Los (verdaderos) derechos humanos, según Francisco - Alfa y Omega

Los (verdaderos) derechos humanos, según Francisco

Una mirada reduccionista de la persona abre paso a la injusticia, la desigualdad social y la corrupción. Un paso hacia la barbarie. De eso está convencido Francisco. Lo dejó claro en su mensaje de año nuevo a los diplomáticos del mundo acreditados ante la Santa Sede. Un discurso que, más allá de contener llamamientos a la cordura en Venezuela, Corea y otras latitudes, puso el dedo en la llaga de los derechos humanos. Los verdaderos. Denunció la multiplicación de supuestos derechos, los intentos por justificar la explotación laboral, la carrera armamentista y otras aberraciones. Dejando así sin fundamento ciertas visiones distorsionadas de su pontificado

Andrés Beltramo Álvarez
Foto: CNS

Este lunes 8 de enero el Papa quiso recordar a su manera varios aniversarios: un siglo del fin de la I Guerra Mundial, 70 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, 50 de las «agitaciones sociales» surgidas del llamado «movimiento del 68». Allí, en la Sala Regia del Palacio Apostólico y ante delegados de los 185 Estados que mantienen relaciones con el Vaticano, quiso hablar de paz, desarme, trabajo y familia con una mirada integradora.

En no pocas ocasiones, Francisco es presentado como un «Papa progresista», a secas. Aperturista a ultranza en materia migratoria sin importar las consecuencias. Capaz de aceptar, bajo ciertas condiciones, azotes contra la vida humana. Y muchos otros etcéteras. En resumen, un Pontífice a contramano del magisterio de la Iglesia. Pero su saludo a los diplomáticos manifestó un perfil distinto. Incisivo, sí, pero equilibrado y humanista. En los derroteros de sus predecesores.

Entre otras cosas, lamentó un cambio progresivo en la concepción de derechos humanos y la aparición de una multiplicidad de «nuevos derechos», contradictorios y contrapuestos. Un fenómeno cuyo origen ubicó en las agitaciones del 68. No necesitó nombrarlo, pero se refería al aborto. Caso emblemático. Y a otras prácticas contra la vida que, señaló, contradicen la cultura de muchos países donde su promoción termina por instaurar «formas modernas de colonización ideológica». Imposición de los ricos sobre los pobres, de los fuertes sobre los débiles.

«Duele constatar cómo muchos derechos fundamentales están siendo hoy pisoteados. El primero entre todos el derecho a la vida, a la libertad y a la inviolabilidad de toda persona humana. No son menoscabados solo por la guerra o la violencia. En nuestro tiempo hay formas más sutiles: pienso en los niños inocentes, descartados antes de nacer; no deseados, a veces solo porque están enfermos, con malformaciones o por el egoísmo de los adultos», advirtió.

No se quedó ahí. Completó el diagnóstico, ampliando la defensa de la vida a todas las fases de la existencia humana. Lamentó el descarte de los ancianos, considerados un peso; el de las mujeres, que padecen violencia en sus mismas familias; las víctimas de trata de personas, un «comercio perpetrado por sujetos sin escrúpulos».

Defender el derecho a la vida, precisó, es asegurar el acceso a la salud de las personas, a precios accesibles y de forma universal. Defender el derecho a la vida, insistió, es trabajar por la paz, que no se construye como «la afirmación del poder del vencedor sobre el vencido». Porque «lo que disuade de futuras agresiones no es la ley del temor, sino la fuerza de la serena sensatez que estimula el diálogo y la comprensión mutua para sanar las diferencias».

Contra la proliferación de armas

Resulta difícil ignorar las implicaciones profundas de estas palabras. En el campo social y político. Nacional e internacional. Recortes draconianos a las pensiones y la seguridad social, abandono de la infancia y la tercera edad a su suerte, naturalización de la prostitución, una estabilidad mundial basada en la amenaza de una guerra total, no son situaciones ajenas a esta ecuación. Pero no existe alternativa a reconocer en serio la dignidad de cada persona porque, como sostuvo el Papa, su «desprecio conduce a actos de barbarie que ofenden la conciencia de la humanidad».

De allí su preocupación por la ineficacia de los esfuerzos de paz impulsados por la comunidad internacional, que sucumben ante la «lógica aberrante de la guerra». «La proliferación de armas agrava las situaciones de conflicto y supone grandes costes en términos materiales y de vidas humanas», constató.

La paz, argumentó, es una condición imprescindible para el desarrollo integral de las personas y los pueblos. Exige combatir la injusticia y erradicar, sin violencia, las causas de las discordias que conducen a las guerras. Eso tiene sus consecuencias: un inevitable camino al desarme y la erradicación definitiva de todo el aparato bélico nuclear. No solo: también una reducción en el uso la fuerza armada en la gestión de los asuntos internacionales.

Un tema tabú en un escenario mundial proclive a la militarización. «Deseo invitar a todos a un debate sereno y lo más amplio posible sobre el tema, que evite la polarización de la comunidad internacional sobre una cuestión tan delicada», añadió Francisco.

Migrantes, familia, trabajo

En materia migratoria, el Papa no pidió una apertura irracional de las fronteras. Al contrario, destacó el valor de la «prudencia necesaria» en los gobernantes, a los cuales animó a acoger, proteger e integrar. Reconoció que ellos tienen una responsabilidad con sus comunidades y no pueden actuar como «constructores necios» incapaces de hacer bien sus cálculos.

Al mismo tiempo, urgió a abandonar la retórica de los «miedos ancestrales» contra los extranjeros. Recordó que ellos son personas y que la libertad de movimiento es un derecho fundamental. «Aun reconociendo que no todos están siempre animados por buenas intenciones, no se puede olvidar que la mayor parte de los emigrantes preferiría estar en su propia tierra», agregó.

Francisco dedicó también pasajes de su discurso al trabajo y a la familia, «comunión de amor, fiel e indisoluble, que une al hombre y a la mujer». Para esa célula básica reclamó «políticas concretas», porque el desinterés por ella provoca una «dramática caída de natalidad» que determina un «verdadero invierno demográfico». Signo de sociedades, dijo, con dificultad para afrontar los desafíos del presente, temerosas con respecto al futuro y que terminan por encerrarse en sí mismas.

Defendió igualmente el derecho al trabajo como condición para la paz y el desarrollo. Pero lamentó que se haya convertido en un bien escaso en muchas partes del mundo, especialmente para los jóvenes. Constató cómo el avance de la tecnología que reemplaza al hombre y la distribución desigual de las oportunidades, generan un ambiente propicio para exigir a los trabajadores ritmos cada vez más estresantes. Atentando así contra otra dimensión fundamental de la vida: el descanso.

En su mensaje, el Papa apoyó los acuerdos internacionales contra la tenencia de armas nucleares, por la reducción de gases contaminantes que provocan el calentamiento global (COP21) y los Pactos Mundiales (Global Compacts), sobre refugiados y por una migración segura y ordenada. Los mismos instrumentos boicoteados por los Estados Unidos bajo la Administración de Donald Trump.

No parece casual, entonces, la reivindicación de Francisco sobre los verdaderos derechos humanos: «Ellos fueron enunciados para eliminar los muros de separación que dividen a la familia humana y para favorecer el desarrollo humano integral, promover a todos los hombres y a todo hombre».

La transmisión de la fe a los hijos «solamente puede hacerse en el dialecto» que se usa en la familia. Lo afirmó Francisco el domingo, al bautizar a 34 niños en la capilla Sixtina, durante la solemnidad del Bautismo del Señor. «Si falta el dialecto, si en casa no se habla entre los padres la lengua del amor, la transmisión no se podrá hacer». Más adelante –añadió– «vendrán los catequistas a desarrollar esa primera transmisión con ideas, explicaciones». El Pontífice recordó a los padres y padrinos que «tenemos necesidad del Espíritu Santo para transmitir la fe. Solos no podemos», y los animó a rezar sencillamente con sus hijos.

«¿Por qué solo los Magos vieron la estrella?», preguntó el Papa en la Misa de la Epifanía, en la que se recuerda a los catequistas nativos. «Tal vez porque pocas personas alzaron la vista al cielo». Frente a quienes se contentan con «salud, dinero y algo de diversión», Francisco subrayó que, «para vivir realmente, se necesita una meta alta». También reflexionó sobre los sumos sacerdotes y escribas, que sabían dónde nacería el Mesías pero no fueron a Belén. «Puede ser la tentación de los que creen desde hace mucho: se discute de la fe, pero no se arriesga personalmente por el Señor. Se habla, pero no se reza; hay queja, pero no se hace el bien».