El cardenal que creó nuevos caminos para el siglo XX - Alfa y Omega

El cardenal que creó nuevos caminos para el siglo XX

Hoy se celebran los cien años del fallecimiento del Beato Marcelo Spínola, cardenal arzobispo de Sevilla y fundador de la Congregación de las Esclavas del Divino Corazón. Desde esta página, Alfa y Omega se suma a la acción de gracia de la Congregación por la presencia de esta gran figura en la Iglesia española. Escribe una de sus hijas Esclava del Divino Corazón:

Colaborador

Después de que, el día 19 de enero de 1906, entregara su alma a Dios el cardenal arzobispo de Sevilla don Marcelo Spínola y Maestre, la prensa local y nacional resaltaba las virtudes y los méritos de un prelado que sobresalió en el servicio a Dios y a la Iglesia: defensor de la verdad, predicador incansable, apóstol ardiente… Hoy, en el centenario de su muerte, queremos recordar a este hombre, a quien su contemporánea santa Ángela de la Cruz, que lo trató y apreció mucho en vida, llamó «santo y venerable sacerdote, modelo de prelados santos».

Nacido en San Fernando (Cádiz), el 14 de enero de 1835, obtuvo el título de abogado en la Universidad de Sevilla en 1856. Ordenado sacerdote el 21 de mayo de 1865, sirvió a la Iglesia en todos los grados propios del ministerio sacerdotal, y como obispo auxiliar, obispo de Coria, de Málaga, arzobispo de Sevilla y cardenal.

Se distinguió don Marcelo por su profundo amor a Jesucristo, proyectado en dos dimensiones: la interior y la acción apostólica. Fue un hombre sensible, atento siempre a las necesidades de su época, a las que se esforzó por dar respuesta con instituciones que aún perviven, como la Congregación religiosa de las Esclavas del Divino Corazón, para la formación y educación de la mujer, tan abandonada en aquel siglo. Se ocupó de los pobres, para los que llegó a pedir limosna por las calles de Sevilla; de los obreros, defendiendo la justa reivindicación de sus derechos; de los sacerdotes, preocupándose de sus necesidades materiales y, sobre todo, cuidando la formación del clero, al que quería virtuoso y culto.

Don Marcelo era hombre de débil complexión, pero en su resistencia y entrega al trabajo fue incansable. Visitó personalmente, con las difíciles comunicaciones de la época, toda la diócesis de Sevilla -entonces mucho más grande que ahora-. Igualmente visitó la diócesis de Coria, con las entonces famosas Hurdes, donde la pobreza y las dificultades de comunicación eran aún mayores, y también, más de una vez, la de Málaga.

Predicador incansable, don Marcelo nos ha dejado una fecunda producción escrita, llena de doctrina y de unción. Porque sus escritos son, sobre todo, la expresión de su vida interior, de su amor a Jesucristo, a la Iglesia y a su prójimo. Sus biógrafos nos han dejado preciosos juicios y comentarios sobre él: «De él no se sabe qué admirar más, si su santidad o su ciencia, su espíritu de trabajo o su profunda vida interior. Spínola fue un hombre capaz de pintar fácil la virtud, atractivo el trabajo, posible el heroísmo, asequible la santidad. Admira sin humillar, anima sin molestar, comprende sin claudicar: sólo el Espíritu puede ser autor de una semblanza espiritual tan exquisita», escribe monseñor Jesús Domínguez, uno de sus sucesores en el episcopado de Coria.

Éste es el hombre que recordamos hoy, a los cien años de su muerte y 18 de su beatificación. A la pregunta de qué aportan los santos a nuestro momento de Iglesia, responde uno de los Postuladores de la Causa del Beato Spínola que en don Marcelo encontramos una vida densa, para buscar en ella la respuesta a esta inquietud. No se sabe qué admirar más, si la autenticidad con que se dedica a las dos facetas de una realización sacerdotal -intimidad espiritual y actividad apostólica-, o el paralelismo que alcanzó al ensamblarlas.

Fue avanzadilla en el quehacer apostólico; probó todo campo que supusiese una urgencia, inventó, abrió caminos nuevos. No se contentó con hacer bien lo que ya se hacía; fue creador de pastoral eficaz para estreno de siglo. Fue un hombre inquebrantable en su lealtad; no tuvo flexiones de acomodo, ni comtemporizaciones baratas de circunstancias. Fue línea recta en los principios. Precisamente por eso, fue también un hombre comprensivo y humilde. Acaso nuestros tiempos precisen de un examen en estas tres lecciones. Tienen la urgencia del ambiente. Tienen también vigencia para el mundo de hoy.

Sor Concepción Montoro

Ayer y hoy, en defensa de la libertad de enseñanza

El cardenal Spínola se caracterizó por una profunda humildad, a la vez que por una inflexible fortaleza en pro de los derechos de la Iglesia y de la sociedad, entre otros, en su papel como senador desde 1891 hasta su muerte. Fue notable su intervención en el Senado en noviembre de 1901, defendiendo la libertad de enseñanza frente a la ley de Romanones: «Se han concedido tales privilegios a la enseñanza oficial, y se han recortado tales derechos a la enseñanza privada, que bien puede asegurarse que el Estado es ya árbitro de lo que han de aprender los españoles. No es conforme a la noción del Estado el que sea docente».