«Como cristianos, Jerusalén es nuestra alma» - Alfa y Omega

«Como cristianos, Jerusalén es nuestra alma»

El Gobierno palestino intensifica los esfuerzos diplomáticos para lograr el reconocimiento internacional de su Estado mientras la violencia se adueña de las calles de Jerusalén Este y Cisjordania. Los cristianos temen el estallido de una nueva Intifada y que el Gobierno israelí revoque por motivos de seguridad los permisos para acceder a la Ciudad Santa, lugar central de los ritos navideños

Lourdes Baeza
El muro entre Belén y Jerusalén tiene nuevo grafiti, esta vez con la imagen del presidente Trump y una leyenda: «Voy a construirte un hermano». Foto: EFE/Abed Al Hashlamoun

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, incendió Oriente Próximo al reconocer oficialmente Jerusalén como la capital de Israel. Lo hizo la semana pasada, desoyendo la opinión en contra de la mayoría de la comunidad internacional y de los representantes de las 13 iglesias de la Ciudad Santa que le expresaron su temor por la escalada de violencia que podría provocar un cambio en la política estadounidense hacia Jerusalén. «Un paso así daría lugar a un aumento del odio, el conflicto, la violencia y el sufrimiento en Jerusalén y en Tierra Santa», le advirtieron los líderes cristianos a Trump en una carta abierta.

Pero sus advertencias cayeron en saco roto y sus esperanzas de que se tuviera en cuenta su punto de vista, también. «No hemos recibido ninguna respuesta oficial desde la Administración Trump», confirman desde la oficina del arzobispo Suheil Dawani, cabeza de la Iglesia episcopal de Jerusalén y Oriente Medio. La decisión de hacer pública la nueva política norteamericana estaba tomada y, como se temía, el anuncio de Trump atizó la ola de protestas anti-Israel y anti-Estados Unidos en la región.

«Es una medida que afecta a todo el pueblo palestino pero, sobre todo, a la legalidad internacional y a las Naciones Unidas, porque socava los principios de la institución. Viola flagrantemente las resoluciones que hasta ahora se habían aprobado en su seno y que reconocen que Jerusalén oriental es parte de los territorios palestinos ocupados por Israel», asegura Fayez Saqa, diputado miembro del Consejo Legislativo Palestino. «Si Estados Unidos bloquea en el Consejo de Seguridad cualquier intento de restablecer la situación anterior al anuncio de Trump, acudiremos a pedir amparo a otras instituciones internacionales como la Asamblea General y la Unión Europea, de la que esperamos una postura clara en defensa de esa legalidad internacional», dice Saqa.

A los ojos del Gobierno palestino, Estados Unidos ha quedado deslegitimado para jugar papel alguno en futuras negociaciones de paz. «Trump ha demostrado que su país participa en la ocupación israelí de los territorios palestinos porque la soporta, la protege y la alienta», asegura la histórica líder Hanan Ashrawi. Fue la primera mujer elegida como miembro del Consejo Nacional Palestino –el principal órgano de Gobierno palestino– y está considerada una de las mujeres más influyentes de Oriente Medio. «Tenemos programadas varias reuniones internas de la OLP y el Comité Central de Fatah para diseñar la política que seguir en estos difíciles momentos. Nada más hacerse público el anuncio de Trump apagamos las luces del árbol y la iluminación navideña en la plaza de la Natividad, en Belén, porque el presidente norteamericano, de un plumazo, apagó nuestra esperanza de Paz», dice Ashrawi.

Ashrawi es cristiana, y como el resto de políticos palestinos espera que la comunidad internacional se movilice «no solo con declaraciones de condena, sino dando pasos concretos» para que haya una presión real sobre Israel y que se paralice su expansión en Jerusalén Este y Cisjordania. «Trabajamos para que el resto de países del mundo, especialmente de la Unión Europea, reconozcan expresamente la existencia del Estado palestino con capital en Jerusalén Este», explica.

División este-oeste

Para no echar más leña al fuego, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, pospuso la aprobación, prevista para esta semana, del conocido como proyecto de ley de Jerusalén, un documento que ya ha pasado los primeros trámites parlamentarios en la Knesset (Parlamento israelí) y que establece como necesaria una mayoría de 80 diputados en la Cámara para aprobar cualquier cambio sobre el estatus de la ciudad. Una medida que, de ser finalmente aprobada, haría más difícil la transferencia de los barrios del este de Jerusalén al futuro Estado palestino. «Todas sus políticas están encaminadas a legitimar lo ilegítimo. Jerusalén oriental siempre ha sido Palestina y siempre lo seguirá siendo, por muchas declaraciones o leyes que aprueben los israelíes en contra de esa realidad», sentencia Ashrawi.

Mientras el enfado va en aumento entre los palestinos del este de Jerusalén, en el oeste, los israelíes, por el contrario, continúan celebrando el arrojo de Trump y se felicitan por una decisión que, consideran, ha tardado 70 años en llegar. «No hay un regalo más hermoso cuando nos acercamos al 70 aniversario de la creación de nuestro Estado […]. Es el reconocimiento del derecho del pueblo judío a nuestra tierra y un hito en nuestro camino hacia la paz para todos los residentes de Jerusalén y para la región», aseguró el presidente israelí, Reuven Rivlin. En la parte judía de la ciudad la vida continúa su curso con normalidad, mientras en el este, los enfrentamientos con las Fuerzas de Seguridad israelíes, el cierre de comercios y la falta de asistencia de niños a clase se han convertido en algo cotidiano. «El viernes pasado no llevé a los niños al colegio por temor a encontrarnos con disturbios en el camino y este viernes tampoco los llevaré», reconoce Shila. Es palestina, cristiana, residente en Jerusalén Este y sus hijos estudian en el Liceo Francés, un colegio internacional del oeste de la ciudad.

Grupo de palestinos se manifiestan junto a la puerta de Damasco, en Jerusalén. Foto: AFP Photo / Gali Tibbon

La decisión del presidente Trump, y el llamamiento de las facciones palestinas, encabezadas por el Movimiento de Resistencia Islámico, Hamás, a iniciar la tercera Intifada de Jerusalén, el viernes, después del rezo musulmán de mediodía, sembraron el temor justo cuando se cumplen 30 años del estallido de la primera Intifada. «En realidad vivimos en una intifada permanente porque, desde hace 50 años, lidiamos a diario con los problemas de la ocupación. Hay constante presencia militar israelí en Jerusalén Este y Cisjordania, los asentamientos judíos en nuestra tierra no han dejado de crecer. Nuestro pueblo no puede moverse libremente…», describe el diputado Saqa.

Preocupación entre los cristianos

Precisamente esas restricciones de movimiento son el centro de las preocupaciones de muchos cristianos de Tierra Santa. «Nuestra libertad está ligada a los permisos que nos dan las autoridades israelíes. Varios miembros de nuestra comunidad tenemos autorización para ir a Jerusalén hasta que terminen las fiestas navideñas pero podrían revocárnoslos por razones de seguridad si se extiende la violencia», explica el padre Hana, patriarca de la Iglesia católica en Beit Jala.

Aledaña a Belén, Beit Jala es una ciudad de mayoría cristiana situada apenas a seis kilómetros al sur de Jerusalén y separada de la Ciudad Santa por el muro de hormigón construido por los israelíes hace más de una década, alegando razones de seguridad. Para cruzarlo, los residentes palestinos necesitan renovar periódicamente ese permiso especial del que habla el sacerdote. «Como cristianos, Jerusalén es nuestra alma. Tiene un papel central en la celebración de nuestros ritos en estas fechas tan especiales. Apoyamos la postura del Vaticano, que es partidario de la solución de los dos estados y de que la Ciudad Santa tenga un estatus especial que permita que todos los que así lo deseen puedan acudir a rezar a ella, independientemente de su confesión religiosa», dice el padre Hana.

La incertidumbre es la nota dominante de una semana en la que los enfrentamientos más duros se han producido en Cisjordania. La entrada a Belén desde Jerusalén, Hebrón y los alrededores del asentamiento judío de Beit El, cerca de Ramala, se han convertido en escenario casi permanente de protestas sofocadas por las Fuerzas de Seguridad israelíes con gases lacrimógenos y disparos con munición antidisturbios. Una vez más, la Policía israelí ha tomado las calles del este de Jerusalén. El continuo ulular de las sirenas y la concentración de efectivos a lo largo de la calle Salahadin, la principal vía comercial de la parte oriental de la Ciudad Santa se han convertido en algo habitual estos días.

Frente al temor de los cristianos de Tierra Santa, el agradecimiento de los evangélicos norteamericanos que esta semana, a través de grandes anuncios en la prensa israelí daban las gracias al líder estadounidense. «Gracias presidente Trump por haber reconocido Jerusalén como la capital de Israel, por su determinación de trasladar la embajada de Estados Unidos a Jerusalén y por haber mantenido su promesa y respaldado a Israel», rezaba la publicidad insertada en prensa por la asociación Cristianos Unidos por Israel, la más numerosa de las organizaciones proisraelíes norteamericanas.

Movilizaciones en el mundo musulmán

Los dirigentes de los países árabes apenas han movido ficha, pero sus ciudadanos han tomado las calles, de manera no siempre pacífica, para exigir la liberación de Jerusalén. Muy pocos creen que sea posible hacer que Trump de marcha atrás pero los representantes de los 22 países de la Liga Árabe reunidos el pasado fin de semana en El Cairo, así lo pidieron. «Es una decisión peligrosa e inaceptable que despierta serias dudas sobre si Estados Unidos apoya las negociaciones de paz», recogía el comunicado hecho público al término de la reunión.

Una reacción tibia que contrasta con las airadas protestas protagonizadas por la población en las calles del mundo árabe. Beirut, Estambul, Ammán, El Cairo, Túnez, Kuala Lumpur… Prácticamente en todas las grandes ciudades de los países musulmanes desde el Mediterráneo hasta al sureste asiático se han echado a la calle esta semana contra la decisión de Trump. Pero, una vez más, existe la sensación de que sus dirigentes carecen de unidad.