Cuando los niños acercan al Niño - Alfa y Omega

Cuando los niños acercan al Niño

El filósofo Stanislaw Grygiel decía que «el acontecimiento más importante de la Historia, después del nacimiento del Hijo de Dios, es el nacimiento de un niño». En muchos casos, ambas circunstancias se dan la mano, porque el asombro ante el don de la vida de un hijo es la llave que, no pocas veces, utiliza el Padre para entrar en la vida de los padres. De esta experiencia, la de mirar dentro de la cuna de casa e intuir la presencia del Dios que fue envuelto en pañales, dan fe las familias cuyos testimonios recoge Alfa y Omega en estas páginas, escritas a modo de carta paterna. Familias que, dentro de unos días, celebrarán la Nochebuena conscientes, de verdad, de lo que significa que nos nazca un Niño, el Emmanuel, Dios-con-nosotros. ¡Feliz Navidad. Feliz Nacimiento!

José Antonio Méndez

Querido hijo: hace tres meses que has nacido y ya vas a vivir tu primera Navidad. Estoy seguro de que, en tu corazón de bebé, intuyes, mejor que muchos adultos, la importancia de que Dios se haya hecho niño, como tú, para que pudiésemos tenerle cerca. Si te soy sincero, me abruma pensar que José y María tuvieron a Dios en sus brazos, y que ese Dios fuese igual de tierno y frágil que tú. No deja de asombrarme que ellos dos experimentasen la misma alegría que sentimos tu madre y yo cuando te vemos sonreír, o se conmoviesen por oír llorar al Hijo del Padre, como nos pasa a nosotros cuando algún mal te arranca las lágrimas. Desde que has nacido, he pensado muchas veces en la cara de simpática incredulidad con que José miraría a la Virgen la primera vez que el Niño se hiciese pis cuando él lo tuviese en brazos, o la mirada contemplativa de la Madre al dar el pecho a Jesús. ¿Sabes una cosa, hijo? De tanto mirarte con ojos de padre, me ha dado por pensar en cómo nos mira el Padre del cielo. Porque el nacimiento de un bebé es, muchas veces, la ocasión que Dios aprovecha para irrumpir en la vida de los padres y recordarnos que Aquel que da la vida es el mismo que prometió quedarse con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo. Presta atención, pequeño, a las historias que te voy a contar, porque todas son reales y tienen mucho que ver con lo que pasó aquella noche en Belén, cuando Dios se parecía tanto a ti…

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Como el primer Adviento de María. Almudena, Juan y su hija:

Aunque Almudena fue a un colegio religioso, al entrar en la Universidad fue alejándose poco a poco de Dios, como les pasa a tantos jóvenes. Después inició su noviazgo con Juan y, algo más tarde, conoció a su amigo Juan-Luis, que empezó a hablarle de Dios «con claridad y con mucha alegría». Pasó el tiempo y, poco antes de casarse con Juan, Almudena se dio cuenta de que, sin saber cómo, su fe empezaba a reverdecer: «Al preparar la boda, casi me sobraba la parte festiva y lo que más me apetecía era dar testimonio ante Dios», explica.

Hace ocho meses, le dijeron que estaba embarazada de su primer hijo, una niña cuyo nombre siguen buscando ella y Juan, así que este Adviento lo está pasando como la Virgen María: a la espera de que nazca el fruto de su vientre. Y a la lógica alegría por el embarazo, siguió un pensamiento: «Si el bebé siente todo lo que experimenta la madre, y las veces que rezo me siento bien, ¿por qué no rezo con ella?» Dicho y hecho: «Un día me puse a rezar el Padrenuestro y pensé: ¿Por qué no le enseño qué significa cada frase? Empecé a rezar despacio, diciéndole y sintiendo qué supone llamar a Dios Padre. Me gustó, y ahora rezo con ella todos los días: le enseño oraciones, el Avemaría, le hablo de Jesús, le leo el Evangelio». Dice que hacer oración con su hija por nacer «me ha reforzado la fe; el embarazo ha ido paralelo con volver a ir a Misa, hablar de Dios con los amigos… Mi vuelta a la Iglesia ha sido natural, como quien vuelve a casa y sabe cuál es el camino. Y la primera beneficiada soy yo, porque reflexiono sobre cosas que habitualmente no pienso, como cuando estos días le hablo de san José; o cuando le digo que Jesús tiene una Mamá». Ahora, cuando nazca la pequeña, el objetivo es rezar con ella y con Juan, en familia. Seguro que también en ese caso todos salen beneficiados…

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A mí también me cambió los planes. Isabel y su hijo Gonzalo:

Si Almudena ha vivido este Adviento siguiendo a María, Isabel, a sus 20 años, ya sabe lo que sintió la Virgen cuando, siendo adolescente, le fue anunciado su embarazo. Porque cuando tenía 18 años y sus preocupaciones no pasaban de los límites del Bachillerato, Isabel se quedó embarazada del chico con el que salía desde hacía un mes. La noticia le sorprendió en Málaga, donde estaba con su familia para pasar la Semana Santa, y se la guardó por vergüenza a lo que dijeran sus padres. Al día siguiente, su madre, que por no sospechar no sabía ni que tenía novio, al paso de una imagen de la Virgen, sintió que la Madre le decía: Tu hija está embarazada. Descartó el pensamiento como una de esas frases absurdas que asaltan la mente, pero el mensaje se repitió, horas después, ante la misma imagen. Así que, más bien incrédula, preguntó a Isabel: Hija, ¿tú estás embarazada? Es difícil imaginar cuál de las dos se sorprendió más, si la madre por la respuesta de su hija, o Isabel por la pregunta de su madre…

Cuenta Isabel que «sabía que, si un niño nace de una célula humana más otra célula humana, y las células tienen vida, lo que yo tenía dentro era una vida humana, no un elefante, ni una cosa. Así que el aborto ni me lo planteé. Mis padres me dijeron que me apoyaban, aunque tendría que dejar de estudiar de momento (ahora estudio Turismo). Pero el padre del niño dijo que ni podía ni quería tener un hijo, que me pagaba el aborto». Eso fue lo último que supo de él. También algunas de sus amigas le decían «que me iba a quedar sin vida, que lo mejor era abortar. Conocían mi decisión, pero algunas insistían en que abortase, y eso me sentaba fatal». A Dios gracias, no cedió a la presión.

Uno de sus más firmes apoyos fue Juanda, el cura de su parroquia: «Yo estaba a punto de confirmarme [que, tristemente, hijo, después de hacerlo, muchos jóvenes se alejan de la iglesia y, por eso, terminan por alejarse de Dios], y Juanda me ayudó a darme cuenta de que mi hijo es un regalo de Dios, que me ha hecho madurar y me ha llenado de alegría. Como a la Virgen, a mí también me cambió los planes, pero a Gonzalo no lo cambio por nada y doy gracias a Dios porque me lo ha dado». Al contrario de lo que les pasó a algunos amigos de confirmación, «por Gonzalo, me he quedado cerca de Dios, porque la Iglesia es la única que está a favor de la vida». Y en este caso, la vida tiene nombre y rostro: Gonzalo y su carita de bebé.

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Un hijo especial que habla de Dios sin palabras

La revista Misión, de los Legionarios de Cristo, ha creado los Premios Misión a la Familia, y entre los galardonados en esta primera edición, están Carlos, María y sus ocho hijos, «por ser testimonio de amor familiar, a pesar de las dificultades». Hace cinco años, cuando María se quedó embarazada del benjamín, Ignacio, les dijeron que el niño «venía con síndrome de Down -cuenta ella-, y hubo gente que nos dijo que, con siete hijos, tener un octavo así era complicarnos la vida, que no hacía falta… ¡Pero es que Ignacio ya estaba aquí, estaba vivo! Y como cada hijo es como es, lo queremos tal y como es». A pesar de que la noticia fue dura, por inesperada, la intranquilidad duró poco: «Ignacio ha sido un regalo para todos -prosigue María-. Es un niño delicioso que saca lo mejor de cada uno: nos hace ser humildes ante nuestras limitaciones, ser más sensibles ante el débil, nos hace tener más espíritu de servicio… ¡Hasta los adolescentes, que siempre son más ariscos, se vuelven tiernos y están pendientes de él!» En casa es uno más, aunque por sí mismo «es un niño muy especial, que nos habla de Dios sin palabras, y nos hace caer en la cuenta de lo que de verdad importa en la vida. Por Ignacio, Dios nos ha hecho entender que el sentido de la vida no consiste en estar sano, sino en vivir la voluntad de Dios, porque estamos llamados a la vida eterna. Ésa es su vida, y por eso está tan llena de alegría que nos la contagia a todos. Porque Dios está con él, y eso se nota».

Diosito me salvó en la puerta del infierno. Estela y su hijo Jean Pierre:

Para que aprendas, hijo, que la fe y la familia marcan la diferencia en la vida de una persona, escucha la historia de Estela, que se parece a la de Isabel, pero esconde grandes diferencias. Estela nació en Paraguay hace 37 años, y vino a España hace seis. En su país dejó a sus padres (que ya han fallecido), a su familia…, y la fe que de niña le transmitió su madre: «Al llegar estaba sola, y mi entorno no iba a la iglesia, así que me olvidé de Dios», resume. En enero de 2011, se quedó embarazada, y su novio le propuso abortar en cuanto se enteró. Ella le dijo que lo necesitaba a su lado porque quería tener el niño, pero él, todo generosidad, se fue con otra mujer. Por si fuese poco, en su entorno insistían en que abortara en lugar de ayudarle a tener al niño, «así que el diablo enredó y, que Dios me perdone, al verme sola y sin ayuda, pensé en quitarme eso, porque hasta dejé de pensar en él como mi hijo».

La presión fue tan fuerte que pidió cita en un abortorio. «Me dieron hora, y fui a abortar. Cuando estaba a punto de entrar, una mujer me paró en la puerta y me preguntó si iba a entrar. Creí que era enfermera, dije que sí, y ella me dijo que, por favor, no lo hiciera, que pensara en mi hijo, y que me ayudaría a tener el niño. Yo me puse a llorar y la abracé». Esa mujer era Marta, una rescatadora que ofrece a las mujeres que van a abortar una última puerta a la vida. Y Estela la cruzó para darle un portazo a la muerte. «A partir de ese día, Marta me ayudó con el embarazo y me acompañó a rezar. Ahora, cuando miro a mi hijo Jean Pierre, que tiene tres meses, y pienso en lo que estuve a punto de hacer, sé que Diosito me salvó en la puerta del infierno. Desde que nació, doy gracias a Dios por mi hijo, le tengo presente todo el día y pido que me dé fuerzas; he vuelto a la iglesia y he vuelto a recordar lo que mi madre me enseñó». Así que Estela va a pasar esta Navidad con dos personas que hace un año no estaban en su corazón y lo han llenado todo de alegría: el niño que Dios le ha dado, y el Dios que se ha dado a Sí mismo al hacerse Niño…

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La alegría de tener un hijo en el cielo. Paz, Juan y su hijo Manu:

La última historia que te cuento, hijo, parece triste, pero es todo lo contrario a la tristeza, ya lo verás. Te hablo de Paz, de Juan y de su hijo Manu, que desde el 1 de enero ya está en el cielo. Cuando Paz se quedó embarazada de su tercer hijo, los médicos les dieron una terrible noticia: el bebé tenía agenesia de cuerpo calloso en el cerebro e hipoplasia del ventrículo izquierdo, con probabilidad de vida del 0,0 %. Pero Paz y Juan saben «que la vida es regalo de Dios, y que teníamos los meses del embarazo para dar todo el cariño a nuestro hijo, a quien quisimos llamar Emmanuel, Dios-con-nosotros». Los médicos y algunos de su entorno «repetían que no había razón para tenerlo, pero un hijo es un regalo, venga como venga». Y quizá porque Manu intuía cuánto le querían, empezó a generar cuerpo calloso, a luchar por su vida y a hacer añicos los pronósticos médicos.

Al final, Manu nació con síndrome de Down, problemas en el corazón, el cerebro, el hígado y los pulmones (su caso se ha estudiado en congresos internacionales), y con unos enormes ojos azules y una sonrisa llena de paz. Aunque sus padres tenían fe, la vida de Manu «nos ha ayudado a estar muchísimo más cerca de Dios, a crecer como matrimonio, a aprender qué es de verdad la entrega y cómo Dios sostiene en el dolor. Manu nunca se quejaba y llenaba de ternura a los que han tenido contacto con él, y nosotros queremos vivir igual». En sus 15 meses de vida, Manu tuvo 2 operaciones, y, en su paso por el hospital, «había médicos, enfermos y familiares que agradecían el testimonio de amor que decían que dábamos, pero que era cosa de Dios, a través de Manu». Ahora, su madre explica, con lágrimas de amor y esperanza, que «le echamos de menos todo el tiempo, pero Dios nos ayuda. La pena está, y claro que lloramos. Pero sabemos que Manu está feliz, que ha vivido amado cada segundo de su vida y que, cuando nos eligió para ser sus padres, Dios nos hizo el mayor regalo de nuestra vida, junto a nuestros otros dos hijos. Ahora tenemos claro que, como matrimonio, tenemos hijos para que vayan al cielo, y Manu ya ha llegado». Así que esta Navidad van a vivirla «sabiendo que es cierto que Jesús nació y que está con nosotros, porque hemos podido cuidarle y darle todos los besos del mundo a través de Manu».

Porque Manu, querido hijo, como cada bebé, es la muestra de que el Dios que se hizo Niño sigue entrando en nuestra vida envuelto en pañales.

De los brazos de su madre, a los brazos de Dios Padre

Hace poco, me llegó la carta que una ginecóloga había enviado pidiendo ayuda: «Desde que, en marzo, M. supo que estaba embarazada -decía la carta-, se sintió feliz e inmensamente madre. Y con ese amor de madre acogió a su hijo en sus entrañas. Pero, en su primera visita al hospital, llegó el mazazo: Tu hijo tiene una gravísima malformación; morirá en cuanto nazca. Tienes que abortar. Pero M. ya era madre, y desde su sencillez de joven inmigrante sin estudios, recursos, ni apoyo familiar, tuvo claro que iba a amar hasta el último segundo de la vida de su hijo. Desde entonces, tuve el inmenso privilegio de acompañar la vivencia, dura y dulce, de este embarazo. La he visto reír al sentir los movimientos de su pequeño, y sufrir de soledad y miedo. Y asegurar, con firmeza, que su hijo moriría en sus brazos y no en una trituradora». Todo se fue preparando. Hasta el sacerdote que lo bautizaría, por deseo de la madre, apenas naciera. En el quirófano, a la hora señalada para la cesárea, le administró el sacramento, con el cordón aún latiendo entre madre e hijo. Conmovido, el equipo médico corrió con los gastos del embarazo y la cesárea. Pero M. había sugerido su deseo de incinerar el cuerpo de su hijo para llevarlo con ella a su país, y ése era el motivo por el que la ginecóloga había pedido ayuda, por carta, a sus familiares y amigos. En tres días se rebasó la cifra necesaria. Al conocer el caso, la empresa funeraria no quiso pasar factura y ese dinero se ha enviado a la ONG religiosa Proacis, que trabaja en África contra el sida y la desnutrición. Hace unos días, en la iglesia donde reside el sacerdote que bautizó al niño, se ha celebrado una Misa de Acción de gracias, a la que asistieron todos los que han arropado a M. Al final, al agradecer a todos los que habían respondido a su petición de ayuda, la ginecóloga leyó unas líneas, que resumo: «Los que tuvimos el privilegio de acompañar el crecimiento del niño dentro de M., sentimos que estábamos ante un gran milagro de amor. Cuando nació, cientos de personas dimos a aquel niño la bienvenida a la vida, sobrecogidas de amor y ternura. Yo tuve el privilegio de hacerle la primera caricia al sacarlo del vientre de su madre, y lo hice con la reverencia de quien sabe que roza con sus dedos algo sagrado. El niño pasó cada segundo de su vida abrazado por su madre, acariciado, besado, amado. Con el último latido de su corazón, pasó de los brazos de su madre a los de su Padre Dios… El tiempo de Dios, el kairos, no se mide en minutos, como el nuestro. Y, si se mide en amor, ¡qué larga y fructífera ha sido la vida de este niño!».

Venancio Luis Agudo