interesa es dejar señalado que la Santa Sede está presente de modo activo en la vida internacional, y que su voz se oye en las más variadas sedes donde la política mundial se desarrolla. Y, cuando hemos dicho que mantiene relaciones diplomáticas con ciento ochenta Estados, estamos diciendo que son muy pocos los rincones de la tierra donde la presencia de la Iglesia católica no se haga sentir de manera oficial, en defensa de los grandes intereses espirituales del hombre; y eso sin contar los miles y miles de rincones donde una monja o un misionero están llevando a cabo su callada, sacrificada y maravillosa labor en favor de todos los necesitados del planeta.

¿Hay más? Solamente en lo que va de este año, el Papa ha recibido sucesivamente en audiencia, el 24 de enero, al Presidente de la República Francesa; el 3 de febrero, al de las Islas Samoa; el 15 de ese mes, al Presidente de Chipre, y el 24 al de Haití. El 1 de marzo, al Primer Ministro de Rumanía; el 17, a la Presidenta de la Argentina; el 20, al Presidente de Montenegro; el 21, al de Malta; el 22, al de Nigeria; el 27, al Presidente de los Estados Unidos; y el 28, al de Grecia. La reina de Inglaterra le visitó el 3 de abril; el Primer Ministro de Cabo Verde, el mismo día 3; el 5, el Presidente de Liberia; y el 7, el rey de Jordania. El 24 de abril ha recibido al Primer Ministro de Albania; el 26, al de Ucrania; el 28, a los reyes de España. Y, ya en mayo, el 2, al Presidente de Angola. Añadamos las personalidades de tantos países que le habrán saludado con motivo de la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II.

No sé si hay quien dé más, pero está bastante bien. Porque el Papa no acude a esas entrevistas para hablar del tiempo, intercambiar regalos y desear a unos y otros un feliz año; pone sobre la mesa los problemas candentes que a la Iglesia preocupan en todo el mundo; y, lo mismo con las grandes potencias que con países menores, lo mismo con naciones cristianas que de otros credos, quiere sentar las bases de una acción común en defensa de los valores espirituales que constituyen la dimensión esencial de los seres humanos. Y en este orden, allí donde hay un creyente, o una persona necesitada, sea donde sea, allí está la atención del Papa. Tanto si son cien mil como si es uno solo. Una persona a la que ayudar, un alma a la que salvar: los dos intereses más altos por los que el Santo Padre lucha en todas partes y con todas las fuerzas de que la Iglesia pueda disponer. Y sabemos que ha llorado ante la noticia de ejecuciones -de increíble crueldad- y asaltos, masacres y secuestros de fieles cristianos en determinados lugares. ¿Quién le acompaña en ese dolor? Porque el dolor es un testimonio tanto como la oración, la palabra y la ayuda.

¿Hay quien dé más? Ojalá hubiese muchos que se le aproximasen, que diesen cuando menos todo lo que les fuese posible.