Vidas que atrapan - Alfa y Omega

Vidas que atrapan

La vida consagrada, a pesar de las dificultades vocacionales que atraviesa, sigue ofreciendo modelos de vida atractivos para los jóvenes de hoy, modelos a través de los que rebelarse contra el olvido de la trascendencia o la indiferencia ante el ser humano que sufre

Fran Otero
Valérie descubrió su vocación religiosa en África, donde conjugó compromiso social con la fe. Foto: Valérie Squire

Camino junto a Valérie Squire por una pequeña calle de Madrid, muy cerca de Ciudad Universitaria. Nuestro destino es una coqueta cafetería, que se convierte muchas veces, confiesa esta religiosa vedruna, en un centro de pastoral. Por el camino intercambia saludos con dos africanos, se interesa por ellos, uno con problemas oculares. Valérie llegó a España en 2012 para realizar la etapa de formación como carmelita vedruna; primero, en la comunidad Villaverde, y ahora en el Centro de Pastoral Juvenil de la congregación, que comparte espacio con el colegio mayor. Por las tardes, estudia Teología en la Universidad Pontificia Comillas. Es hija de su tiempo y eso llama la atención de muchos, sobre todo a los jóvenes que acompaña. Aunque se quedan en la superficialidad del piercing que lleva en la ceja. «No encajo en la idea de religiosa que tienen y esto ayuda romper prejuicios, estereotipos… porque existe una visión muy limitada sobre nosotras», explica.

Quizá la percepción distorsionada de una realidad como esta es lo que hace que los jóvenes estén cada vez más alejados de ella y se elija menos como opción de vida. Los datos estadísticos que ofrece CONFER así lo atestiguan: en el último año, la vida religiosa femenina en nuestro país ha perdido casi 1.500 integrantes, mientras que la masculina –mucho más pequeña– cuenta con 250 efectivos menos. Cifras que indican que apostar por una vida así es, además de apasionante, un camino contracorriente, una forma de rebeldía contra lo establecido, contra la vida sin amor ni esperanza.

Valérie nunca se había planteado ser religiosa. Era creyente y tenía una gran sensibilidad hacia las cuestiones sociales y el desarrollo, pero cada dimensión iba por su lado. Fue en Togo, a donde se fue a trabajar como cooperante con una organización francesa, donde descubrió que las podía vivir en una unidad dentro del carisma carmelita vedruna. Y así, tras años de experiencia en África y de mucha reflexión y oración, dio el paso. La vida religiosa en ella no ha hecho más que canalizar todas las inquietudes y deseos experimentados a través de su vida y por eso acompaña a jóvenes desde distintas realidades –grupos de fe, música, danza, deporte…–, se implicó en proyectos vecinales cuando vivía en Villaverde o trabaja por conseguir una sociedad más acogedora con los inmigrantes, acogida que ella misma pone en práctica siendo puente, en concreto, entre los africanos y la sociedad española. «Debemos ser capaces de tener una voz en la Iglesia y en el mundo», reconoce.

Un modo de resistencia

Teo vivió la etapa más «apasionante» de su vida en África. Ahora trabaja en la acogida de inmigrantes en Ceuta. Foto: Teo Corral

La historia de Valérie tiene algunos puntos en común con la de Teo Corral, aunque sean de distintas generaciones. Primero, porque ambas son vedrunas. También porque ninguna de las dos tenía en el horizonte la vida religiosa y porque comparten una conciencia social muy fuerte. La vocación de Teo estuvo marcada por las prácticas que hizo en un hospital psiquiátrico de Vitoria: «Me impresionaban las vidas de aquellos enfermos encerrados todo el día, sin visitas, muchos sin amigos ni familiares cerca. Un día, la policía municipal llevó allí a una mujer de la calle que se resistía a entrar; nos miramos y en ese instante sentí con fuerza que dedicaría mi vida a querer a las personas que se van quedando por el camino o, mejor, a las que vamos dejando por el camino». Esa llamada se concretaría durante una subida al monte Gorbea, allí se encontró con Jesús: «Me invitaba a ir con Él a no sabía dónde».

Si bien cree que los jóvenes no ven en la vida religiosa una forma de rebeldía en la actualidad, pues «las congregaciones están a años luz de ellos», también sostiene que la vida religiosa puede serlo, pues es «una manera de vivir la resistencia con un presente y futuro interesante, muy interesante». «Si hablamos de la rebeldía como esa capacidad que tiene el ser humano de resistirse a lo que no le parece normal, ni justo, de resistirse a lo que parece no tener salida, entonces diría que sí, que esta vida permite canalizar esas energías rebeldes. Porque de eso se trata resistirse a vivir la vida sin amor, de resistirse a ir dejando tirados en el camino a tantas personas empobrecidas y excluidas, de resistirse a ser una misma la dueña de su vida. Una vida así, con Dios en el centro, formando comunidad y familia amplia me parece interesante; es un buen revulsivo contra este sistema económico y social que excluye, que eleva fronteras y que crea tanto dolor», añade.

Teo habla desde su experiencia en África, acompañando a gente que se debate entre la vida y la muerte, en los campos de refugiados y ahora en Ceuta. Concluye con un deseo: «Ojalá hubiese más jóvenes que se apuntaran a vivir una vida en la que la lucha por reconocimiento de la dignidad de las personas estuviera en el centro de todo y donde el Dios de Jesús campeara ancho, ancho, ancho…».

Una voz en la atea poesía

Antonio Praena, dominico y poeta. Foto: Lucía Rivas

Antonio Praena, sacerdote dominico y reputado poeta, así lo atestiguan numerosos premios, no es un religioso al uso. Ha conseguido aunar dos vocaciones que en la actualidad podrían parecer contradictorias. Porque la poesía y de la vida religiosa están muy alejadas. Cree que ser religioso y sacerdote es «una manera diferente y crítica, y debería ser más profética, de estar en el mundo». Quizá por eso su trabajo poético ha estado ligado siempre a editoriales laicas y ambientes muy poco cristianos, donde ha intentado mostrar que se puede hacer cultura de calidad desde la Iglesia en el terreno de la sociedad. «A veces nos recluimos en secciones aparte y, por eso, la Iglesia y la fe han dejado de ser manantial de cultura…», añade.

Lo que sí le ha permitido esta incursión contracorriente en la cultura actual es poder acompañar a otros poetas que se acercan a él para pedir el bautismo para sus hijos o algún otro sacramento o para hacer preguntas. «En el fondo, todas las personas están deseando tener una experiencia de trascendencia y para ofrecerla hay que utilizar las armas, los instrumentos y recursos que se utilizan en la sociedad. Es un terreno de misión», concluye.