14 de febrero: san Juan Bautista de la Concepción, el fraile que sacudió las modorras de su tiempo - Alfa y Omega

14 de febrero: san Juan Bautista de la Concepción, el fraile que sacudió las modorras de su tiempo

Sufrió el abandono de trinitarios calzados y descalzos, pero no dudó en perseguir la reforma de una orden que se había relajado. Prohibió la carne e impuso seis horas de oración

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
'San Juan Bautista de la Concepción'. Obra de Valeriano Salvatierra. Parroquia de Nuestra Señora de Gracia, Córdoba
Obra de Valeriano Salvatierra. Parroquia de Nuestra Señora de Gracia, Córdoba. Foto: Aurelio Gil de la Casa.

«Los santos son vacuna contra el escepticismo y nos zarandean en épocas de modorra», afirma el trinitario Pedro Aliaga acerca de Juan Bautista de la Concepción, el fraile que sacudió el adormecimiento en el que cayó su orden durante el siglo XVI. Juan García Rico nació en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) el 10 de junio de 1561, el quinto en una familia de ocho hijos cuyo padre estaba emparentado con san Juan de Ávila. No fue el único vínculo del niño con un santo de tanta altura, pues en junio de 1576, cuando Juan tenía 15 años, su familia pudo acoger en su casa a la misma santa Teresa de Jesús, de paso por su zona para alguna de sus numerosas fundaciones. Fue al despedirse de la familia cuando la santa se detuvo ante Juan para decirle a su madre: «Tiene aquí, entre estos ocho hijos, uno que ha de ser gran santo, patrón de muchas almas y reformador de una grandiosa cosa que se verá».

Esa «grandiosa cosa» era la Orden de la Santísima Trinidad, a la que el joven Juan llegó después de haber realizado alguna experiencia vocacional con los carmelitas. En 1581 profesó como trinitario en Toledo, en una casa en la que coincidió con otro referente de la Iglesia de su tiempo: san Simón de Rojas. Pronto se ganó la fama de ser un buen predicador. Por este motivo, sus superiores le fueron enviando de convento en convento hasta llegar al de Sevilla, donde su éxito fue abrumador. Sin embargo, su corazón iba por otro lado: él quería una existencia más escondida, pero su notoriedad le impedía dar marcha atrás. «Lo que más me impidió cambiar de vida fue el miedo al qué dirían los que me vieran», escribiría más tarde.

Dios se encargó de darle un empujón en forma de una violenta tempestad. En febrero de 1594, un fuerte viento y una lluvia descomunal se abatieron sobre él en las cercanías de Écija. El afamado predicador salió con vida y, como consecuencia, hizo voto a Dios de marchar a un convento más contemplativo. Así, dirigió sus pasos a la casa que los trinitarios tenían en Valdepeñas, una de las tres que la orden había reservado a aquellos religiosos que deseaban tener una vida más fiel a la regla.

Con todo, su impresión fue que allí se seguía viviendo demasiado relajadamente y que la austeridad original de la orden no se respetaba en su totalidad. Cuando fue elegido superior del convento, dos meses después, prohibió las comidas con carne y fijó un mínimo de seis horas diarias de oración. Espantados, la mayoría de sus hermanos se cambió de convento para no volver más. Pero Juan estaba convencido de que los trinitarios no estaban siendo fieles al carisma de san Juan de Mata, su fundador. Por ello, en 1597 viajó a Roma a pedirle al Papa Clemente VIII una reforma para crear una orden trinitaria descalza.

La feroz oposición de los calzados hizo que el santo tuviera que refugiarse con los carmelitas del Trastévere, donde experimentó una profunda soledad. «El silencio durante meses de la Santa Sede y darse cuenta de que prácticamente era la única persona en la orden que pretendía la reforma caracterizaron ese intenso período de su vida», afirma Pedro Aliaga. Finalmente, el Papa dio su aprobación a la nueva congregación de trinitarios descalzos en un escrito del 20 de agosto de 1599. Siguieron varios años de viajes sin descanso para erigir por toda España los conventos de su nueva fundación. Se desplazó tanto que en 1607 decía: «Hace ocho años que no sé cuál es mi celda». Aunque seguía teniendo fama de riguroso y duro, su fidelidad al carisma trinitario original atrajo a muchos y por todo el país empezaron a multiplicarse sus casas y sus discípulos.

Enseguida fue elegido ministro provincial. Pero después de sus tres años de mandato comenzó a sufrir otra persecución, esta vez entre los suyos. «De repente empezó a ser una presencia marginada para sus mismos frailes, una especie de vagabundo por los conventos». Su biógrafo cree que «daba la sensación de que molestaba a más de uno. Debía de impresionar a muchos su figura, vestido con un hábito pobre, raído y ceñido al cuerpo por una soga». De hecho, al capítulo provincial que celebraron los trinitarios descalzos en 1612 ni siquiera fue invitado. Con esa nueva humillación se fue al cielo el 14 de febrero de 1613, mientras miraba un crucifijo.

Bio
  • 1561: Nace en Almodóvar del Campo
  • 1581: Profesa como trinitario en Toledo
  • 1599: El Papa aprueba la reforma de su orden
  • 1613: Muere en Córdoba
  • 1975: Es canonizado por Pablo VI