Un seminarista de Valencia organiza pascuas para discapacitados… como su hija María - Alfa y Omega

Un seminarista de Valencia organiza pascuas para discapacitados… como su hija María

Entre los chicos que acuden al encuentro de Semana Santa que esos días acoge el seminario de Moncada, en Valencia, «hay un grupito con una espiritualidad muy grande. Probablemente mayor que la mía», asegura Carlos Bou, uno de los seminaristas que lo organiza

María Martínez López
Foto: Carlos Bou

A Carlos Bou le cambió la vida cuando, hace 36 años, su hija María nació con parálisis cerebral. Va en silla de ruedas y apenas habla. «Pero lo transmite todo con los ojos». 12 años después, le vino otro golpe: la muerte de su mujer lo dejó viudo y con dos hijos, una muy necesitada de atención.

«Visto fuera de Cristo es una maldición: ¿Por qué me toca esto a mí? Me separé bastante de la Iglesia», reconoce. Pero terminó volviendo, poco a poco, hace unos años. «Creo que me mantuvo esa llamita de fe que me transmitieron mis padres. Al final, era lo único que tenía sentido».

Ahora, a sus 60 años, se prepara para ser sacerdote. Dentro de unos meses será ordenado diácono. Resume su vocación con una frase: «El Señor te va llevando por caminos diversos hasta encontrarte con Él».

«¿Y tú, no tendrás vocación?»

El de su vocación, cree Bou, comenzó cuando decidió cambiar a María de la residencia donde estaba, en Castellón, al Cottolengo del Padre Alegre de Valencia. «Su grado de discapacidad es tal que donde mejor está es en un centro. En el anterior estaba fenomenal. Pero un día, durante una Misa del cardenal Osoro –por aquel entonces todavía arzobispo de Valencia– en el Cottolengo, me di cuenta de que allí estaba Cristo sirviendo a las chiquitas a través de las hermanas».

Cambiándola allí, buscaba lo mejor para su hija. Por aquel entonces, nada estaba más lejos de su mente que el seminario. Eso no llegó hasta más de un año después. «Yo me había prejubilado –recuerda–, y me planteé estudiar Teología para ser un laico bien formado. Un responsable de la Facultad me dijo: “Oye, ¿y tú no tendrás vocación?”. Le respondí: “Calle, calle”». Poco sabía que este interés era solo un primer paso del discernimiento que, efectivamente, le llevó a descubrir que el Señor le llamaba.

En el seminario, Carlos ha conocido a otros dos compañeros interesados por la atención pastoral a los discapacitados, porque tienen hermanos con síndrome de Down. Juntos, participan en algunos talleres para los chicos con discapacidad que acogen las Hermanas de la Consolación.

Carlos y María participan, además, en los encuentros de Fe y Luz, un movimiento formado por personas con y sin discapacidad que se reúne en la misma parroquia de Valencia a la que él ha sido asignado para el servicio pastoral.

Foto: Carlos Bou

«En el cielo, Marieta andará»

Pero él y sus compañeros sentían la necesidad de aportar a estas personas algo más, aparte de sus realidades eclesiales. Por eso, hace cuatro años, decidieron organizar en el seminario de Moncada una pascua para personas de Fe y Luz, la Familia de la Consolación –que también aporta voluntarios– y el Cottolengo, o que no pertenezcan a ninguna de ellas.

Carlos cree que fue un buen comienzo, ya que la Semana Santa «son los días más importantes para el cristiano». Dentro de su experiencia personal y la de otras familias, además, tienen un significado mayor: «El Señor nos da la vida con su resurrección. Y, cuando estemos todos resucitados, mi Marieta andará».

A las pascuas le siguieron unos campamentos de cuatro o cinco días, en verano, a los que ya acuden unas 65 personas, entre discapacitados, voluntarios, y algunos familiares. Los campamentos son más lúdicos y, las pascuas, más recogidas y enfocadas a la vivencia cristiana. Pero comparten nombre: Anawin, los pobres de Yahvé.

Foto: Carlos Bou

Hijos lavando los pies a sus padres

Durante los encuentros de Semana Santa, los voluntarios acompañan a los chicos durante sus actividades. Por ejemplo, preparan el rosario que luego se reza con globos, o los disfraces y representaciones para el Via Crucis. Al mismo tiempo, para los padres que quieren se organizan pequeñas meditaciones sobre el sentido de cada día, en relación con cuestiones como el servicio, el dolor o la espera. Las celebraciones las viven todos juntos.

«El año pasado, por ejemplo –cuenta Bou–, fue muy bonito el rato de la oración en el huerto». También hubo exposición del Santísimo y celebración de la penitencia. Otro momento especial es el lavatorio de los pies, que en el movimiento de Fe y Luz tiene mucho peso. «Es precioso poder lavarle los pies a mi hija –comparte–. Y, también, que mi hija me los lave a mí. Estos chicos viven el servicio, dentro de su realidad: unos llevan al silla de ruedas de otros, les lavan los dientes…».

Todo culmina en la vigilia pascual, un momento cargado de intensidad y lleno de símbolos –el fuego, el agua– que a las personas con discapacidad les llegan mucho. «El año pasado me junté con un sacerdote y repasamos toda la liturgia para adaptarla y ajustarla lo más posible dentro de lo que hay que hacer. Y luego lo trabajamos con los chavales para que ellos pudieran hacer las lecturas y oraciones».

Foto: Carlos Bou

Cada confesión, una caricia del Señor

El resultado es que, para estos chicos con discapacidad, la pascua de Anawin se han convertido en una de las grandes citas del año. Y, durante esos días, sus comentarios y testimonios traslucen cómo les ayudan a vivir su fe. «Entre los chicos que vienen, hay un grupito con una espiritualidad muy grande –asegura Bou–. Probablemente mayor que la mía».

Incluso su María, que es de las que tiene una discapacidad más profunda, puede vivir la fe. De pequeña hizo la Primera Comunión por recomendación del sacerdote del pueblo donde estaba su centro.

También se confiesa, «con un sacerdote de la parroquia que acoge a Fe y Luz, y que es un enamorado de la confesión y de los enfermos. Le va haciendo preguntas, y ella responde “sí” o “no”. Yo sé que no puede tener pecados como nosotros, pero cada confesión es una caricia del Señor, que le va dando su gracia».

De hecho, Carlos ha notado progresos en la vida de fe de su hija. «Va comprendiendo mejor la comunión. Antes era muy feliz cuando comulgaba, y en seguida se desbarataba o empezaba a gritar. Ahora va tranquila, abre la boca y te indica cuándo ha tragado ya». Este año, después de hablarlo con uno de los obispos auxiliares de Valencia, este la confirmó. «Estos chicos son los elegidos del Señor», asegura Bou rotundo.