En Misa, reconocemos que nuestros pecados también «nos separan del hermano» - Alfa y Omega

En Misa, reconocemos que nuestros pecados también «nos separan del hermano»

Un examen de conciencia que incluye los pecados de omisión, y que reconoce abiertamente que el pecado es propio, no atribuible a otros ni excusable; y una confesión que también se hace a los hermanos. Son algunos de los elementos del acto penitencial de la Misa, que el Papa Francisco ha desgranado este miércoles en su catequesis

Redacción
Foto: EFE/Maurizio Brambatti

Al principio de la Eucaristía es fundamental reconocer que nuestros pecados nos separan tanto de Dios como de nuestros hermanos, y reconocer que también pecamos por omisión. Este acto penitencial, con todo, no exime de la obligación de confesar individualmente al sacerdote los pecados graves.

Así lo ha destacado el Papa Francisco en la catequesis de este miércoles, primera del año, en la que ha retomado las enseñanzas sobre la Eucaristía y, en concreto, sobre el acto penitencial.

Este acto introductorio que cumplimos comunitariamente, ha dicho al comienzo, «favorece la actitud con la cual disponernos a celebrar dignamente los santos misterios, al reconocer ante Dios y ante nuestros hermanos nuestros pecados».

Confesión en público

Tras la invitación del sacerdote, el acto penitencial empieza con un momento de silencio en el que «cada uno entra en su interior para tomar conciencia de todo lo que no corresponde con el plan de Dios. Por eso, confesamos en primera persona del singular diciendo: “He pecado mucho de pensamiento, palabras, obras y omisión”».

Francisco se ha detenido en las omisiones, para subrayar que no es suficiente no hacer mal a nadie, sino que es necesario hacer el bien, entre otras cosas aprovechando las ocasiones que se presentan para dar testimonio de que somos discípulos del Maestro.

También ha puntualizado que confesamos que somos pecadores «tanto a Dios como a los hermanos», porque esto ayuda a comprender la dimensión del pecado: a la vez que nos separa de Dios, «nos separa de nuestros hermanos, y viceversa».

Nuestro pecado, no el de otros

Todas estas palabras están acompañadas «con el gesto de golpearse el pecho para indicar que el pecado es propio y no de otro». Sucede a menudo, ha añadido el Pontífice, que por miedo o vergüenza señalamos con el dedo para acusar a otros. «Cuesta admitir que somos culpables, pero nos hace bien confesarlo con sinceridad».

El Papa ha recordado así los luminosos ejemplos de penitentes que ofrece la Sagrada Escritura, como el rey David, san Pedro, Zaqueo, o la mujer samaritana. Ellos, volviendo en sí tras haber cometido el pecado, encontraron la valentía para quitarse la máscara y abrirse a la gracia que renueva el corazón, es decir, a la gracia de Dios. Enfrentarse a nuestra fragilidad –ha continuado– nos fortalece, porque abre nuestro corazón para invocar la misericordia divina que transforma y convierte.

La súplica a María, a los ángeles y a los santos

La fórmula penitencial –ha añadido el Santo Padre– termina con la súplica a María, los ángeles y santos, amigos y modelos de vida, cuya intercesión nos sostiene en nuestro camino hacia la plena comunión con Dios.

El rito concluye con la absolución del sacerdote, en la que pide a Dios que derrame su misericordia sobre nosotros. Sin embargo –ha matizado Francisco– esta absolución no tiene el mismo valor que la del sacramento de la penitencia, pues «hay pecados graves, que llamamos mortales, que sólo pueden ser perdonados con la confesión sacramental».