El paso de la muerte a la vida - Alfa y Omega

El paso de la muerte a la vida

Domingo de Resurrección

Daniel A. Escobar Portillo
Foto: EFE/Leonardo Muñoz

Si por un instante nos fijamos en el modo en que celebramos la Semana Santa en nuestras comunidades cristianas, observamos que la tradición popular, especialmente en España, se centra en subrayar los episodios de la Pasión y Muerte del Señor. En muchos lugares da la impresión de que la Semana Santa culmina con la procesión del santo entierro, tras haber celebrado intensamente los oficios del Jueves y Viernes Santo, y haber acompañado al Señor en el vía crucis. Son costumbres que, obviamente, contribuyen no poco a comprender el dolor y el sufrimiento de Cristo en sus últimas horas. Sin embargo, esta visión, sin pretenderlo, puede oscurecer la realidad fundamental que celebramos estos días: que la muerte ha sido vencida. No hay día más importante en el año litúrgico que el Domingo de Pascua. Si nos retrotraemos a los primeros vestigios de las celebraciones cristianas, encontramos testimonios, incluso de autores paganos, que atestiguan que los seguidores de Jesucristo se reunían el primer día de la semana para reconocer a Cristo como Dios y cantarle himnos. Es así como comienza el pasaje del Evangelio que este domingo tenemos ante nosotros: «El primer día de la semana […] al amanecer». Es interesante constatar cómo el Evangelio pretende, especialmente en los momentos fundamentales de la vida del Señor, dejar claro que todo lo que ocurre en torno a Jesús es posible situarlo en el tiempo y en el espacio: se nos dice cuándo y en qué lugar, dándonos también información sobre otras circunstancias que delimitan un acontecimiento preciso de la vida del Señor. Asimismo, para que lo narrado no pueda considerarse un cuento o un relato fantástico, se presentan los testimonios de personas concretas que pueden asegurar que lo ocurrido es verdadero y no inventado. Por eso, en el pasaje de este domingo, con la finalidad de confirmar el valor de lo narrado, aparece cuatro veces el verbo ver. María Magdalena «vio la losa quitada del sepulcro»; el otro discípulo «vio los lienzos tendidos»; Pedro «vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza». Por último, el otro discípulo «vio y creyó». Es fundamental notar que lo que es visto por María Magdalena o por los discípulos sería percibido sin problema por cualquiera que pasara por allí. Evidentemente, la descripción de estos hechos no sustituye la fe de los discípulos en la Resurrección.

Acontecimiento que cambia la vida

Ciertamente, el texto del Evangelio pretende eliminar cualquier viso de invención o exageración en la descripción de los hechos, a la vez que defender el acontecimiento concreto de que Jesucristo vive. Pero también busca resaltar el contraste en la vida de los discípulos a partir de ese momento. Con las palabras «hasta entonces no habían entendido la Escritura» se hace referencia no solo a la cierta oscuridad e imposibilidad intelectual por parte de los discípulos antes de la Resurrección de Cristo. Se debe comprender esta afirmación, asimismo, como el inicio de una nueva vida para los seguidores de Jesucristo. Puesto que han visto, han creído, es decir, se ha modificado radicalmente su concepción sobre su propia vida, su misión e, incluso, sobre la misma historia humana. Este cambio quedará plasmado en el resto del Nuevo Testamento, especialmente en el libro que refleja los inicios de la vida de la Iglesia y que marca el tiempo pascual: los Hechos de los Apóstoles. En el pasaje que escuchamos como primera lectura, Pedro se presenta como un testigo privilegiado de todo lo que ha sucedido. Con todo, el haber sido testigo supone una gran responsabilidad: en primer lugar, el conformar la vida con aquello que se ha visto y se ha creído; en segundo lugar, la misión de anunciar al pueblo lo que ha sucedido y sigue ocurriendo. Así pues, celebrar la Pascua implica tomar conciencia de que la Resurrección de Jesucristo sigue necesitando de personas que, tratando de aplicar lo que Jesucristo hizo y enseñó, se encarguen de predicar al pueblo, dando testimonio de una realidad que ha cambiado para siempre la vida del hombre.

Evangelio / Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro; vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos.