Llamados a trabajar en favor de la paz - Alfa y Omega

El Santo Padre, Papa Francisco, nos ha regalado un bello y claro mensaje en la celebración de la 50 Jornada Mundial de la Paz. A todos los pueblos y naciones del mundo, a los jefes de Estado y de Gobierno, a las comunidades religiosas y a todos los sectores de la sociedad, nos llama a hacer vida lo que en la exhortación apostólica Evangelii gaudium nos dice con tanta claridad: ¡Cuántos conflictos hay en el mundo! ¡Cuántos choques, antagonismos, divisiones! ¿Siempre ha de ser así? Con el Papa Francisco hemos de responder que no. El conflicto se puede transformar en un eslabón de un nuevo proceso, «se hace posible desarrollar la comunión en las diferencias». Pero para ello son necesarios hombres y mujeres que estén dispuestos a ir mucho más allá de la esa superficie conflictiva, capaces de mirar a los demás en la dignidad profunda que tenemos todos los seres humanos. Y ello no es apostar por el sincretismo, tampoco por la absorción de unos en los otros. Hay que apostar por resolver los conflictos en un plano superior que es capaz de conservar las virtualidades de los polos que están en conflicto. Para ello urge que postulemos un principio: «que la unidad es superior al conflicto» y, en definitiva, que la solidaridad debe ser el modo de construir la historia, donde conflictos, tensiones y opuestos alcanzan esa unidad pluriforme que engendra nueva vida (cfr. EG 228).

¿No estamos llegando a un punto en el que pensamos que los conflictos ya no se pueden resolver por los caminos de la razón? ¿Quién dice que no pueden resolverse las situaciones de enfrentamiento buscando caminos de derechos, justicia y equidad? En un mundo fragmentado, ¿estamos instaurando una manera de pensar y de vivir en la que creemos que la violencia es la solución? Al comenzar el año 2018, encontramos guerras en puntos diversos de la tierra, terrorismo, criminalidad, ataques armados imprevistos, emigración forzada, víctimas de trata, devastación del medio ambiente, recursos que se utilizan para mantener la violencia y no para entregar a los jóvenes lo que necesitan para su futuro, multitud de familias en dificultad… En medio de estas situaciones, entreguemos la Buena Noticia; la que siendo ya muy anciano recibió Simeón y pudo exclamar: «Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz porque mis ojos han visto la salvación». Ese ahora tiene la fuerza para resolver el conflicto. Ese ahora es la irrupción total de Dios en la historia. Sí, ahora termina un tiempo y comienza otro. Hemos de hacer saber a los hombres que ahora es la oportunidad de entrar en la experiencia de la verdad y de la vida, en la experiencia del amor que nos ofrece Jesús para superar todos los conflictos y vivir como hermanos.

Todos los discípulos de Jesucristo estamos llamados a ser trabajadores incansables en favor de la paz, valientes defensores de la dignidad de la persona y de sus derechos inalienables. Los cristianos hemos de vivir dando gracias a Dios, pues nos hemos sentido llamados a la pertenencia a la Iglesia que es «signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana» (GS 76) en el mundo. Nunca se cansará de implorar el bien fundamental de la paz y tampoco se cansará en servir con total generosidad a la causa de la paz. Como subraya el Papa Francisco, qué palabras más bellas dijo la madre Teresa de Calcuta cuando le entregaron el Premio Nobel de la Paz en 1979; fue un mensaje a favor de la no violencia activa: «En nuestras familias no tenemos necesidad de bombas y armas, de destruir para traer la paz, sino de vivir unidos, amándonos unos a otros […] y entonces seremos capaces de superar todo el mal que hay en el mundo».

La Iglesia se ha comprometido en el desarrollo de estrategias no violentas para la paz en muchos países, de igual forma que otras tradiciones religiosas. La violencia es una profanación del nombre de Dios. El Papa Francisco nos llama «a la construcción de la paz mediante la no violencia activa» y nos recuerda que es el mismo Jesús quien nos da el manual estratégico para construir la paz y el perfil de la persona que podemos llamar bienaventurada, buena y auténtica, en las ocho bienaventuranzas (cfr. Mt 5, 3-10). A través de la Vicaría de Pastoral Social, la archidiócesis de Madrid quiere acompañar a quienes tienen la responsabilidad de la convivencia y acercarles este manual.

Cada vez se ve más claramente el nexo inseparable entre la paz con la creación y la paz entre los hombres. Una y otra presuponen la paz con Dios. El Cántico del Hermano Sol de san Francisco, es un admirable ejemplo de la multiforme ecología de la paz. Os propongo estas tres tareas para construir la paz:

1. Constructores de la paz desde la sustancia de la vida humana y cristiana que es el amor. Cuando se descubre amado por Dios, el ser humano comprende la propia dignidad trascendente, aprende a no contentarse consigo mismo y salir al encuentro con el otro en una red de relaciones cada vez más auténticamente humanas. ¡Qué importancia tiene dejarnos renovar por el amor de Dios! Cambiamos reglas, la misma calidad de las relaciones, las estructuras sociales; llevemos paz donde se dan conflictos, odio, explotación. Recibir a Jesucristo es tarea esencial, pues solamente Él nos da nuevos horizontes de justicia, y desarrollo en la verdad y el bien.

2. Constructores de la paz desde el mejor elogio del amor que existe: «Dios es amor». El problema está en concretar el amor a nivel humano. Nos ayuda contemplar a Jesús en Belén y, más tarde, en la vida, caminando por Palestina. Es ahí donde nos explica cómo es la cara del amor, su cuerpo, su estatura, sus pies, sus manos. Quiere encontrarse con todos los hombres, de todas las razas y culturas. Su amor tiene unas medidas que es la desmedida del amor, hasta dar la vida por todos. Entra por todos los caminos, quiere tocar y alcanzar el corazón de todos los hombres, con una preferencia por el pobre, el necesitado. Debe impregnar todas las acciones y decisiones del cristiano, no puede dejar a nadie fuera.

3. Constructores de la paz con unas actitudes que derivan del rostro que tiene el amor, que es Dios mismo. La Iglesia tiene que ser signo en la historia del amor de Dios por los hombres y, para ello, se hacen presentes los cristianos en medio del mundo con un humanismo integral y solidario, que anima a establecer un nuevo orden social fundado sobre la dignidad y la libertad de toda persona humana. Son hombres y mujeres nuevos creadores de una humanidad nueva, pues nunca piensan sin motivo mal de nadie, no hablan mal de nadie, no hacen sufrir intencionadamente con palabras o acciones. Siempre tienen la mente limpia y el corazón noble en juicios y palabras. Son amables con todos pero tienen una predilección especial por los menos queridos y marginados; siempre están disponibles para ayudar al prójimo, son colaboradores y solidarios.