Contra el confesionalismo - Alfa y Omega

«Fue tu diestra quien lo hizo Señor, resplandeciste de poder» (Ex. 15, 16) es el lema de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos de este año, que se celebrará dentro de dos semanas. La han preparado los cristianos del Caribe, un pueblo de descendientes de la esclavitud, que han encontrado en el pasaje bíblico de la liberación del Egipto el modelo de confianza en Dios que hoy todos los cristianos necesitamos para, como el pueblo de Israel, no desfallecer en las pruebas camino de la unidad deseada de la Iglesia.

Dice el mensaje de la Comisión de Relaciones Interconfesionales de la Conferencia Episcopal Española para esta semana que «los pueblos esclavizados solo llegan a la libertad rompiendo las cadenas de la esclavitud, y los cristianos desunidos solo alcanzaremos la meta de la unidad rompiendo las ataduras que nos mantienen esclavos de un confesionalismo lleno a veces de prejuicios, cerrado y excluyente, que desconfía de los que no pertenecen a la propia confesión, que niega identidad cristiana a los bautizados de otras confesiones cristianas».

En el recién terminado 2017, los católicos nos hemos unido a nuestros hermanos separados en la conmemoración del 500 aniversario de aquel momento en el que Martín Lutero colocó las 95 tesis sobre las indulgencias en castillo de Wittenberg, dando inicio a la Reforma protestante. Pero no todos con la misma sensibilidad. Entre nosotros aún late ese confesionalismo que no es auténtica confesión de pertenencia católica, inseparable del anhelo del «que todos sean uno para que el mundo crea» (Jn. 17, 21). Varias veces a lo largo del año he oído eso de «¡Que manía con Lutero! ¡Celebremos a Cisneros!», cuando lo católico raramente esta a favor de las opciones excluyentes (esto o lo otro) y sí generalmente a favor de las opciones incluyentes (esto y lo otro).

Haber recordado a Lutero no ha enturbiado nada haber recordado al cardenal Cisneros (por cierto, ambos amantes de la Sagrada Escritura). 500 años después, no deberíamos quedarnos ni en el análisis de sus aciertos ni en el de sus equivocaciones, sino aprender mejor de la historia de la que fueron protagonistas para trabajar por lo que nos une a católicos y protestantes: creer en el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús y en el don de la unidad que Cristo pidió al Padre. Nada que ver con el confesionalismo.