«Antes dependía de las drogas, ahora dependo de Dios» - Alfa y Omega

«Antes dependía de las drogas, ahora dependo de Dios»

De las tinieblas a la luz porque creo en la misericordia es el lema de la charla-testimonio de este jueves en el grupo de jóvenes Lakela, de la parroquia Beata María Ana Mogas, en Tres Olivos. Pedro da su experiencia de cómo Dios le sacó del mundo de las drogas

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Foto: Fotolia

«Tengo 26 años y soy de Tenerife. Tuve un pasado en la oscuridad, porque conocí el mundo de las discotecas y de la droga, y gracias a la comunidad del Cenáculo pude salir de todo eso. Hoy estoy superbién y supercontento. Me da mucha alegría testimoniar que es posible salir no solo de la droga, sino también de la tristeza y de los problemas. Dios fue mi medicina»: la voz al otro lado del teléfono es la de un joven alegre y con ganas de vivir, contento y agradecido. Pero no siempre fue así…

Pedro procede de una familia en la que le ofrecieron «una gran educación religiosa. En mi casa nunca han faltado la fe ni la oración, pero llegó un momento en que comencé a rezar mecánicamente, a ir a Misa por obligación, a perder el interés…», y eso le llevó a un malestar mucho más profundo: «No quería depender de nadie, por mi orgullo y por querer vivir por mí mismo, por mis fuerzas. Jesús, en el fondo, tenía que existir, pensaba, pero en realidad no era nadie para mí.

Nunca quise admitir que dependía de Dios. Es más, estaba enfadado con Él, porque le hacía el culpable de mis problemas. Por mi educación religiosa me sentía raro ante los demás, empecé a tener las típicas heridas de no aceptarme, los típicos complejos, y le hice responsable de lo que sufría».

De ahí que empezara a frecuentar otras amistades y otros mundos, y Pedro empezó a meterse de lleno en el mundo de la noche: «Me he dado cuenta de que no era simplemente por buscar la diversión, sino que lo que quería era llenar tanto vacío en mi corazón y esconder tantas heridas».

A esas alturas, Pedro ya había dejado de creer y de rezar, y llevaba una doble vida: de día en casa salvaba la cara, mientras que la noche le atraía como un torbellino. «Depende de con quién estaba me ponía una máscara u otra, pero llegó un momento en que lo dejé todo. Toqué el mundo de las drogas, del dinero fácil, de la noche, y eso parecía que me hacía feliz. Yo siempre quise vivir como en una película americana, como el típico guaperas con dinero, chicas y cochazo. Y busqué todo eso por la vía rápida. Empecé a tener contactos peligrosos que te forman en el mundo del mal. Lo tenía todo fácilmente, sin sudar. Y así es superfácil engancharse».

Aguantó así varios años «hasta que no pude más. Poco a poco fui cayendo más profundo. Los dos últimos años me daba igual todo, llegué tener problemas judiciales graves. Hoy lo pienso y digo: “¿cómo estaba así de loco?” Me parece una película, estaba enfermo a nivel espiritual, con el alma completamente sucia. Y el mal casi no me dejaba escuchar la voz de la conciencia».

Llegó un momento en que le pillaron robando una moto, y fue entonces cuando aceptó la sugerencia de su madre de entrar en una comunidad del Cenáculo en Barcelona: «No sabía dónde iba, es una comunidad de vida muy dura, pero el Señor te va dando fuerzas para caminar. A los seis meses vino a vermemi madre, y al verla me di cuenta de cómo había dado su vida por mí. Yo nunca había llorado y entonces lloré, y pensé que no le podía dar más disgustos, y estuve seis meses más allí por ella».

Luego los responsables de la comunidad le enviaron a una casa en Italia, luego a Lourdes, y hoy ya está fuera de la comunidad, compartiendo piso con dos exmiembros del Cenáculo en Torrelodones, al norte de Madrid, muy vinculado a la parroquia de San Ignacio de Loyola. La vida fuera es dura: «Yo en el Cenáculo me levantaba a las seis de la mañana con una sonrisa; es fácil en la comunidad vivir la verdad, pero luego tienes que ir al mundo y vivir lo que has aprendido».

Hoy está buscando trabajo y «echo de menos el ambiente ese de rezar y de disciplina. Querría volver pero me toca luchar. Y lo estoy consiguiendo. La comunidad no te hace santo, pero te sana y te da las herramientas. Me he dado cuenta de que si uno deja la oración, recae; a lo mejor no en las drogas, sino al vacío del corazón que te llevó a las drogas».

Hoy, ese Dios que de pequeño llegó a no ser nadie para él, «se ha convertido en un Padre. Dependo de Él y sé que a Él le interesa lo que yo estoy viviendo. Lo siento cerca; cuando estoy inquieto siento como mi ángel de la guarda me dice: “Pedro reza, ponlo todo en manos de Dios”. Sé que si no estoy con Él, no voy a estar bien. Antes tenía otras dependencias, ahora dependo de Él».

Pedro da su testimonio este jueves 22 a las 19:30 horas en los encuentros que organiza el grupo de jóvenes Lakela en la parroquia de Tres Olivos (c/ Bella Altisidora, 6. Metro Tres Olivos). El nombre viene «la ke la sigue la consigue…», y es para los jóvenes de la zona un foro de formación y de encuentro alrededor de la fe.