¡El sepulcro está vacío! - Alfa y Omega

¡El sepulcro está vacío!

Éste es el testimonio de una peregrinación, en bicicleta, a Tierra Santa recorriendo los lugares de la vida de san Pablo: un encuentro con los orígenes del cristianismo, en el que la Historia y la fe se unen para constatar la profunda huella que el acontecimiento cristiano ha dejado, a lo largo de los siglos

Colaborador
Fernando, en Tarso, el lugar donde nació san Pablo

Después de hacer la peregrinación a Santiago de Compostela, me planteé la posibilidad de hacer una nueva peregrinación, esta vez a Jerusalén. Estaba en un momento de incertidumbre en mi vida y me animé. Empecé recorriendo el que llaman el primer viaje de san Pablo, que está muy bien explicado en los Hechos de los Apóstoles: Perge, Antioquía de Pisidia, donde san Pablo empezó a predicar y donde hoy sólo quedan ruinas… Me tocó hacer una ascensión tremenda por las montañas, una subida muy dura en la que lo pasé mal, y pensé que Pablo y Bernabé debían estar locos para ir por aquí, y eso que ellos lo hicieron andando. Tuve que pedir ayuda y que me dieran de comer. Llegué a Antioquia de Pisidia, y allí sólo hay ruinas: la sinagoga, una basílica… Lo único que hay es una cruz que indica el lugar donde comenzó la predicación de san Pablo.

Posteriormente, llegué a Iconio, que hoy es una gran ciudad, y allí me encontré con dos monjas que fueron las únicas cristianas con las que me encontré durante muchos kilómetros que hice en Turquía. Después, pasé a Listra y a Derbe, hoy un montículo en mitad de un prado, pero que en tiempos fueron centros de vida monástica. Una vez aquí, me lesioné la rodilla y bajé a Tarso como pude, pasándolo muy mal. Y de Tarso volví a Madrid a recuperarme, hasta que en diciembre regresé para completar mi peregrinación siguiendo las huellas de san Pablo. Quería partir de nuevo desde Tarso, y llegar a Jerusalén pasando por Antioquía y Damasco.

Llegada a Nazaret.

La fe de la Iglesia

Si en el primer viaje no encontré casi a ningún cristiano, en esta segunda etapa sí que lo hice. Por ejemplo, conocí al obispo de una diócesis que ocupa más de la mitad de Turquía, y que cuenta con sólo siete curas. Celebré la fiesta de la Inmaculada con ellos, y después partí hacia Antioquía, que antiguamente fue una ciudad con un número importante de cristianos y que fue también la primera sede papal, pues aquí vivió san Pedro durante unos años tras ser expulsado de Jerusalén. Aquí funciona una comunidad neocatecumenal que integra fieles de diferentes ritos.

Me tocaba atravesar Siria, y pasé por un monasterio en mitad del desierto, al que llegué sin dinero, y me acogieron y me dieron de comer; sólo me pidieron que les ayudara a preparar la comida. Y llegué a Damasco, y allí me di cuenta de varias cosas. Pablo, en el camino de Damasco, no se convirtió: le tiraron del caballo y allí se quedó ciego. Dios lo primero que hace es tirarte de tu vida, y te lleva a Ananías, que es figura de la Iglesia, para recuperar la vista. La Iglesia es la que te permite abrir los ojos. Pablo recibió la fe en casa de Ananías; es decir, que Pablo no se dio a sí mismo la fe ni se la inventó, sino que la fe que predica durante toda su vida fue la que recibió en casa de Ananías, la fe de la Iglesia.

Después entré a Israel y llegué a Nazaret, donde la liturgia me recibió con el pasaje en el que dice: «María, toda la creación está a la espera de tu ». Después dormí en la Domus Galilaeae, y luego me dirigí hacia Jerusalén. Bajé siguiendo el Jordán y luego subí hacia Jerusalén por el desierto del Neguev. Pasé la Navidad en Belén, con una comunidad de seminaristas, y allí me di cuenta de la dimensión histórica del nacimiento de Jesús. Y luego, entré en Jerusalén, que es siempre una gracia. Y lo que más me llamó a reflexionar fue que el Santo sepulcro está vacío.

En Jerusalén vi los cimientos del Templo, que fue arrasado mil veces, a lo largo de la Historia, pero los cimientos están ahí y se pueden ver. Y lo mismo en nuestra vida: si los cimientos son fuertes, ya puede haber guerras y lo que quieras, que al final Dios siempre va a estar contigo.

Fernando Peñalba

Lo mejor del viaje

Lo mejor de todo el viaje fue volver, porque me di cuenta de que la vida es una peregrinación y no nos enteramos. Cada día te tienes que levantar igual que si estuvieras peregrinando; te tienes que poner de cara a Dios y preguntarle cuál es Su voluntad para ese día.