El poder de lo pequeño, cuando lo sencillo se convierte en objeto de exposición - Alfa y Omega

El poder de lo pequeño, cuando lo sencillo se convierte en objeto de exposición

La Obra Social La Caixa y el Museo Nacional del Prado organizan conjuntamente la exposición Los objetos hablan, en el CaixaForum de Lérida, hasta el 20 de julio. La muestra reúne una selección de sesenta pinturas y piezas de las principales escuelas -española, flamenca, italiana y francesa-, de entre los siglos XVI y XIX. Incluye esta exposición obras maestras de artistas como Goya, Rubens, El Greco, Luca Giordano, Sorolla, Murillo, Zurbarán, José de Ribera y Jan Bruegel el Viejo, y revela la importancia que todos estos pintores han dado a los objetos que nos rodean y que forman una parte esencial en nuestras vidas

Eva Fernández
La Última Cena, de Luis Tristán (1620)

Cuentan que san Diego de Alcalá acostumbraba a coger pan de la mesa de su convento para dárselo a los pobres. Un día fue sorprendido por otro hermano, que le pidió ver lo que llevaba oculto en el hábito. El santo respondió que eran rosas y milagrosamente los panes se convirtieron en las flores con las que le pintó Zurbarán en uno de los cuadros que puede verse en esta exposición.

El charlatán sacamuelas , de Theodor Rombouts (ca. 1620)

Si nos fijamos en El charlatán sacamuelas (hacia 1620), del pintor flamenco Theodor Rombouts, el pícaro dentista luce alrededor del cuello un collar realizado con muelas, como muestra de su buen hacer ante quienes esperan su turno. La mesa está completamente ocupada por multitud de instrumentos, señal de que lleva un buen rato trabajando.

En muchas ocasiones, los objetos de los cuadros se convierten en auténticos protagonistas de la composición y en elementos clave para reconocer la escena representada. En esos pequeños objetos está la clave de todo, porque ejercen de albaceas de la memoria colectiva y actúan como notarios de las circunstancias históricas y sociales del momento en el que los artistas los pintaron.

Isabel de Francia, reina de España, de Pourbus el Joven (1615)

Aquí está la raíz de la exposición Los objetos hablan, una original muestra donde los detalles adquieren una particular relevancia. No es casual, por ejemplo, que la reina Isabel de Borbón, esposa del rey Felipe IV, con el sutil gesto de su mano derecha, nos obligue a llevar la mirada hacia el rico colgante que adorna su vestido, en el espléndido retrato que le hizo Frans Pourbus en 1615. Probablemente, la reina pidió ser retratada con esas joyas para dejar constancia del poder de su linaje. Aunque fue famosa por su belleza, Francisco de Quevedo le dedicó un célebre verso de doble sentido: «Entre el clavel blanco y la rosa roja, Su Majestad escoja», porque, al parecer, la reina tenía problemas de cojera, y detestaba que se lo recordaran.

San Diego de Alcalá, de Zurbarán (1658-1660)

Objetos para imaginar y evocar

Los pequeños objetos también invitan a quienes los contemplan a imaginar y a evocar otros lugares o momentos. ¿Qué es lo que pensaría la duquesa de Abrantes, retratada por Goya, mientras posaba para el pintor? ¿Habrá escogido cuidadamente la partitura que sostiene en su mano? ¿Por qué, en concreto, unas notas musicales y no un libro o una carta, o un abanico, objetos habituales en los retratos de su tiempo? Goya quiere subrayar la afición a la música de su modelo y demuestra la educación que recibió la hija menor de los duques de Osuna. La dama luce una corona de rosas blancas, un tocado de moda entre las damas españolas de ese período.

Si nos preguntásemos qué es lo más importante en una pintura de temática religiosa, la respuesta lógica sería que tanto sus protagonistas, como la recreación de la escena, deben invitar a la devoción. Pero no podemos olvidar que los objetos que aparecen en la composición también juegan un papel primordial, porque nos informan sobre el hecho que relatan y adquieren un gran valor simbólico. En La Última Cena, de Luis Tristán (1620), el mantel de lino ha sido recién desplegado para la ocasión, como se comprueba en los dobleces que aún arrugan la tela. Los sobrios manjares de la cena se distribuyen a lo largo de la mesa: media liebre frente a Jesús y piezas de fruta divididas y esparcidas por el mantel, un cardo y panes. Judas está a la izquierda de la mesa. Es el único que mira al espectador y, ajeno a la escena, sostiene en su mano el saquito de monedas. Detalles que ayudan a rezar, a imaginar la Última Cena, tal como pudo suceder en realidad.

Bodegón con ostras, ajos, huevos, perol y puchero, de Luis Egidio Meléndez (1772)

Todos los cuadros que aparecen en la exposición pertenecen a los fondos del Museo del Prado, que también posee una gran colección de bodegones, en los que aparecen muchos detalles escondidos, que nos hablan de gustos gastronómicos y del poder adquisitivo de quienes los encargaron. En Bodegón con ostras, ajos, huevos, perol y puchero, de Luis Egidio Meléndez (1772), aparecen varias ostras, un elemento poco habitual en las mesas de la época.

La duquesa de Abrantes, de Goya (1816)

Claramente, los objetos que nos rodean definen quiénes somos y cómo nos comportamos. Nos retratan. Además, su aparición en las pinturas ofrece una información que el espectador no es capaz de percibir en un primer momento, pero a la vez favorece y enriquece esa misteriosa conversación que se establece entre la pintura, el artista y el visitante de la exposición. Son precisamente esos objetos que acompañan a los protagonistas de algunas pinturas los que dotan al cuadro de un gran poder evocador. Albert Einstein dijo en una ocasión que la belleza de los objetos reside en el corazón de quien los contempla. Gracias a ellos, hoy es posible el diálogo entre los visitantes y los objetos de esta exposición.