Pascua en el corazón de Europa - Alfa y Omega

En la noche de Pascua más de 4.000 adultos franceses recibieron el Bautismo. Casi el 60 % tenían entre 18 y 35 años, y un 22 % no habían heredado ninguna tradición religiosa al nacer. Fenómenos similares, con cifras más modestas, suceden cada año en muchos países europeos, y de modo aún más clamoroso en los Estados Unidos. Vemos en acto un proceso de derrumbamiento y reconstrucción que hace pensar en la imagen dibujada por el poeta T. S. Eliot: la Iglesia es como un templo que debe estar edificándose siempre, ya que su condición histórica es la de derrumbarse por dentro y ser atacada desde fuera.

La figura del teniente coronel Arnaud Beltrame, que murió en un reciente atentado tras ofrecerse a cambio de una mujer retenida por un yihadista, refleja ese mismo proceso. Creció en una familia de tradición cristiana en la que ya se había enfriado la vibración de la fe; solo a sus 33 años reencontró el cristianismo como vida real, no como un conjunto de ideas y costumbres. Entonces emprendió un largo camino acompañado por algunos testigos, alimentado por la liturgia y la catequesis, que le permitió redescubrir en todo su brillo la cultura cristiana y le introdujo en el ejercicio cotidiano de la caridad. Únicamente así se entiende el gesto supremo de entregar su vida por una desconocida, que va mucho más allá del cumplimiento de su deber como policía. Se entiende que Francia le haya reconocido como héroe nacional, pero sin despreciar en absoluto el valor civil del heroísmo, su testimonio habla de algo que está más allá de los códigos y las fuerzas humanas. Recordemos que el Papa Francisco ha abierto un nuevo camino para el reconocimiento de la santidad al considerar que «son dignos de consideración y honor especial aquellos cristianos que, siguiendo más de cerca los pasos y las enseñanzas del Señor Jesús, han ofrecido voluntaria y libremente su vida por los demás y perseverado hasta la muerte en este propósito».

En muchos lugares de Europa somos testigos de un pavoroso abandono de la fe cristiana, con todas sus consecuencias existenciales, sociales y políticas. Pero también asistimos al rebrotar de la planta humilde de la fe, a veces donde menos lo esperábamos, y esa planta da frutos que dejan boquiabierto al mundo. No es tiempo de nostalgias porque el cristiano, la Pascua lo proclama, vive del Señor que ha vencido a la muerte. Es el tiempo de multiplicar un testimonio que suscita historias como la de Arnaud.