14 de noviembre: san Serapio, el reo que cambió su vida por otros presos - Alfa y Omega

14 de noviembre: san Serapio, el reo que cambió su vida por otros presos

El primer mártir mercedario dejó las comodidades de la corte para entregar la vida por los demás. Redimió a cientos de cautivos de manos de los sarracenos

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
El santo, en un retrato de Francisco de Zurbarán realizado en 1628, en el que no quiso pintar sangre
El santo, en un retrato de Francisco de Zurbarán realizado en 1628, en el que no quiso pintar sangre. Foto: Wadsworth Atheneum.

Solo un reo puede saber bien cómo se siente un prisionero. San Serapio fue soldado antes que fraile y cayó preso antes de dar la libertad a muchos cautivos tras abrazar la vida religiosa. Serapio nació en Londres hacia el año 1179. Era hijo de Rotland Scott, capitán y noble de la corte de Enrique II, y de una mujer de la que solo se sabe que pertenecía a la alta nobleza inglesa. Con este bagaje, no es raro que encontrara en las armas su vocación. Así, en el año 1190 se dispuso a acompañar a su padre en la tercera cruzada, un intento de los reyes cristianos de Europa de reconquistar una Tierra Santa entonces en manos del temible Saladino. Bajo las órdenes del rey inglés Ricardo Corazón de León, participó en la toma de San Juan de Acre y en el asedio de Ascalón, antes de intentar regresar a casa en un accidentado viaje de vuelta: su barco encalló frente a las costas de Venecia y, al continuar el viaje a pie, fueron apresados por las tropas del duque de Austria.

Al rey y a su padre los liberaron poco después, mientras que Serapio quedó como rehén. Sin embargo, el testimonio de fe y aplomo que dio entre rejas llamó la atención de Leopoldo de Austria, hijo del duque, que pidió para Serapio la libertad y así tomarlo a su servicio. En la corte le consideraban prácticamente un monje y hacía las veces tanto de consejero real como espiritual. Su fe era lo primero: «Mi Dios y Señor, si por un palacio y un príncipe del mundo te he de perder, te pido mil veces regresar a la prisión de donde me has libertado», rezaba.

En 1212, Serapio acompañó a Leopoldo a España para luchar contra los musulmanes, llegando a nuestro país poco después de la victoria cristiana en la decisiva batalla de las Navas de Tolosa. Quedó entonces a las órdenes del rey Alfonso de Castilla y destacó participando en batallas de la Reconquista.

A la muerte del rey, en 1214, Serapio dejó los campos de batalla para retirarse a casa del obispo de Burgos, con vistas a empezar una nueva vida centrada únicamente en su vida espiritual. Ya por entonces iba a los hospitales de la ciudad para consolar, curar y animar a los enfermos. Fue en este período de su vida cuando conoció a san Pedro Nolasco, que acababa de fundar en 1218 la Orden de Santa María de la Merced para liberar a los presos cristianos que caían en poder de los reinos de taifas o de los reinos musulmanes del Mediterráneo. En 1222 pidió recibir el hábito de la orden, no como sacerdote sino como simple hermano lego, por considerarse indigno. Sin embargo, sus cualidades llamaron la atención de Nolasco, que le encargó orientar la instrucción religiosa de los esclavos liberados.

Aceite curativo

Cada 14 de noviembre, numerosos fieles acuden a las distintas casas e iglesias de los mercedarios en todo el mundo para adquirir el aceite de san Serapio, un sacramental cuya fórmula oracional se encuentra incluso en el Ritual Romano. Al aplicarse este ungüento en la zona afectada, el enfermo pide por intercesión del santo la sanación de sus dolencias.

«Serapio se dio cuenta entonces de que la verdadera batalla estaba en el campo del amor y de la caridad y de que no se vence a los enemigos por medio de la lucha o la conquista, sino por medio de la entrega de la propia vida», afirma el mercedario Fernando Ruiz Valero, delegado de Pastoral Penitenciaria de Teruel-Albarracín. En 1229 realizó la primera redención de cautivos en Argel, liberando a cambio de un rescate a 150 esclavos. Después marchó a Mallorca a seguir liberando reos y a fundar un convento de la orden. Tres años después volvió a Argel con Nolasco y consiguió la libertad de 228 presos.

En 1239 viajó hasta su tierra natal para extender la acción de los mercedarios, pero su barco fue atacado por corsarios, que lo abandonaron medio muerto en una playa desierta. Con la ayuda de unos pescadores recuperó la salud y volvió a España, donde en Murcia liberó a 98 reos, para después viajar a Argel, donde hizo lo mismo con otros 87.

Estando en esta última ciudad, se hizo él mismo preso de los sarracenos al cambiar su vida por la de algunos cristianos que estaban en tan malas condiciones que iban a abjurar de su fe. Como el rescate tardó en llegar, el 14 de noviembre de 1240 sus captores decidieron darle muerte, no sin antes torturarlo salvajemente, descoyuntando sus huesos y desollándolo antes de decapitarlo y arrojar sus restos al mar. Fue el primer mercedario en llevar al extremo esta vocación de ofrecerse para liberar a otros.

«Como él, nosotros podemos emprender la batalla de amar para liberar, de entregar nuestra vida para asegurar la libertad de los que están sufriendo», afirma Ruiz Valero, para quien «nuestra vida es la verdadera moneda que paga la libertad de nuestros hermanos, tal como hizo Jesucristo redentor».