El Papa aprueba nuevos Decretos de virtudes heroicas: ¿Y si ese pobre es Cristo? - Alfa y Omega

El Papa aprueba nuevos Decretos de virtudes heroicas: ¿Y si ese pobre es Cristo?

La Iglesia sostiene que, «para ser heroica, una virtud debe capacitar a su dueño para realizar acciones virtuosas con extraordinaria prontitud, facilidad y placer, por motivos sobrenaturales y sin razonamientos humanos». Las personas cuyos Decretos de virtudes heroicas acaba de aprobar el Papa Francisco vivieron lo que proclamaba san Francisco: La caridad sin esfuerzo. El mismo Jesús, a quien vieron en los más pobres, se abrió paso en su naturaleza, y ellos vivieron así: No soy yo, es Cristo que vive en mí

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Juan Pablo II da la Comunión a Marcello Candia

Sigüenza, Guadalajara. Un viernes cualquiera del año 1840. A la puerta de la casa de Manuela Bueno llaman varios mendigos para solicitar su ayuda, pues todo el pueblo sabe que no deja irse a nadie sin una moneda o algo de comida. La escena la contempla el pequeño Saturnino, confiado a su tía-abuela Manuela tras la muerte de su madre. «A ella le debo los sentimientos de caridad para con los pobres… Con ella daba la limosna de pan todos los viernes a cuantos pobres iban a recibirla, y yo era su confidente para el reparto de otras clases de limosna», recordaría Saturnino mucho años más tarde, junto a las palabras que su tía Manuela solía repetir: «Mira, hijo, cuanto más damos, más lo aumenta el Señor»; y «¡qué sabemos si será Jesucristo en la persona de ese pobre!».

Saturnino Novoa, cofundador de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados

Cuando, siendo un adolescente, Saturnino Novoa Bueno entró en el seminario para seguir a Cristo desde el ministerio sacerdotal, descubrirá que su manera concreta de vivir el sacerdocio es aquella misma caridad hacia los pobres. Y de ahí nació sin duda la llamada a fundar, el 27 de enero de 1873, junto a la hoy santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars, la Congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, la obra que la Providencia le llamó a hacer para servir a los ancianos. La inspiración se la dio el Espíritu Santo cuando, a principios de 1872, acoge en su casa a Antonia, una anciana de 82 años viuda y enferma, conocida como la tía Ordina. «Como la enferma no mejoraba, y la humedad y falta de ventilación en el cuarto donde estaba la perjudicaba mucho, hice que la trasladaran a mi habitación, se la colocara en buen cuarto, se le pusiera cama decente, y fuera visitada por el médico de casa», escribió entonces don Saturnino. Y durante los días siguientes, pensaba: «Si lo que se ha hecho con esta pobre mujer pudiera hacerse con tantos otros ancianos pobres y abandonados a sí mismos…». Entonces le asalta la idea de «lo conveniente que sería la fundación de un Instituto religioso de mujeres, que tuviera por objeto recoger a ancianos pobres y desvalidos de ambos sexos, cuidarlos y asistirlos en lo espiritual y corporal, preparándolos para una buena muerte». Y así nacieron las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, que hoy cuentan con 206 casas en 20 países de todo el mundo, y siguen poniendo en los ancianos enfermos aquella mirada que tenía la tía Manuela: la de quien ve en el que sufre al mismo Jesucristo.

Vende todo lo que tienes y…

Vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme. Y Marcello Candia se lo creyó: vendió la fábrica de ácido carbónico heredada de su padre y su propia casa para seguir a Cristo nada menos que hasta el Amazonas, para fundar un gran hospital, una leprosería, una escuela de enfermería y multitud de obras de caridad, financiadas todas por él. Le sobraba el dinero porque abundaba en Dios, el origen de todo bien. «En cada paciente está Jesús», repetía. Y lo sabía bien porque su oración era muy sencilla, alimentada con un pequeño devocionario, de esos con las oraciones del cristiano de toda la vida. Y, como sabía que la oración está detrás de todo lo bueno, pidió a los carmelitas que fundaran dos conventos en la zona de Brasil en la que trabajaba. El 31 de agosto de 1983 moría Marcelo, cuya única exégesis que hizo en su vida fue leer el Evangelio hasta el final…, y creérselo.

La italiana Elena de Persico

Por las mujeres

Elena de Persico, escritora y periodista, vivió durante el siglo XX en medio de un compromiso total con los desafíos de su tiempo, con especial hincapié en los derechos de la mujer. En 1908, funda la Unión de Mujeres Católicas, insistiendo en el derecho y en el deber que tienen las mujeres en participar en la vida política de su país; y funda al mismo tiempo la comunidad FRA: un nuevo tipo de consagración secular en medio de las actividades del mundo, en el que un grupo de mujeres vivan en comunidad una vida de pobreza, castidad y obediencia.

Todos ellos han mostrado ante Dios y ante la Iglesia sus virtudes heroicas, junto a Antonio Ferreira, de la Congregación de la Misión; el salesiano José Augusto Arribat; María Verónica de la Pasión, fundadora de las Hermanas del Carmelo Apostólico; y Gaetana del Santísimo Sacramento, primera Superiora General de la Congregación de las Hijas de San Gaetano.

Todos ellos han recibido la gracia de ver a Cristo –pobre, débil, humilde– en los más débiles, pobres y humildes de la tierra.