Corazones abiertos - Alfa y Omega

Corazones abiertos

XV Domingo del tiempo ordinario

Carlos Escribano Subías

Jesús ha comenzado a anunciar la llegada del reino de los cielos. Sus palabras han provocado rechazo y aceptación por igual. Él tiene interés en que su mensaje sea accesible a sus oyentes y, a través de parábolas, intenta explicar lo que supone de verdad la presencia del Reino. Así, el Evangelio de este domingo nos narra la parábola del sembrador. A través de este sencillo, práctico y sugerente relato, el Señor quiere trasmitir una enseñanza a los que le escuchan. El lenguaje poético y simbólico al que recurre Jesús pretende interrogar al oyente sobre cómo se sitúa él mismo ante la llegada del Reino. Además, en esta ocasión Jesús no se conforma con proponer una historia y, de modo excepcional –no suele ser lo normal a lo largo de los evangelios–, Él mismo la explica.

El Señor se encuentra en la orilla del lago, subido en una barca y lanza su propuesta. Entender el mensaje exige una disposición mínima por parte del corazón de quien le escucha. En su relato, sólo una cuarta parte de la semilla esparcida brota y da fruto abundante. Es como si Dios, el Creador, expresase su dificultad a la hora de conectar con el hombre, la criatura. Dios nos sigue hablando hoy. Un corazón embargado por los afanes de la vida, endurecido por vivir sólo centrado en sí mismo, o rehén de una pertinaz superficialidad, se hace incapaz de percibir la presencia de Dios y de acoger su propuesta y su Palabra.

Parece que todo el interés que Dios pone para sublimar el corazón del hombre, éste lo desprecia, o lo deja desvanecerse como algo ajeno o indiferente. Los creyentes, que somos hijos de nuestro tiempo, podemos contagiarnos de los males que asolan la capacidad de abrirse a la trascendencia de nuestros contemporáneos. La parábola del sembrador se puede convertir, para nosotros, en un buen índice de cómo vivimos nuestra relación con Dios y si estamos acogiendo su mensaje y dando fruto. No nos debe preocupar que demos ciento, sesenta o treinta, lo importante es que podamos decir, como san Pablo: La gracia de Dios no ha sido estéril en mí.

Lo que tenemos por cierto es que, si nuestro corazón está preparado, seguro que fructificará. Así lo recuerda el profeta Isaías, comparando la fuerza de la palabra de Dios con la lluvia que hace germinar la semilla esparcida por el sembrador: «Así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo» (Is 55, 11). El Señor, a través del don de la fe que hemos recibido, ha puesto un germen en nuestro corazón que nos permite comprender y acoger la iniciativa de Dios y responder a ella.

La misma explicación de la parábola, a la que antes aludíamos por poco usual, expresa la comprensión de los misterios de Dios que el Espíritu Santo desarrolla en el corazón de la Iglesia. Los discípulos de Jesús preguntarán sobre el significado de las parábolas, pues no han recibido aún el Espíritu Santo y su entendimiento no se ha abierto plenamente. Eso sucederá en la Pascua y en Pentecostés, momentos de los que nosotros hemos sido ya partícipes y que nos ayudan a comprender la exigencia de ser evangelizadores y dar fruto abundante. Ser fieles al don de la fe recibida, nos capacita para participar con ilusión, generosidad y fecundidad en la construcción del reino de Dios.

Evangelio / Mateo 13, 1-23

Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a Él tanta gente, que tuvo que subirse a una barca; se sentó y les habló en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso; apenas tenía tierra, y como no era profunda brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos ciento, otros sesenta, otros treinta. El que tenga oídos, que oiga».

Se acercaron los discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?» Él les contestó: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos, y a ellos no. Les hablo en parábolas, y miran, sin ver, y escuchan, sin oír ni entender… Dichosos vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen. Muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron. Oíd lo que significa la parábola del sembrador: si uno escucha la palabra del Reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno».