Portavoz de Voces Católicas: «La exposición mediática del obispo Barros eclipsó los mensajes del Papa en Chile» - Alfa y Omega

Portavoz de Voces Católicas: «La exposición mediática del obispo Barros eclipsó los mensajes del Papa en Chile»

En 2012 se creó en Chile el grupo Voces Católicas, inspirado en el grupo Catholic Voices, que nació en el Reino Unido como referente mediático ante algunas controversias que amenazaban con enturbiar la visita de Benedicto XVI al Reino Unido en 2010. Resultaba difícil de imaginar entonces para los chilenos que Voces Católicas tendría que hacer frente poco más tarde a un reto aún más difícil ante una visita papal. Francisco jugaba en casa, en un país que conoce muy bien, pero los escándalos mal resueltos de abusos sexuales han eclipsado en buena medida sus mensajes. «Creo que cuando pase la ola que significó el tema Barros y las aguas vuelvan a calmarse, podremos madurar y vivenciar las edificantes palabras del Papa», dice en este entrevista Cristián León, portavoz de Voces Católicas

Ricardo Benjumea

El Papa dijo que se marchó «contento» de Chile y que no esperaba «a tanta gente en la calle». Llama la atención, sin embargo, el contraste con la acogida a Francisco en Perú, mucho más cálida. El relato dominante que ha quedado es de cierta decepción. ¿Así lo habéis vivido vosotros?
Antes de la venida había mucha incertidumbre en todos los sectores. La verdad es que no sabíamos como iba a ser la respuesta de la gente. Muchas voces de descontento y de protesta se habían alzado en contra de la visita del Papa Francisco. En los últimos años nuestro país vive un descrédito generalizado de las instituciones, y la Iglesia, que se había mantenido como un bastión relativamente firme, comenzó a presentar fracturas graves debido a los casos de abusos de conciencia y abusos sexuales, con una falta de proactividad en la respuesta de la jerarquía eclesiástica que hizo que se desmoronara gran parte de su capital de credibilidad.

Dicho esto, la visita partió muy bien, con la llegada del Papa el lunes 15 de enero. La gente se apostó en la ruta que seguiría el papamóvil en cantidad importante vitoreando a Francisco. Obviamente no fue la recepción multitudinaria que tuvo posteriormente en Lima, pero todo hacía presagiar que sería una gran visita y cundía un gran optimismo en los sectores más cercanos a la Iglesia. En la mañana del martes 16, en el palacio de la Moneda (Casa de Gobierno de Chile), el Papa pidió perdón a las víctimas abusadas por los ministros de la Iglesia, diciendo que sentía vergüenza y dolor por lo sucedido. A media mañana presidió la eucaristía en el Parque O’Higgins superando a los 400.000 fieles esperados, y todo aconteció con la mayor calma y alegría del mundo cristiano. Las manifestaciones fueron mínimas en algunos sectores de la capital sin poder opacar la visita. Hasta ahí todo iba impecable… hasta que entró en acción el factor Barros.

Visita a la cárcel de mujeres

Un tema que acaparó toda la atención mediática.
Poco a poco, la exposición mediática de Juan Barros, obispo de la diócesis de Osorno, en el sur de Chile, en todas las actividades papales no escapó de la mirada de los periodistas que lo abordaron en todos los momentos posibles, comenzando a copar la agenda informativa y las notas de prensa. Y esto comenzó a opacar el mensaje papal y a envenenar el ambiente. Las palabras de unidad y encuentro de Francisco comenzaron a quedar así, poco a poco, relegadas a un segundo plano. No obstante, el martes aún se percibió positivo tanto en el encuentro con las mujeres en la cárcel de san Joaquín (quizás el más emotivo), el encuentro con el clero y en la Universidad Católica, con potentes mensajes ajustados sabiamente al público receptor. Pero los dos días que siguieron terminaron por dejar un sabor agridulce en la visita.

El obispo Juan Barros

El caso Karadima y las acusaciones de complicidad contra el obispo Barros vienen de muy atrás. ¿Qué se ha hecho mal para que este tema siga protagonizando desde hace tanto tiempo la agenda?
Lo más nefasto a mi parecer ha sido la falta de claridad, prudencia y transparencia en todo esto. La Iglesia —como jerarquía— debió aclarar la situación. Barros ha sido acusado por los denunciantes de abusos como encubridor y testigo de los abusos de Fernando Karadima, sacerdote condenado por la Iglesia a una vida de retiro y penitencia, aunque el acusado no reconoce culpa alguna. El obispo Barros fue formado por este y junto a otros obispos en un principio sostuvieron una férrea defensa de su mentor, al menos hasta que se estableció su participación por parte de la justicia civil y canónica, aunque la primera se abstuvo de emitir condena dado que el caso se encontraba prescrito. Estando en tela de juicio Barros, se le asigna como obispo de la diócesis de Osorno (él ya era obispo hace 10 años), y en ese momento muchos consideramos que había sido poco prudente el nombramiento. Voces de descontento se alzaron en Osorno y esto ha continuado así. Un pastor debe ser signo de unidad, y esto no es lo que sucede con Barros. Faltó mucho olfato para poder predecir las previsibles consecuencias que esto podría acarrear. Nunca se transparentaron las razones que tuvo Francisco para nombrarlo y mantenerlo en ese cargo; nunca se hizo un mea culpa suficiente con los abusados: no se los recibió, no se los reparó, y lo más grave, las víctimas no solo no se sintieron acogidos por la Iglesia, sino que las heridas se profundizaron en sus ya heridos corazones. El pueblo chileno y la opinión pública han tendido a solidarizarse con las víctimas, creándose un abismo entre la jerarquía y la feligresía. Solo recién el jueves 18 el Papa ha explicado que no se tienen evidencias suficientes para condenar a Barros y él ha presupuesto el principio jurídico de presunción de inocencia del obispo acusado, pero a su vez tildó —muy desafortunadamente—, de «calumnias» lo que han dicho las víctimas abusadas. Si Barros contaba con la confianza del Papa, este debió marginarse humildemente de los actos públicos y solo acudir al encuentro con el clero, y no exponer ni obligar al Papa a tener que hacerle esa férrea defensa. La exposición mediática fue muy perjudicial para la imagen final que quedaría grabada en la mente y corazón de los que presenciaron la visita papal.

¿Qué explica que Chile se haya convertido en un país mucho más secularizado que otros del entorno?
Analizando la evolución —o involución— de la Iglesia católica en términos puramente cuantitativos y comparativos, podemos comenzar diciendo que el porcentaje de la población católica en Chile en la década de los 70 rondaba el 90 %. Si bien no hay datos de religiones del censo del año 1982, dado que, bajo la dictadura no se consultó la pertenencia religiosa, por razones que estuvieron en la lógica confesional de las autoridades de entonces, el porcentaje del censo del año 1992 era un estimado ligeramente superior a un 80 %. El porcentaje de la población católica cayó desde el 69,96 % al 67,37 %, al comparar los censos del 2002 y de 2012. Por otro lado tuvo un aumento la religión evangélica, que pasó del 15,14 % al 16,62 %.

¿Secularización y avance del protestantismo?
Se ha podido establecer que dos tenazas han estrechado la población católica en Chile: por un lado, el avance de la población evangélica, que va creciendo lenta pero sostenidamente desde los años 60. Y por otro, la fuerte tendencia hacia el secularismo, principalmente fuerte en la última década. Además, el paso del tiempo hace decaer la identificación religiosa, que habitualmente era heredada por los padres. La última generación es en la que más fuertemente se ha percibido esta tendencia.

Dentro del avance de las religiones evangélicas, junto con un gran crecimiento en los sectores más marginales, también se ha observado una creciente penetración en sectores más acomodados de la población. Ahora, por ponerlo en el contexto latinoamericano, Chile presenta un comportamiento en el descenso de su población católica relativamente similar a la región, solo con las excepciones de México y Paraguay, que han permanecido muy estables y altas en su porcentaje de catolicismo. Uruguay destaca por un fuerte declive del catolicismo y un fuerte avance del secularismo y una población evangélica muy baja y estable. También se observa un declive acentuado de católicos, junto a una fuerte penetración del mundo evangélico simultáneamente, en algunos países centroamericanos como Nicaragua, Honduras, el Salvador y Guatemala.

Podríamos hablar además de tres grupos principales fuera de la Iglesias católica, las evangélicas o a alguna otra Iglesia oficial. Estas serían tanto un grupo que tiene creencias espirituales sin tener una pertenencia o filiación concreta —aunque es habitual que tuvieran una educación cristiana—; un secularismo moderno o indiferentismo, carente de toda hostilidad contra las religiones oficiales; y los que conforman un fuerte anticlericalismo militante que reniega la injerencia de todo lo que se tilde de intromisión de lo «religioso» en la esfera pública.

No es un cuadro muy halagüeño…
Puede dar la impresión de que la Iglesia, tal como está organizada y tal como funciona, tiene cada día menos presencia en la sociedad, menos influjo en la vida de la gente y, por tanto, un futuro bastante problemático y demasiado incierto. Cada día hay menos sacerdotes, cada semana nos enteramos de conventos que se cierran para convertirlos para uso secular, colegios que se entregan a corporaciones o fundaciones debido a que ya no existen religiosos para dirigirlos. Por otro lado el descenso creciente en las prácticas sacramentales es alarmante. El mismo papa Francisco decía en una entrevista: «El clericalismo es el peor mal de la Iglesia, que el pastor se vuelva un funcionario».

Finalmente volver a insistir, en este proceso de secularización, a los mediáticos —y no pocos— casos de pedofilia y encubrimiento en que se han visto envuelto importantes personeros de nuestra Iglesia. Creo que es imprescindible acabar con los clérigos escandalosos, y esto no debe ser llevado a cabo o depender de los jueces y tribunales civiles. Tiene que ser la misma Iglesia la que les quite la llamada “dignidad sacerdotal” a los miembros que actúen contraviniendo el más elemental de los consejos evangélicos: «Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar» —que aparece en todos los sinópticos—, dado que se han servido del nombre y de la fe en Dios, del recuerdo de Jesús y su Evangelio, para disfrutar de una impunidad o de una dignidad que, en realidad, ni tienen, ni merecen.

¿Con qué claves te quedarías de la visita del Papa para impulsar una nueva evangelización en Chile?
Hay muchas claves, que aun debemos decantar. Creo que cuando pase la ola que significó el tema Barros y las aguas vuelvan a calmarse, podremos madurar y vivenciar las edificantes palabras del Papa. Creo que es clave el mensaje a los clérigos, que sean «pastores con olor a oveja», cercanos a los fieles, empáticos con sus problemáticas, mezclados en sus desafíos, pesares y anhelos y siempre dispuestos a acoger. Dejar atrás esas perjudiciales tendencias de los ministros de la Iglesia hacia el clericalismo. Y si bien la Iglesia es jerárquica, buscar un estilo más horizontal de construir iglesia. Por esa misma línea se debe limpiar a la Iglesia chilena de todos los brotes de corrupción, de encubrimiento, de sanearla de sus malos elementos, de buscar la máxima transparencia. También es clave superar el atroz individualismo hacia donde hemos ido encaminando como sociedad exitista, dado que esa es la fuente de toda exclusión. El Papa logró hacer visibles a los invisibles y escuchar a los que nunca tiene voz, en insistir que a nadie se le puede privar de su dignidad, dado que todos somos hijos de Dios. Allí radica el potente momento vivido en la cárcel de mujeres. Superar las divisiones y alcanzar la reconciliación a través del diálogo, la búsqueda de la unidad y el perdón, siendo constructores de puentes y no de murallas. Y eso tiene que ver con construir puentes con nuestras etnias originales, con los inmigrantes que han llegado recientemente a nuestra tierra y con construir una economía más solidaria que termine con esos tremendos abismos inequitativos y con la depredación insensata de nuestra casa común.