Recuperar el aguinaldo - Alfa y Omega

Recuperar el aguinaldo

Pedro J Rabadán
Foto: REUTERS/Alessandro Bianchi

Este es el belén napolitano del Vaticano. Es del siglo XVIII, tiene 20 figuras de dos metros de altura y se extiende por 80 metros cuadrados. Su mensaje es tan valioso como esos otros belenes familiares. Los hay tradicionales porque sobrepasan generaciones; otros son más de batalla, con intrusos en forma de superhéroes. Especialmente con niños, su colocación en el salón se convierte en una fiesta. Sin darnos cuenta inculcamos a nuestros hijos la mejor manera de introducirse en una historia de Amor inmensa.

Este 24 de diciembre sentí una especial nostalgia. Como cada año, fuimos a ver algunos belenes de Madrid. Acabamos frente a uno grande y que colocan en el jardín del templo de los Mormones de Pavones. Junto a la reja de la calle cantamos el Arre borriquito: «En la puerta de mi casa voy a poner un petardo, pa’reirme del que venga a pedir el aguinaldo…». Mis hijas no sabían lo que era pedir el aguinaldo.

Paseando entre la neblina del final de la tarde les conté ese recuerdo imborrable que ha marcado mi forma de vivir la Nochebuena. El vaho que salía por mi boca acompañaba mis palabras, mientras sentía la tristeza por percatarme de que habíamos pedido la tradición de pedir –de cantar al Niño Dios– «de puerta en puerta». Mi bloque tenía 15 pisos. Junto a algunas de mis hermanas y mis vecinos llamábamos a cada timbre pandereta en mano para cantar a Jesús. Muchos nos pedían que entráramos y cantásemos junto al belén. Nos daban alguna moneda y dulces. Un poco más mayores incluso nos atrevíamos a ir por los comercios del barrio. Una de las paradas favoritas era la peluquería, donde conseguíamos la atención de empleados y clientas, que se sumaban al coro. ¿Cómo hemos dejado que Halloween nos haya arrebatado esta tradición infantil? No creo que fuera muy complicado impulsar desde las familias, parroquias o colegios esos coros navideños de niños y niñas que, además de ganarse unas perras, se convierten en auténticos angelillos que anuncian la Buena Nueva y nos ayudan –como pide el Papa– a que nuestros corazones no estén cerrados como las casas de Belén.