Mujeres consagradas misioneras - Alfa y Omega

A lo largo de la historia la mujer ha estado presente como protagonista de grandes gestas que dejaron huellas imborrables. Dios quiso escoger para la encarnación de Cristo a una mujer, la Virgen María; mujeres fueron como los hombres artífices de grandes reformas, como santa Teresa de Jesús, y a lo largo del camino marcaron hitos y son puntos referenciales donde poner nuestra mirada.

Hoy quiero referirme a todas esas mujeres que pasan desapercibidas, que con gran valentía dieron un paso al frente con un sí generoso que las llevó a atravesar fronteras, surcar los mares y volar muy alto, que aterrizaron en el desierto de África o en la selva amazónica de América, o en las infinitas islas de Asia. ¡Ellas son las mujeres misioneras consagradas!

No se detuvieron a pensar por qué el dolor en el mundo, por qué la violencia y las diferencias. Ellas contemplaron una necesidad, un vacío, una injusticia, una miseria, un niño que muere de hambre o un anciano que muere en soledad. Quieren ser como el buen samaritano, que no pregunta al que está maltrecho en el camino por qué le apalearon. Más bien sanan sus heridas, son como el cireneo del vía crucis ante tantos que caminan al calvario con su pesada cruz a cuestas. Son como la Verónica limpiando y enjugando los rostros desfigurados, mujeres valientes que rompen protocolos y atraviesan barreras, firmes junto a la cruz y fieles a la verdad, con un corazón desbordante de amor, que hacen de madres y hermanas.

Me quito el sombrero antes estas mujeres que han dado la vida acompañando a los más pobres en nuestros pueblos indígenas. Con una voluntad tenaz, capaz de desafiar el paso de los años, ponen su mirada en lo alto, pisando el lodo en la trocha de la selva, enseñando el catecismo en la casa comunal o en la capilla del poblado, socorriendo y visitando a los enfermos, sembrando sueños en el corazón de los jóvenes. ¿Qué sería de la evangelización ad gentes sin las mujeres?