¡Soy hija de la Iglesia! - Alfa y Omega

¡Soy hija de la Iglesia!

Alfa y Omega
Pila donde fue bautizada santa Teresa, en la iglesia de San Juan (Ávila)

«A distancia de cinco siglos, santa Teresa de Ávila sigue marcando las huellas de su misión espiritual, de la nobleza de su corazón, sediento de catolicidad; de su amor, despojado de todo apego terreno para entregarse totalmente a la Iglesia. Bien pudo decir, antes de su último suspiro, como resumen de su vida: En fin, soy hija de la Iglesia»: así decía el Beato Papa Pablo VI, el 27 de septiembre de 1970, al final de su homilía cuando proclamó, a la santa, Doctora de la Iglesia universal. «Es la primera mujer –hizo notar el Santo Padre– a quien la Iglesia confiere el título de Doctora», y subrayó al mismo tiempo «la sublime misión de la mujer en el seno del pueblo de Dios». Referencia que evoca sin duda san Juan Pablo II al hablar del genio femenino, y el propio Papa Francisco al pedir «una profunda teología de la mujer», en el vuelo de regreso a Roma de la JMJ de Río de Janeiro, o al destacar, en la Exhortación Evangelii gaudium, cómo «la Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares», y cómo, «de hecho –a propósito también de lo que decía Pablo VI en su homilía al proclamar Doctora a la santa de Ávila, que no se trata de un título que compromete funciones jerárquicas de magisterio–, una mujer, María, es más importante que los obispos».

Sí, santa Teresa de Jesús es ejemplar hija de la Iglesia. Y vale la pena recoger aquí los datos de su concretísima circunstancia histórica, que el Beato Pablo VI quiso destacar en aquella memorable homilía: «No queremos pasar por alto el hecho de que santa Teresa era española, y que con razón España la considera una de sus grandes glorias. En su personalidad se aprecian los rasgos de su patria: reciedumbre de espíritu, profundidad de sentimientos, sinceridad de alma, amor a la Iglesia. Su figura se centra en una época gloriosa de santos y de maestros que marcan su siglo con el florecimiento de la espiritualidad. Los escucha con la humildad de la discípula, a la vez que sabe juzgarlos con la perspicacia de una gran maestra de vida espiritual, y como tal la consideran ellos». Y sigue el Papa reseñando la Historia: «Dentro y fuera de las fronteras patrias, se agitan violentos los aires de la Reforma, enfrentando entre sí a los hijos de la Iglesia. Ella, por su amor a la verdad y por el trato íntimo con el Maestro, hubo de afrontar sinsabores e incomprensiones de toda índole, y no sabía cómo dar paz a su espíritu ante la rotura de la unidad: Fatiguéme mucho –escribe en Camino de perfeccióny, como si yo pudiera algo o fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba redimiese tanto mal. Éste su sentir con la Iglesia –continúa Pablo VI–, probado en el dolor que consumía sus fuerzas, la llevó a reaccionar con toda la entereza de su espíritu castellano en un afán de edificar el reino de Dios; ella decidió penetrar en el mundo que la rodeaba con una visión reformadora para darle un sentido, una armonía, un alma cristiana». Todo ello tenía una Fuente.

Así lo recordaba san Juan Pablo II, en su visita a Ávila, durante su primer viaje a España, en 1982, conmemorando el IV Centenario de la muerte de la Santa: «Teresa de Jesús es arroyo que lleva a la fuente, es resplandor que conduce a la luz. Y su luz es Cristo, el Maestro de la Sabiduría, el Libro vivo en que aprendió las verdades; es esa luz del cielo, el Espíritu de la Sabiduría, que ella invocaba para que hablase en su nombre y guiase su pluma». Y ella «ha aprendido a mirarlo con amor en las imágenes del Señor de las que era tan devota; con esta Biblia de los pobres –las imágenes– y esta Biblia del corazón –la meditación de la Palabra– ha podido revivir interiormente las escenas del Evangelio y acercarse al Señor con inmensa confianza. ¡Oh, qué de veces me acuerdo del agua viva que dijo el Señor a la Samaritana! –escribe en el Libro de la vida–, y así soy muy aficionada a aquel Evangelio. Teresa de Jesús, como una nueva Samaritana, invita ahora a todos a acercarse a Cristo, manantial de aguas vivas». Al celebrar ahora el V Centenario de su nacimiento, el Papa Francisco lo dice igualmente al concluir su Mensaje para esta ocasión: «Recorramos los caminos de la vida de la mano de santa Teresa. Sus huellas nos conducen siempre a Jesús».

«Cristo –resumía en Ávila san Juan Pablo II– cruza el camino de la oración teresiana de extremo a extremo, desde los primeros pasos hasta la cima de la comunión perfecta con Dios». Pero advierte, ante torpes interpretaciones, que «la contemplación teresiana no es búsqueda de escondidas virtualidades subjetivas por medio de técnicas depuradas de purificación interior, sino abrirse en humildad a Cristo y a su Cuerpo místico, la Iglesia». Al proclamarla Doctora de la Iglesia, Pablo VI destacaba de santa Teresa su condición de maestra de oración.

Hoy, como hace cinco siglos, «su mensaje llega a nosotros, hijos de nuestro tiempo, mientras no sólo se va perdiendo la costumbre del coloquio con Dios, sino también el sentido y la necesidad de adorarlo y de invocarlo». ¡Cuánto necesitamos de la auténtica oración! La Santa nos lo dice del modo más sencillo, en el Libro de la vida, donde nos exhorta a comprender «el gran bien que hace Dios a un alma que la dispone para tener oración con voluntad…, que no es otra cosa la oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con Quien sabemos nos ama». Precisamente es esta profunda unión con Cristo lo que permite decir a la Santa, llena de alegría: «¡Soy hija de la Iglesia!».