«La emergencia educativa es el mayor drama de España» - Alfa y Omega

«La emergencia educativa es el mayor drama de España»

El arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, ha intervenido esta mañana en el Forum Europa, organizado por Nueva Economía Forum. Monseñor Osoro, en su ponencia, que ha titulado Bienaventuranzas que propone un obispo para España en tiempos en los que se gesta una nueva época de la historia, defendió la necesidad de proteger la vida y la estructura de la familia, lo que ha calificado como «principios innegociables». E hizo un especial hincapié en la educación, «la gran emergencia» a la que se enfrenta España

Redacción

El arzobispo de Madrid propuso varias Bienaventuranzas para los hombres de hoy. Entre otros temas, aludió a la protección de la vida, para la que «no hay supuestos», y afirmó no estar «de acuerdo con nadie que ponga en cuestión la vida». Señaló que en el ámbito político, es fundamental protegerla «desde la concepción hasta la muerte natural». También calificó de «principios innegociables» la estructura natural de la familia derecho de los padres a educar a los hijos.

Monseñor Osoro declaró que «la Iglesia no hace política, respeta la laicidad, pero ofrece las condiciones para una sana política. Una visión de la política desde la Doctrina Social de la Iglesia va a considerar las cosas desde el punto de vista de la dignidad del hombre».

Asimismo, insistió en que «ninguna vida humana puede ser reducida ni instrumentalizada» precisamente el 25 de marzo, en el que la Iglesia celebra la Jornada en Defensa de la Vida, coincidiendo con la festividad de la Anunciación. E hizo referencia, en varias ocasiones «a la habitación que todos tuvimos un día» –el vientre materno–, pidiendo a los presentes «que regresen por un instante y sean agradecidos a esa habitación. Porque sin ella todos los que estamos aquí, no estaríamos aquí».

Asimismo, entre otros temas, aludió a la educación como «el drama más importante que tenemos en España, que no lo hemos superado nunca», y achacó el problema a las constantes derivas a las que ha estado sometido el sistema educativo: «La educación no puede ser un problema político, no puede estar a expensas de los cambios políticos, esto es un desastre».

Bienaventuranzas de un obispo para España en los tiempos en los que se gesta una nueva época de la historia

Ofrecemos a continuación una parte de la intervención de monseñor Osoro en el Nueva Economía Fórum

1. Bienaventurados los que se dan cuenta de que una nueva época histórica está surgiendo. Tomo de san Juan Pablo II la lista de los areópagos modernos en los que es necesario alumbrar con el Evangelio, como los medios de comunicación social, por el influjo que tiene la cultura de masas; el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación delos pueblos; los derechos del hombre, la promoción de la mujer y el niño; la salvaguarda de la creación, la cultura, la investigación científica y las relaciones internacionales. Se está fraguando una nueva época histórica. Alcanzar y prestar la fuerza del Evangelio para mostrar y asumir otros criterios de juicio, unos valores dominantes que tienen que hacer posible la convivencia entre los hombres, unos centros de interés que afecten al desarrollo y grandeza del corazón, unas líneas de pensamiento, unas fuentes inspiradoras y modelos de vida de la humanidad es una gran tarea que tenemos todos los hombres en esta época. Hay que vivir doble fidelidad: al Mensaje y al destinatario, el hombre y la mujer que en estos momentos vive con nosotros. Esto requiere testimonio, no sólo palabras. Se requiere presencia activa, responsable, comunitaria y ecuménica. En todos los lugares donde tenemos que actuar: familia, educación, trabajo, medios de comunicación, sanidad, justicia, paz, fraternidad, solidaridad, participación de todos y muy especialmente de los más desfavorecidos, no olvidando que una misma fe cristiana puede conducir a compromisos diferentes. El diálogo interreligioso es especialmente importante en esta nueva época.

2. Bienaventurados quienes se dedican a servir a los demás en el mundo de la política para el bien común de todos. El punto de partida es estar convencido de que somos capaces de crear mundo diferente al que tenemos. Y por cuanto supone reconocer que la persona es parte de un proyecto generador de Amor: amar al prójimo como a uno mismo. Construir un mundo nuevo no se puede hacer nunca marcando un proyecto que lo único que pretende es que yo sea el vencedor. Si esto es así, el punto de partida para empezar está hecho: seré siempre un perdedor. Y es que cuando uno considera que es el centro de todo, ha comenzando el declive de uno mismo y de todo lo que le rodea. Ser vencedor supone comenzar por ser servidor. El proyecto que cada uno decida realizar en la vida tiene que ser un proyecto para servir. ¿Cómo puedo ser verdaderamente grande y cómo puedo hacer que los demás crezcan más como personas? Como pueden comprender, la justicia es el objetivo y la medida de toda política. Es más que una simple técnica para determinar los ordenamientos públicos. Su origen y su meta está en la justicia, y ésta es de naturaleza ética. El estado se encuentra inevitablemente derecho ante la cuestión de cómo ha de realizar la justicia aquí y ahora. Pero esta pregunta presupone otra mucho más radical: ¿Qué es la justicia? Es el problema que concierne a la razón práctica. Pero para llevar a cabo esta función, la razón de purificarse constantemente, tiene que ser permanente. Y esto tiene que ceder siempre a la ética y no a la preponderancia del interés y del poder que en principio deslumbran, pero es un peligro que nunca puede descartarse totalmente de uno. Por lo que atañe a la Iglesia, lo que pretendo decirles principalmente en el ámbito público es la defensa y promoción de la dignidad de la persona; por eso, presta la Iglesia conscientemente una atención particular a principios que son innegociables, entre ellos, la protección de la vida desde la concepción hasta la muerte natural, el reconocimiento y promoción de la estructura natural de la familia, la defensa de la misma y protección y derecho de los padres a educar a los hijos. La acción de la Iglesia en su promoción no es de carácter confesional, sino que se dirige a todas las personas, prescindiendo de la afiliación religiosa que tengan, porque estos principios negados o tergiversados constituyen una ofensa sobre la verdad de la persona y una grave herida a la justicia misma. La Iglesia como tal no hace política: respeta la laicidad, pero ofrece las condiciones en las que puede madurar una sana política, con la consiguiente solución de los problemas sociales. Una visión de la política y de los problemas sociales desde la perspectiva de la DSI va a considerar la cosas siempre desde el punto de vista de la dignidad del hombre, que trasciende al simple juego de los factores políticos, ideológicos, el respeto y la sana laicidad, incluso con la pluralidad de las posiciones políticas es esencial en la tradición cristiana. Si la Iglesia comenzara a transformar directamente el sujeto político de la misma no haría más por los pobres y la justicia, sino menos, porque perdería su independencia y su autoridad moral, identificándose como la única vía política y con posiciones parciales y opinables. La Iglesia es abogada de la justicia, y los pobres precisamente, al no identificarse con ningún interés, más que el del hombre mismo. Sólo siendo independiente puede enseñar los grandes criterios en los valores inderogables, orientar las conciencias y ofrecer opción de vida que va más allá del ámbito político. Realizar el bien común como ejercicio de la caridad es la gran tarea del hombre que se dedica a la política.

3. Bienaventurados los que dedican la vida a que el ser humano desarrolle todas las dimensiones que tiene la existencia, es decir, los educadores. Hoy, cualquier labor de educación parece cada vez más ardua y precaria, por eso se habla de una gran emergencia educativa, por la creciente dificultad que se encuentra para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento, dificultad que existe tanto en la escuela como en la familia. Se puede decir que en todos los organismos que tienen finalidades educativas. Es preocupante porque la educación es el problema más importante en los pueblos. Cuando una sociedad en la educación se introduce clima de abandono ético y moral, la persona no se desarrolla en las dimensiones que tiene que tener para poder responder con hondura, densidad y verdad a las cuestiones más importantes que afectan al ser humano. En ese abandono el arte de formar hombres se desquicia, se rompe y se agrava la convivencia. La emergencia surge cuando nos hacemos conscientes de que estamos provocando enfermedad en el núcleo de la persona humana, cuando hacemos posible que las personas puedan tener una preocupación teórica por nosotros, incluso darán discursos sobre la preocupación por los demás, pero no les damos el fundamento real que sustenten y generen imperativos para que esto suceda, medidas y rostros reales que hagan posible que esa preocupación se haga vida y no degenere en violencia, desmotivación o formas de entender la vida en que cualquier otro me sobre. La emergencia educativa se da porque hoy se está dudando del valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien. ¿Qué hacer en estas situaciones? Hay que volver a construir la transmisión de conocimientos científicos y técnicos, pero también humanistas, porque como dice Heidegger, existe el riesgo de que, sin este equilibrio, se le oscurece al hombre la verdad sobre su naturaleza, sobre sí mismo y sobre dios. Hay que proponer certezas sólidas y criterios convincentes sobre los que construir la vida. Para superar estas dificultades en todos los proyectos educativos y en todas las manifestaciones que se propician está en juego toda una concepción de lo que es la persona, una concepción antropológica. La emergencia educativa es el drama más importante que tenemos en estos momentos y que por desgracia, en España no lo hemos superado nunca, porque mientras esté la educación a determinación del que en el momento que estemos sea el que dirija, no afrontaremos de verdad la educación con la densidad y profundidad que hay que realizarla, y como lo hacen los países que se han tomado en serio quién es el hombre y cuál es la cuestión constitutiva de la persona humana.

4. Bienaventurados quienes tienen entrañas de misericordia y de acogida a todos los hombres. Simple y llanamente porque son imagen y semejanza de Dios mismo. Hace 7 años en una Pastoral que escribí en Asturias –cogí el mismo título que Juan Pablo II en Novo milennio ineunte decía: «Hacer de la iglesia la casa y escuela de comunión: reto y desafío del Tercer Milenio». Decía que para la Iglesia es esencial tener las puertas abiertas, donde los hombres y mujeres de esta historia, cuando se asomen, se sientan a gusto, no sientan que les echamos, que les retiramos de nuestro lugar. Pero esto no significa no decir la verdad. Nuestro Señor siempre dijo la verdad, pero a su lado la gente se sentía a gusto, sanada, querida, acogida. Todo ello hacía una provocación en lo profundo de la persona humana: acoger es salir al encuentro del otro. Esto se hace desde la realidad concreta del otro, no desde la que me gustaría que tuviera el otro. Acoger es admitir a la persona entre nosotros. Lleva consigo la idea de bienvenida, de ser admitido, de hospitalidad, de salud, de una recepción cordial, de aceptación gozosa del otro. Es lo contrario a la discusión, al rechazo, al descarte y al desinterés. Siempre es un acto de amor.

5. Bienaventurados los que se atreven a arrancar la fe y la religión del ruedo de la discordia y del enfrentamiento público entre grupos y partidos. Sólo es posible mediante esclarecimiento teórico y práctico de la dimensión religiosa de la persona humana, y de la actitud consciente. Si la imponemos con violencia, o con violencia moral y jurídica, reducimos a la clandestinidad a quienes se identifican con ella y desde ella estamos encendiendo ocio en los corazones. Es necesario conocer el fenómeno religioso históricamente, esclarecerlo en contenidos históricos, fijarle la legitimidad y límites. Es necesario liberar lo religioso del enfeudamiento, en unas u otras actitudes sociales, culturales o políticos. Nadie tiene derecho ni a apropiárselo ni a sustraer al prójimo; sólo la posee de veras quien en total gratuidad se abre a ello como se abre a ello como se abre al arte, la verdad, al amor o la esperanza. Sólo una actitud serena y profunda capaz de mirar al corazón del ser humano y toda la historia espiritual y social de la humanidad puede liberarnos de un desencantamiento empobrecedor y de un enfrentamiento sordo que primero es ruptura de comunicación y más tarde se convierte en fuente de odio. Dios también es una cuestión civil, por ser la cuestión humana primordial, está más allá de la dictadura y más acá de la democracia, es un tesoro que pertenece al hombre y que nadie puede arrebatárselo. De tal manera que la religión es una cuestión fundamental a la convivencia. Para una convivencia lograda como la religión requiere la libertad, así la libertad requiere de la religión. Es necesario descubrir que sólo en la libertad, o incluso para más libertad es necesaria la presencia de la religión. La libertad necesita una referencia originaria a una instancia superior. Que haya valores que nada ni nadie pueda manipular es la auténtica garantía de nuestra libertad. La libertad se desarrolla sólo en la responsabilidad ante un bien mayor. Este bien solo existe si es para todos. Por lo tanto, debo interesarme siempre por mis propios. La libertad no se puede vivir sin relaciones. En la convivencia humana no es posible la libertad sin la solidaridad y sin que esté presente la religión.

6. Bienaventurados los cristianos que se atreven a proponer grandes tareas. Para ellos, y para todos los hombres de buena voluntad. La Iglesia es una comunidad de confesión y de personal adhesión a la realidad de Dios. La sociedad es una comunidad de convivencia y de personal en colaboración a las mejores esperanzas y proyectos que el hombre genera en su seno. ¿Cuál es el punto de convergencia donde sociedad e Iglesia no aparecen ni como realidades identificables ni como magnitudes paralelas que no se encuentran ni se chocan, sino como órdenes distintos que sin tener que decidir e identificarse cada una de ellas, pueden entrar en una relación? Es el punto de convergencia. Es el hombre, en cuanto vive en el mundo abierto, hacia el absoluto. El hombre es el punto de partida para construir. ¿Que tienen en común Iglesia y sociedad? La preocupación por el hombre. Nada tiene sentido si no es a la luz de la vida humana, y ninguna vida humana puede ser reducida ni instrumentalizada en función de ningún otro tipo que no sea la existencia personal. Estamos llamados a construir una cultura abierta con estas características : la primera pone al hombre en el centro, reconociéndole como valor absoluto, sin sacrificarlo a ningún programa, por más urgente que parezca. El hombre tiene una condición sagrada. Una cultura abierta es la que descubre al hombre todas sus necesidades. Es preciso no confundir las mismas, hace al hombre consciente de toda su realidad y capaz de cumplir con todas las responsabilidades que tiene. Prepara para el servicio antes que para el dominio, para la generosidad y no para el egoísmo. Obliga a los hombres a ser solidarios de su historia, y genera reconciliación y descalifica sectarismos. Obliga a los hombres a ser solidarios y buscadores de la verdad buscada con ahínco. Coopera eficaz y realistamente con todos proyectos que ayuden a transformar la historia con la independencia de las motivaciones que haya detrás. La gran aportación que puede hacer la Iglesia es reconstruir esta conciencia moral y esta cultura.