El lenguaje del corazón - Alfa y Omega

El lenguaje del corazón

a Su imagen, que ya presentamos en nuestro número del 12 de febrero pasado, llega a su recta final. Vale la pena acercarse al Centro Cultural de la Villa, en la madrileña Plaza de Colón, para admirar, hasta el próximo 12 de abril, esta verdadera joya del arte y la cultura española nacida de la fe cristiana, la Belleza que ilumina el sentido de la vida

Colaborador

«Las palabras están llenas de falsedad o de arte; la mirada es el lenguaje del corazón» (William Shakespeare).

Vivimos tiempos difíciles. Son muchas las voces que se alzan para alertar sobre la deshumanización de la sociedad que estamos construyendo entre todos. Junto a las consecuencias positivas de la globalización, vemos también sus efectos perversos. La uniformidad de las manifestaciones culturales y la fragmentación de la propia identidad son algunos de los más visibles. Pero no son menos importantes las tendencias a la espectacularización de la vida personal y la superficialidad de la victoria del Cronos sobre el Kayrós.

Este proceso de despersonalización de la vida contemporánea convierte al arte en una necesidad para la supervivencia de nuestra civilización. El arte nos permite saber que no somos máquinas porque no puede reducirse a las condiciones de falsación de la Ciencia experimental. La experiencia artística sigue siendo la más clara manifestación de nuestro espíritu corpóreo. Pero también el arte está sometido a las fuertes presiones materialistas de nuestra época. La contemporaneidad tiende al arte de consumo, pero siente la necesidad de la contemplación en sus entrañas.

Ventana abierta

En este contexto, se enmarca la exposición a Su imagen. Saber y enseñar, que organiza la Fundación Madrid Vivo. Una exposición que quiere ser una ventana abierta a la profundidad del ser humano plasmada en las manifestaciones artísticas más atrevidas: aquellas que se proyectan al Infinito porque quieren convertirse en el lenguaje del hombre con su Dios. Un afán universal que recorre nuestra historia del arte, desde las Cuevas de Altamira hasta el Net Art.

Ya Aristóteles explicaba que la finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas. Una esencia secreta que sólo se desvela con la luz de la mirada personal, porque, como decían los clásicos, el Pulchrum es el esplendor de la verdad. Pero una mirada que penetre más allá del fenómeno no es fácil de conseguir. Como decía Goncourt, aprender a mirar es el aprendizaje más largo en todas las artes. La mirada contemporánea adolece muchas veces de la inocencia que le permite abrirse al asombro. El homo videns está de vuelta de todo, porque todo le parece parte de la misma realidad virtual. Su mirada, superficial, se ha tornado sobre sí mismo como referencia subjetiva de la cambiante experiencia sensorial. Las consecuencias son muy graves, porque no son sólo estéticas, sino éticas. Porque aprender a mirar también es aprender a amar, y ya decía Dante que no puede comprender el amor quien no lo experimenta.

Urge, por tanto, una constante educación de la mirada que nos permita aprender el lenguaje del corazón. Un lenguaje que nos comunica con lo Inefable y nos enseña a ver lo eterno en la creación. En realidad, como enseña Steiner, «leyendo a Proust, contemplando la Pietà de Miguel Ángel, o escuchando el Moisés y Aarón de Schönberg, dentro del hechizo y maravillamiento que estas experiencias estéticas nos hacen vivir, nos arranca de nuestro mundo y nos pone en contacto con otro, ajeno a la contingencia y lo inmanente, que la razón no llega nunca a entender, sólo la fe. El sentido profundo de toda obra de arte lo da Dios, la búsqueda o el miedo o la adivinación e incluso el odio de ese supremo Creador, con mayúsculas, del que todo creador con minúsculas –poeta, novelista, músico, pintor o escultor– es una mínima (a veces genialmente mínima) versión». Este sentido trascendente del arte no supone una absolutización de la experiencia estética. Como dice von Balthasar, la teología cristiana sólo debe volverse sobre sí misma para descubrir que ha sido antes que nada, y desde siempre, una estética. La encarnación de Jesucristo es la apariencia en el origen de toda apariencia. El arte cristiano es, por tanto, una de las huellas más profundas de esa Figura (Gestalt) que re-crea la creación artística, a Su imagen.

Para recuperar la mirada

El título de esta exposición, a Su imagen. Saber y enseñar, nos recuerda la necesidad de exponer esas huellas si queremos recuperar la mirada ontológica. Porque, como explica Steiner, «la obra de arte –poema, novela, escultura, cuadro, sinfonía– no se puede explicar. Por lo menos, no como la ciencia explica un mineral o una enfermedad: describiéndolos objetivamente, con datos que prescinden de la sensibilidad y fantasía individual». En toda obra de arte lograda, «hay un elemento último, esquivo al análisis racional, que nuestra época ha enturbiado y se empeña en no reconocer».

Ese elemento inasible, esas Presencias Reales sólo pueden experimentarse personalmente. Éste es el motivo por que la Fundación Madrid Vivo ha colaborado con la Conferencia Episcopal y el Arzobispado de Madrid para organizar esta exposición que quiere saber y enseñar. Estamos convencidos de que permitirá a miles de personas hacer la experiencia estética de contemplar el rico patrimonio artístico y cultural de la Iglesia abierta a todos. a Su imagen pone de manifiesto el valor humano de la cultura religiosa. Porque, como reconoce Vargas Llosa, «la religión ha sido la institución que más ha servido para acercarse a ese inalcanzable fin: amortiguar la bestialidad humana».

Por último, quiero dejar expresa constancia del papel que ha jugado Juan Miguel Villar Mir que, en este proyecto, ha desplegado muchas de sus capacidades como mecenas, ingeniero, filántropo y cristiano. Villar Mir ha liderado un fantástico equipo que ha sabido llevar a la práctica la idea original de Miguel Ángel Cortés. En ese equipo, han participado profesionales como Fernando Jiménez Barriocanal, Borja Baselga, Jesús Moreno, Pablo Melendo y Beatriz Montero. Comienza, pues, una serie de exposiciones organizadas por la Fundación Madrid Vivo que tiene como propósito indagar, conocer y explicar quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde podríamos avanzar. Gracias a todos ellos y, especialmente, al cardenal Antonio María Rouco Varela.

Javier Cremades
Abogado, presidente de la Fundación Madrid Vivo