Evitar el desperdicio de alimentos en Cuaresma - Alfa y Omega

Evitar el desperdicio de alimentos en Cuaresma

El desperdicio de comida es uno de los resultados más palpables de la cultura del descarte, del consumismo que tantas veces nos avasalla. La Cuaresma es tiempo propicio para adoptar un estilo de vida vertebrado por la cultura de la responsabilidad

Fernando Chica Arellano
Una mujer busca comida en la basura en Caracas (Venezuela). Foto: EFE/Miguel Gutiérrez

En Puerto Maldonado (Perú) el Papa denunció «una cultura que no se conforma solamente con excluir, sino que ha avanzado silenciando, ignorando y desechando todo lo que no sirve a sus intereses; pareciera que el consumismo alienante de algunos no logra dimensionar el sufrimiento asfixiante de otros. Es una cultura anónima, sin lazos y sin rostros, la cultura del descarte. Es una cultura sin madre que lo único que quiere es consumir».

Dos semanas más tarde, en el ángelus del 4 de febrero, Francisco continuó su insistente referencia al dinamismo de muerte y devastación que preside esta lógica inhumana: «Esto me preocupa: no son muchos quienes luchan por la vida en un mundo donde cada día se construyen más armas, cada día se hacen más leyes contra la vida, cada día va adelante esta cultura del descarte, de descartar lo que no sirve, lo que da fastidio. Por favor, oremos para que nuestro pueblo sea más consciente de la defensa de la vida en este momento de destrucción y de descarte de la humanidad».

El usa y tira, que el mundo emplea sin escrúpulos con las personas, lo utiliza también con los alimentos. El desperdicio de comida es uno de los resultados más palpables de la cultura del descarte, del consumismo que tantas veces nos avasalla, de los caprichos que nos vuelven ciegos ante el dolor ajeno. Este fenómeno ha alcanzado dimensiones alarmantes, máxime si los datos que se barajan son considerados a la par de los números y los rostros de los 815 millones de personas que son víctimas del hambre en nuestro mundo. Hace poco se hacían públicos algunos datos que indicaban que en Italia se tiran, cada año, 145 kilos de alimentos a la basura por habitante; en los comedores escolares, un menú de cada tres acaba en el contenedor; en los supermercados se calcula que el desperdicio de alimento pesa 18,8 kilos al año por cada metro cuadrado. Son estadísticas que pueden servir para estimar una realidad que no es muy diferente en cualquier otro país de nuestra vieja Europa. Ante unas cifras tan escandalosas, generalmente, caemos en la tentación de ignorarlas o de pensar que ya habrá alguien que se ocupe de solucionar el problema. En otras ocasiones nos quedamos en los lamentos estériles. Sin embargo, son datos que han de llevarnos a un serio examen de conciencia con efectos prácticos, urgentes, necesarios y posibles.

Acabar con el desperdicio de alimentos

Es posible acabar (o al menos limitar hasta lo mínimo) el desperdicio de alimentos. Para ello se necesita incidir en la conciencia de la sociedad mediante información adecuada, una educación solidaria y un llamamiento a la responsabilidad. Es alentador saber que ciertas políticas en este sentido están alcanzando algunas metas positivas. El Food Sustainability Index ha señalado el éxito de campañas que han logrado que en Francia, Alemania, España e Italia (por este orden) se rebajen notablemente los índices de desperdicio de alimentos, llegando la diferencia a un 20 % menos en un solo año.

No podemos caer en el pesimismo. Tenemos que seguir avanzando. Compartir es la senda y para ello la responsabilidad de cada uno es esencial. Se requiere un compromiso concreto para no desperdiciar ni cocinar más de lo que necesitamos; un buen método, a la hora de ir al mercado, es comprar solo la cantidad de alimento que precisamos para hacer la comida de cada día; si en un momento dado nos sobra algo, la primera opción no puede ser tirarlo a la basura, sino inventar la forma de reciclarlo y aprovecharlo.

Estas buenas prácticas pertenecen a un estilo de vida sobrio, alejado del individualismo y la indiferencia, que tanto petrifican el corazón y lo vuelven insensible a las necesidades de los pobres. Este sistema de vida debe atender también al ahorro del agua y al cuidado de no contaminarla. Cada vez que abrimos el grifo en nuestro hogar estamos llamados a recordar a los 1.000 niños que cada día mueren por falta de agua potable. Es importante, además, cuidar la diferenciación de la basura, ayudando así en la solución de un problema medioambiental de primer orden y enviando, con nuestra atención, un mensaje a las autoridades para que se tomen en serio la parte que les corresponde en la gestión sostenible de los desechos.

En fin, no es vano decir que evitar el desperdicio de alimentos trae consigo un ahorro a la economía familiar (en algún país europeo se estima en torno a los 250 euros por habitante y año). Hacer partícipes de ese ahorro a los más desfavorecidos, compartiendo con ellos los bienes que nos proporciona la Tierra, nuestra casa común, es una práctica no solo recomendable, sino necesaria para nuestra dignidad de personas. Se puede y se debe acabar con el desperdicio de alimentos, porque es imperioso acabar con el hambre. Los cristianos debemos estar en primera línea en esta batalla, ante todo con un corazón donde Dios quepa y sea el centro. Si cabe Dios en nuestro corazón, caben los pobres y sus necesidades.

La Cuaresma es tiempo para agrandar el corazón, para avivar el amor, llama que parece apagarse en muchos corazones como glacial efecto del egoísmo que nos devora. Mas, como el Papa nos ha dicho en su mensaje para este santo tiempo, «en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos amar de nuevo». De este modo sacaremos fuerzas para adoptar un estilo de vida vertebrado por la cultura de la responsabilidad y del cuidado amoroso de la Creación y de cada ser humano. Así también el inicio de la Declaración mundial sobre la alimentación será algo más que mera retórica y nos convenceremos de que «el hambre y la desnutrición son inaceptables en un mundo que dispone de los conocimientos y los recursos necesarios para acabar con esta catástrofe humana».