Utopía y realismo ante el reto migratorio - Alfa y Omega

Utopía y realismo ante el reto migratorio

La prudencia no es excusa para la inacción. Ni menos aún para que se lleven a cabo políticas que desprecian los derechos humanos

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Foto: CNS

Una vez más el Papa ha pedido esta semana a los gobiernos de todo el mundo un esfuerzo para alcanzar en septiembre dos pactos mundiales en la ONU que protejan de forma efectiva los derechos de emigrantes y refugiados. Francisco aludía ampliamente el lunes a este tema en su discurso al personal diplomático ante la Santa Sede, combinando armónicamente utopía con realismo.

Hay nada menos que 250 millones de personas obligadas en el mundo a vivir lejos de sus hogares. Esta generación será juzgada por cómo responda a este enorme desafío. Pero ¿hasta dónde es sensato para una sociedad acoger a población extranjera sin poner en peligro su propia estabilidad y cohesión interna? El Papa aludía ante los embajadores al «ejercicio de la virtud de la prudencia» y advertía contra la actitud del «constructor necio» del Evangelio, «que hizo mal sus cálculos y no consiguió terminar la torre que había comenzado a construir». Claro que la prudencia no es excusa para la inacción. Ni menos aún para que se lleven a cabo políticas que desprecian los derechos humanos. Los países más ricos tienden además a verse a sí mismos como fortalezas asediadas, cuando la realidad es que el grueso de los flujos migratorios se produce entre países del sur, con frecuencia mucho más generosos que las naciones ricas en la acogida a extranjeros. Pero la solidaridad también se educa. Es importante no descuidar esa dimensión pedagógica. Ese es el sentido de la campaña Compartiendo el viaje lanzada por las Cáritas de todo el mundo, que promueve espacios de encuentro entre la población local y la recién llegada para deshacer prejuicios y transformar la percepción de las migraciones de amenaza en oportunidad. Los fuertes equilibrios que existen en el mundo hacen que esos flujos sean prácticamente incontenibles, pero el fenómeno sí puede ser encauzado y convertido en un factor de enriquecimiento para todos. Para eso no basta con un impulso de generosidad inicial a favor de la acogida; se necesitan estrategias de integración a largo plazo, en las que, junto a la Administración pública, se involucre a la sociedad civil. Esa es la apuesta de la Iglesia. ¿Utopía? Más bien, realismo y sentido común.