El patriarcado ha muerto, viva el padre - Alfa y Omega

El patriarcado ha muerto, viva el padre

La equidad entre hombre y mujer es buena para la propia relación conyugal y para los hijos

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Foto: Mikel Ponce

Ninguna otra responsabilidad es más importante para una madre que la dedicación a su familia. Pero exactamente lo mismo se puede decir del padre. La afirmación hubiera parecido absurda o irreal hace unas décadas. La conquista de protagonismo en la vida pública por parte de la mujer ha tenido como saludable efecto colateral el regreso del varón al hogar, de donde fue expulsado por el capitalismo industrial, que impuso una férrea maquinización de todos los aspectos de la vida de las personas, con roles de género estrictamente delimitados que reservaban el cuidado de los hijos y de la casa a la mujer, a partir de una tajante división entre vida privada y vida pública desconocida hasta entonces.

La equidad entre hombre y mujer es buena para la propia relación conyugal, fundada sobre el amor. Y es buena para los hijos, que no solo ganan con la mayor presencia del padre, sino por vivir en un entorno de cuidados y responsabilidades compartidas. La fortaleza de la familia es a su vez un elemento decisivo para una sociedad más justa. En la medida en que las familias adquieran mayor vigor y protagonismo podrán contrarrestarse los efectos perniciosos de un sistema económico que ha demostrado con creces su habilidad para vampirizarlo todo.

Esto no significa que el proceso de emancipación de la mujer carezca de un lado oscuro, en especial el aborto. Tampoco están libres de contradicciones los llamados nuevos modelos de masculinidad. En su contestación a la mentalidad machista y patriarcal, algunas corrientes culturales han diluido la figura del hombre y del padre. La ideología de género fomenta un individualismo insolidario, corrosivo para cualquier vínculo personal. Sin embargo esos excesos no son excusa para no sumarse a una serie de transformaciones sociales que parten de reivindicaciones justas. Y que, bien encauzadas, pueden contribuir a revalorizar la institución familiar, liberarla de adherentes culturales perniciosos y aportar a la sociedad enormes beneficios en términos de felicidad de las personas. Una felicidad que invariablemente es resultado de la entrega generosa a los demás, cuyo mejor caldo de cultivo descubierto hasta ahora por la humanidad es sin duda la familia.