Homilías para que «ardan los corazones» - Alfa y Omega

Homilías para que «ardan los corazones»

Los malos sermones son para el Papa un «drama de nuestras iglesias». Para combatirlo, la Fundación Crónica Blanca organiza un Curso de Homilética y Oratoria para sacerdotes

José Calderero de Aldecoa
Foto: Valerio Merino

Era un día de diario, hace exactamente dos semanas. Faltaban unos segundos para que acabara la Misa pero, de pronto, la persona situada más cerca de Marta Cediola en la iglesia en la que se encontraba soltó un casi imperceptible «no aguanto más, qué pesado», y salió del templo sin esperar a la bendición final. Hasta su espantada, el feligrés había escuchado tres alocuciones del sacerdote durante la Misa, «una al principio de dos o tres minutos; otra durante la homilía, que duró 15 minutos; y la última antes de terminar». De esta forma, «la Eucaristía [de diario] duró 40 minutos», la mitad del tiempo se lo pasó hablando el sacerdote «y los fieles, o por lo menos el de mi izquierda y yo, no sacamos ninguna idea en concreto de un sermón tan deslavazado», explica Cediola. Al igual que Marta, María Eugenia Viguera también va a Misa a diario. En su caso, asiste a una Eucaristía cercana a su lugar de trabajo, en Antena 3. «En las homilías el sacerdote suele comentar, una a una, todas las lecturas y nos habla de historia sagrada. Al final se alarga tanto y da tantas vueltas que, además de no sacar nada en claro, me tengo que ir corriendo muchas veces después de la comunión porque si no, no llego al trabajo», confiesa. Tanto a Cediola como a Viguera les «encantaría poder dedicar a la Misa todo el tiempo del mundo —¡En ella Dios se hace presente!— pero la realidad es que la hora de entrar a trabajar es inflexible» y, por la tarde, con dos y cinco hijos respectivamente, «las obligaciones familiares se alargan hasta por la noche».

Para Álvaro de la Torre, más preocupante que la extensión es «que el sacerdote dé tantas vueltas durante el sermón que los fieles se pierdan, se aburran y no se lleven nada». Aunque, a juicio de este periodista, experto en oratoria y profesor de la Universidad Francisco de Vitoria (UFV), lo que no se debería dar nunca es «la homilía que lleva una carga de reproche. Nadie espera llevarse una reprimenda en Misa. Eso descoloca a mucha gente y todavía sigue pasando», asegura.

Al contrario, «un buen sermón sería el que acerca la Palabra de Dios y la hace vida para aquellos que la están escuchando. Lo mejor sería conseguir esto que dice el Papa de que “ardan los corazones”. Eso sería una buena homilía». También «la que está bien enfocada al público que está escuchando». No es lo mismo predicar a las 20:00 para gente joven, que hacerlo a las 10:00 de un sábado para gente mayor. En este caso, «no solo el lenguaje tiene que ser distinto, también las necesidades y las expectativas de los fieles son distintas». En este sentido, es fundamental «conocer muy bien a quien te está escuchando, que el sacerdote conozca a los fieles de su parroquia». La lista continúa: «Una buena homilía es también la exegética, explicativa, catequética, aquella que es más experiencial que teórica, aquella en la que se nota que el sacerdote está apasionado por Cristo, por su vocación, por la misión que se le ha encomendado…».

Una orden de predicadores

El fraile Jesús Espeja, que pertenece a la Orden de Predicadores, coincide en el análisis con el periodista. Para el dominico antes de predicar «hay que escuchar, leer los signos de los tiempos. Tenemos que ser contemplativos de lo que pasa en el mundo, de lo que anhelan los seres humanos y, desde ahí, contemplar lo que nos dice el Evangelio».

Espeja ha dedicado toda su vida a ser un fraile predicador y, «por mi experiencia, veo que lo decisivo es ayudar a las personas para que caigan en la cuenta de que no están solas en la vida, que una presencia de amor está dando sentido a todo y las acompaña siempre ocurra lo que ocurra».

Aprendizaje por descubrimiento

Al final, entre el periodista y el predicador la lista de cosas que tener en cuenta a la hora de preparar un buen sermón parece interminable e incluso difícil de memorizar. Sin embargo, «en cuanto el cura ve en vídeo alguna de sus homilías, él mismo se da cuenta de un vistazo de todos los aspectos que mejorar». Por eso, la cámara de vídeo es la mejor aliada de Álvaro de la Torre en el Curso de Homilética y Oratoria que imparte junto a Manuel Bru Alonso, delegado de Catequesis de Madrid y presidente de la Fundación Crónica Blanca. Los participantes reciben formación en diferentes competencias de comunicación útiles para la predicación. El curso tiene dos sesiones, una primera en la que Bru habla sobre las claves pedagógicas de la homilía en la Evangelii gaudium, y una segunda, más práctica, en la que el profesor de la UFV explica las técnicas de la oratoria aplicadas a la homilía y «ponemos a los sacerdotes delante de una cámara de vídeo. Tienen que predicar sobre un texto que previamente les hemos entregado. Luego analizamos el vídeo. Le damos al sacerdote un feedback muy interesante. Es un aprendizaje por descubrimiento».

El reto de comunicar el Camino, la Verdad y la Vida

El sacerdote está llamado a predicar el Evangelio a todos, en todos los tiempos y en un espacio limitado que es la homilía. Es un reto inmenso que supera la capacidad humana: cómo comunicar en unos minutos algo tan grande, la Palabra de Dios, desde la pequeñez del emisor y las limitaciones de los receptores. Y hacerlo en un canal que ya parece caduco (frente al poder de la imagen) que es la palabra, en el tiempo que nos ha tocado vivir: una España descreída —o en el mejor de los casos tibia—, con un analfabetismo espiritual, e incluso con beligerancia contra lo católico. Pues la clave está en el mensaje, porque es tan poderoso que, a pesar de todas las demás limitaciones, la Verdad es atractiva al hombre de hoy igual que al de ayer. En la Suma Teológica, santo Tomás nos dice que hacer participar de un bien se llama comunicar. Cuanto más elevado es un bien, más comunicable y participable es y, por lo tanto, a más sujetos mueve. Ningún bien es más perfecto que Dios, ninguno es más comunicable, ninguno más participable, y por tanto, ninguno mueve a más criaturas. Si tenemos lo más importante, cual serían las claves para comunicar en un homilía:

  1. Hablar desde el corazón. La Palabra tiene que hacerse vida en el emisor, solo se consigue con la oración. Homilías sin leer.
  2. Tiempo de preparación. Estudio de la Palabra de Dios, la doctrina y magisterio de la Iglesia. Para poder explicar el contexto de las palabras de Jesús para conocer el significado pleno Su Palabra.
  3. Hacer un resumen claro y breve. No más de dos ideas fuerza y repetirlas más de tres veces. El método de la parábola sigue funcionando, con ejemplos de la vida e historias cotidianas que nos permiten comprender mejor.
  4. Escuchar desde el corazón para conocer los anhelos, esperanzas, miserias, y miedos del hombre de hoy. Adaptar las homilías al público asistente y aprovechar especialmente los funerales, bodas, bautizos, donde muchos asisten por un compromiso social, como una oportunidad para predicar a esas almas.
  5. Como dice el Papa Francisco, no más de diez minutos.

Gloria Ostos
Socia de Alienta Estrategias