Exhibicionismo - Alfa y Omega

Exhibicionismo

Javier Alonso Sandoica

Puede que sea una cuestión de aprendizaje, ya que el tiempo trae sus enseñanzas de manera silenciosa. Las sensibilidades mudan con el paso de los años; lo que en la adolescencia nos resultaba imprescindible, en la madurez casi mueve a risa. Yo recuerdo que, en las películas de Martin Scorsese, me sobrecogían en mi juventud los movimientos de cámara, toda esa capacidad de poner al público en vilo con su realización deslumbrante, sus destrezas de funambulista, trucos de magia, pirotecnia. Pero dice Teresa de Lisieux que Dios actúa en el hombre con grados de luz, y sabe cuándo conceder más de sí al alma inquieta. A quien anda familiarizándose con la proximidad de Dios, el paso del tiempo le facilita entusiasmo por una serenidad sostenida. Lo dejó escrito san Juan de la Cruz: «El alma enamorada es alma blanda, mansa, humilde y paciente».

Lo cuento porque de joven leí mucho al poeta norteamericano Allen Ginsberg, sobre todo sus dos piezas mayúsculas, Aullido y Kaddish, porque me conmovía su falta de contención. Con motivo del cincuenta aniversario de la edición definitiva de ese último poemario, aparecido este año en Anagrama, he vuelto a releer Kaddish, nacido para ser gritado más que leído en voz alta. El Ginsberg niño tuvo que asistir al derrumbe de su propia madre. Una mujer que padecía bipolaridad, síndrome de persecución, paranoias, intentos de suicidio. Es tristísimo imaginar al poeta, con doce años, descubriendo a su madre en el baño con los brazos ensangrentados, o acompañándola en el autobús camino del psiquiátrico, intentando disuadirla de que Hitler no la perseguía.

Al morir, el hijo escribió Kaddish, la tradicional oración judía para los que han fallecido, que no pudo ser recitada el día de su defunción, ya que no hubo el quorum de diez hombres adultos que se requieren para hacerla. Pero la oración de Ginsberg es puro exhibicionismo; es la decisión de un hombre que no busca frenarse. Hay cosas tan desagradables que el mismo padre le rogó que eliminara muchos versos. Pero Allen no hizo caso; creía que decir la verdad es decirlo todo, como la carne cruda expuesta al sol. Quiso capturar todas sus emociones brutas y traspasarlas al lector para que por proximidad llegaran a afectarle. Pero el efecto no funciona así. El afán por el escrúpulo en escribir el desgarro sentimental no contribuye a la emoción. El tiempo me ha hecho partidario de la contención, de la elipsis, de la retirada, del pudor, de la guarda y la poda, del interlineado.

Lo más humano siempre se dice en sottovoce, poniendo un velo de contención para no llegar a lastimar la dignidad del otro.