Lentamente, con calma - Alfa y Omega

En ocasiones se hace necesario revisar la vida con calma. El descanso veraniego incita a ello. No se trata de elogiar la ociosidad, como dice algún descreído, sino de apreciar la belleza que hay en la despaciosidad. Vamos a mil por hora y eso no puede ser bueno.

Con tanta prisa como nos acelera la vida, sugiero una lectura que anima y dispara los sentidos: Del buen uso de la lentitud, de Pierre Sansot. No lo encontrará en el montón de las novedades de la librería; sí en el anaquel de los libros buenos. Es de la categoría te está faltando tiempo para salir a comprarlo y leerlo.

Un libro políticamente incorrecto. Por eso me gusta tanto. Yo corrí todo lo que tenía que correr hasta los veintitrés años. Hoy en día me molesta la prisa. Tardo más en arreglarme que mi mujer, y eso que no me acicalo. Pierre Sansot nos presenta una versión del arte del buen vivir, nos provoca para redescubrir la lentitud, para vagabundear por nuestro interior y acometer la vida con el reposo necesario. Comprende la lentitud como sinónimo de ternura, respeto, de la gracia de la que los hombres y los elementos a veces son capaces.

Instalados como estamos en el yaísmo de los teléfonos móviles, de los aparatos llamados dispositivos inteligentes, por no hablar de los enganches internáuticos -¿es usted de los que leen sus correos antes de saber cuál es su agenda del día?; ¿de los que dejan que otros decidan por su tiempo?-, un vistazo a la calma produce efectos beneficiosos para el alma, es decir, nos ayuda a sentirnos limpios y dignos.

«Callejear no es detener el tiempo, sino adaptarse a él sin que nos atropelle». La lentitud nos permite acercarnos a la poesía de la vida. Cito: «Si la poesía tiene como atributo revelarnos una parte del Ser, si a veces nace de una armonía sutil, discreta, que conmueve a los hombres, los lugares y las estaciones, debemos admitir que las costumbres del vino son poéticas». Los pequeños placeres se acomodan con lentitud.

Dios nos libre de hacer apología del vicio: la sabiduría del vino está en el disfrute, no en el abuso. Todo lo que es excesivo y frenético produce hartazgo. La lentitud es mesura y templanza; no indica falta de agilidad ni de interés. La lentitud aboga por el aprecio del detalle y el mimo de lo aparentemente insignificante, es decir, considera que existen diferentes puntos de vista, que cada uno siente según percibe, interpreta y ama… y que es necesario dedicar espacio y tiempo a comprender. De otro modo nos limitamos a bañarnos en asperezas en vez de a perfumarnos y afeitarnos con vida.

Casi diez años después de los últimos veinte, me sigue corroyendo la inquietud que produce el apresuramiento. Como los osos polares en los zoológicos de los países cálidos: cabezadas al aire sin criterio ni sentido. Y calor, demasiado calor. Atropellado y atropellando, continúan los tiempos de la confusión: «Ser ambicioso es bueno, es legítimo y es útil, sobre todo para el ego».

«¿Todavía no te has dado cuenta?» Pues no. Y no merece la pena dejar de lado lo importante, por ocuparse de lo que la sociedad dice que es urgente, aunque no siempre lo sea.