Buscando a Dios, construyeron Europa - Alfa y Omega

Buscando a Dios, construyeron Europa

«El Evangelio fue la primera Constitución europea», afirmó rotundo el abad del Valle de los Caídos, padre Anselmo Álvarez, al inaugurar en esta abadía el congreso El monacato benedictino y la cristianización de Europa. El encuentro, que inauguró el obispo de Córdoba y clausuró el cardenal arzobispo de Madrid, analizó la ingente labor de los monjes en los ámbitos de la cultura, el trabajo, la caridad, la construcción de la paz… y constató que tuvo un único origen: «No anteponer nada a la obra de Dios». Un mensaje que tiene mucho que decir hoy, a una Europa que olvida estas raíces

María Martínez López
«En la confusión de un tiempo en que nada parecía quedar en pie, los monjes querían dedicarse a lo esencial»

«Para entender a Europa hay que mirarla con los ojos de quienes la crearon», entre los que ocupan un lugar destacadísimo los monjes y, en particular, los benedictinos. Estas palabras del padre Anselmo Álvarez, abad del Valle de los Caídos, sintetizan el objetivo de dicha abadía y del Foro San Benito de Europa al convocar el I Congreso internacional El monacato benedictino y la cristianización de Europa, celebrado el pasado fin de semana. La conclusión es clara: «El Evangelio fue la primera Constitución europea».

¿En qué consistió la revolución de san Benito? «No estaba en su intención crear una cultura, y ni siquiera conservar una cultura del pasado. Su motivación era mucho más elemental. Su objetivo era buscar a Dios», aseguró Benedicto XVI, en 2008, en el colegio de los Bernardinos, de París. En plena crisis por la caída del Imperio Romano de Occidente y la invasión de los pueblos bárbaros, «en la confusión de un tiempo en que nada parecía quedar en pie, los monjes querían dedicarse a lo esencial». La Regla que redactó san Benito (480-547) en el monte Casino lo refleja así: quería crear una escuela del servicio divino, en la que no se antepusiera nada a la obra de Dios, y que terminó siendo «la escuela en la que Europa aprendió a ser casi todo lo que ha sido», en palabras del padre Anselmo.

San Benito. Biblioteca vaticana (ilustración: siglo XI)

Tras varios años como anacoreta en Subiaco, san Benito no quería simplemente imitar a los monjes del desierto. Sí, sus monjes tenían que dedicar gran parte del día a la oración y la lectio divina, pero también al trabajo, según el principio ora et labora, que, curiosamente, no aparece como tal en su Regla. Esto es lo que quería el santo de Nursia, sin saber que «sus monjes iban a ser Papas, a construir una civilización, a parar guerras… Este éxito de los benedictinos se debe a que, en la Alta Edad Media» -hasta el año 1000-, «el clero secular entró en una crisis» de mundanización y falta de formación, «tan profunda que el monacato, que mantuvo una pureza de costumbres y un entusiasmo evangelizador muy fuertes, eran la última esperanza. Tuvieron que apagar fuegos que nadie más apagaba», ofreciendo núcleos de vida cristiana y de estabilidad donde no los había, explica don Alejandro Rodríguez de la Peña, director académico del Congreso.

Cultura y sabiduría

Volviendo al proyecto original de san Benito, «la Regla incluye el deber de copiar, leer y estudiar libros», añade. En sus bibliotecas, se encontraban no sólo la Sagrada Escritura y las obras de los Padres de la Iglesia, sino también parte importante de las obras de la literatura y la cultura clásicas, casi inexistentes en otros lugares. Además de la oración y la lectio divina, en su rutina diaria los monjes -y también las monjas- dedicaban varias horas a la lectura y el estudio, la copia de libros y también la escritura. Esta apertura a todas las artes y ciencias humanas, profundizada en el silencio y la oración, gestó la unificación entre el pensamiento clásico y el cristiano. Fue «la primera y auténtica ilustración europea -según el padre Anselmo-. El monasterio es una universidad en la que el monje conoce y practica los saberes fundamentales: nadie como él lleva una mirada tan profunda hacia los objetos primordiales de la ciencia: el hombre, la naturaleza, la Historia. Convierte, entonces, la ciencia en sabiduría».

Los hijos de san Benito no guardaron esta sabiduría bajo el celemín, sino que se la ofrecieron al mundo. Al caer el Imperio Romano de Occidente, «cerraron o fueron destruidas todas las escuelas seculares» y, poco después, «también las episcopales, que las habían sustituido -explica Rodríguez de la Peña-. Aún no había universidades. Desde el siglo VIII hasta el XII, las únicas escuelas de un cierto nivel eran las monásticas». Y no sólo para los novicios: en ellas había niños, los oblatos, «entregados por sus padres a la abadía» con la intención de que terminaran profesando. Allí, aprendían latín y los fundamentos del trivium -Gramática, Dialéctica y Retórica-. «Muchos laicos alcanzaron una educación porque habían sido oblatos, pero no habían llegado a profesar». Hubo una época, incluso, en la que las escuelas admitían a todos los bautizados.

La revolución del trabajo

Monasterio de Subiaco, sobre La Santa Cueva: cuna de los benedictinos y de Europa

El otro elemento del trabajo de los monjes fue, si cabe, más revolucionario: el trabajo manual. En el mundo clásico, este tipo de tareas eran propias de los siervos. En Israel, «y a veces en el cristianismo primitivo, se pensaba que el trabajo era una condena de Dios por el pecado original», explica Rodríguez de la Peña. En contraste, «el monacato valora todo trabajo, lo cual es el origen lejano de algo que en el cristianismo tardó mucho en entenderse: la idea del trabajo como camino de redención y santificación. Ésta es, para mí, la revolución benedictina». A esto se suma que san Benito «quiere una comunidad monástica verdaderamente pobre, lo cual significa autosuficiente»: cultivaban y elaboraban su propia comida, cuidaban su ganado, canalizaban agua, forjaban hierro, confeccionaban su ropa, hacían artesanía… En todos estos ámbitos, innovaron en la técnica, como por ejemplo a la hora de fabricar instrumentos agrícolas. Como resumió monseñor Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, en la Eucaristía de inauguración del Congreso, los monjes «cultivaron y transformaron la tierra y lo creado para hacer de la creación un lugar habitable para el hombre».

Hospederías, hospitales y hasta geriátricos

En su Regla, san Benito pedía tratar a los huéspedes, especialmente pobres y peregrinos, como al mismo Cristo, hasta el punto de recibirlos inclinándose y lavándoles los pies. También estaba previsto que todos los monasterios tuvieran hospedería y enfermería, además de un monje enfermero que atendiera tanto a la comunidad como a cualquiera que lo necesitara. Las enfermerías de algunos monasterios grandes superaban con mucho, en número de camas, a los escasos hospitales de la época. Por otro lado, los monjes conocían, gracias a sus bibliotecas, el cultivo de plantas aromáticas y medicinales, por lo que ejercieron la Medicina con una base académica considerable para la época. Esto, junto al acompañamiento espiritual, hacía que muchas personas pasaran allí el final de su vida.

Misión

Del siglo VIII al XII, las únicas escuelas de un cierto nivel eran las monásticas, y no sólo para los novicios…

Entre los siglos VI y XII, cuando las Órdenes mendicantes tomaron el relevo, los monjes llegaron en sus misiones donde Roma no había llegado nunca. En esta misión, «utilizaron bastante menos la palabra que la vida de las comunidades, que hablaban por sí mismas del Evangelio» y se lo transmitían a quienes se relacionaban con ellas y, en especial, a las poblaciones que se iban creando a su alrededor, aseguró el padre Anselmo. En algunos casos, hay constancia de que los bárbaros se sentían atraídos, especialmente, por la belleza de la liturgia.

Sin embargo, los monjes también fueron misioneros ad gentes. Las primeras misiones organizadas nacieron por iniciativa del Papa benedictino san Gregorio Magno, quien a comienzos del siglo VII encomendó a su Orden la evangelización de las Islas Británicas. A su cabeza estaba san Agustín de Canterbury, que se mantenía en contacto constante con el Papa. Una vez evangelizado este territorio, se organizaron, desde él, misiones hacia el continente. San Willibrordo se dirigió a Frisia -Holanda-, san Bonifacio a Germania, san Ascario (Óscar) a las actuales Dinamarca y Suecia y, ya en el siglo XII, los cistercienses a Prusia. Los benedictinos también estuvieron implicados en la evangelización de los pueblos eslavos en las actuales Croacia y Hungría, mientras que los hermanos Cirilo y Metodio, vinculados al monacato bizantino, evangelizaron la Gran Moravia -actuales Chequia y Eslovaquia-.

Según los lugares, las misiones podían dirigirse a los paganos -lo que en varios casos comportó el martirio de los misioneros-, o a poblaciones bautizadas pero que conservaban costumbres y creencias paganas. En sus misiones, los monjes y las monjas -hubo algunas expediciones femeninas- fundaron monasterios como centro de referencia. Buscaron siempre acercarse al idioma y la cultura locales -es paradigmática la invención del alfabeto cirílico-, y formar clero nativo. Así, además, se hizo posible a veces el paso de una cultura oral a una escrita, que se iba integrando en la cristiandad.

Civilización y pacificación

Los asentamientos de pobladores bárbaros en torno a los monasterios terminaron formando pueblos y ciudades, a los que los monjes «proporcionaron su organización, la instrucción, y la iniciación en la vida social y de trabajo», afirmó el padre Anselmo. También una cierta pacificación, al compartir una cultura común pueblos y reinos rivales. Muchas veces, en medio de los pueblos más alejados geográfica y culturalmente, los monjes eran los únicos que tenían algunas nociones de administración, y jugaron un importante papel como asesores de reyes y nobles, a los que transmitieron conceptos de la civilización romana, como el de Estado.

En torno al año mil, el Imperio carolingio que había dominado Europa occidental se fragmentó en pequeños señoríos feudales, que comenzaron «una especie de guerra de todos contra todos. En ese momento, los monjes cluniacenses -benedictinos reformados- iniciaron el movimiento de la paz de Dios: a través de asambleas, de sus sermones y de las amenazas de excomunión, consiguieron que se declararan una serie de treguas y que se respetara a los inermes, los que no tenían armas -explica Rodríguez de la Peña-. Fue esto lo que generó la idea posterior, un poco idealizada, del caballero medieval protector de los débiles. Es, además, el primer momento en que se regulan los derechos de los civiles».

En definitiva, como subrayó el abad del Valle de los Caídos, en sus monasterios «san Benito proyectó la imagen del hombre que se desprende del Evangelio», y que se concretó en «la unidad entre espíritu y pensamiento, virtud y trabajo, unidad, comunidad, y comunión con la naturaleza».