Custodio de la Iglesia - Alfa y Omega

Custodio de la Iglesia

Alfa y Omega
Imagen de san José, en la Casa de San José, de Nazaret

De San José de Ávila, la primera fundación, a la última, en Burgos, santa Teresa de Jesús quiso dedicar al santo custodio de María y de Jesús la práctica totalidad de los Carmelos que fundó, e igualmente quiso que todos ellos tuvieran a la entrada la imagen de san José. «Querría yo –escribe la santa en el Libro de la vida– persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud». ¡Con qué finura la santa de Ávila indica dónde están los verdaderos bienes a alcanzar! No se trata de que Dios nos complazca en los bienes efímeros que pedimos, si no nos llevan a Él, sino en los que de veras nos dan vida, y vida en plenitud, y por ello santa Teresa añade, con su nítida sabiduría cristiana, que, «si va algo torcida la petición, san José la endereza para más bien mío». Y más aún. El santo custodio de los Bienes más preciados de Dios, ¿cómo no ha de ser modelo insustituible de oración absolutamente para todos? «Quien no hallare maestro que le enseñe oración –continúa la santa–, tome este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino».

En 1989, el Papa san Juan Pablo II nos regaló la Exhortación Redemptoris custos, justo al cumplirse los cien años de la encíclica Quamquam pluries, de León XIII, con el deseo de «presentar a vuestra consideración algunas reflexiones sobre aquel al cual Dios confió la custodia de sus tesoros más preciosos». La expresión, del Beato Pío IX al declarar, en 1871, a san José Patrono de la Iglesia universal, es bien significativa, y san Juan Pablo II lo subraya evocando los motivos de su patronazgo tal como los expone León XIII en su encíclica de 1889: «Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial Patrono de la Iglesia, y por las que, a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre adoptivo de Jesús. Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, igual que entonces tutelaba santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo».

Con la elección del Papa Francisco, que inició su pontificado precisamente en este día 19 de marzo, solemnidad de San José, la custodia del santo esposo y padre sobre la Iglesia universal brilla de un modo bien significativo, como requiere sin duda el momento que hoy vive la Iglesia y el mundo. Citaba el nuevo sucesor de san Pedro el texto del Evangelio del día: «José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer». Y añadía que, «en estas palabras, se encierra ya la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia», y evocaba a su antecesor san Juan Pablo II, que en su Exhortación sobre san José explicaba que, «al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege a su cuerpo místico, la Iglesia», con el luminoso añadido: «de la que la Virgen Santa es figura y modelo». Si en la tierra cuidó de María con el máximo esmero, ¡cómo no lo hará con la en ella figurada, con mayor esmero aún, desde el cielo!

Explicaba a continuación el Papa Francisco que «José es custodio porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas». He ahí el modelo que hemos de imitar todos en la Iglesia. Eso, justamente, es lo que significa que él es nuestro Patrono, y por eso añade Francisco que «la vocación de custodiar corresponde a todos», y que, «para custodiar, también tenemos que cuidar de nosotros mismos…, vigilar sobre nuestro corazón», desde la misma luz y fuerza que lo hace san José: todo él totalmente en las manos de Dios. ¿Acaso de otro modo podría alguien o algo ser de veras custodiado? ¿Y acaso tales Manos no generan familia, como sucede en la Sagrada de Nazaret, el espejo para mirarse toda vida que quiera ser auténticamente humana?

«¡Cuántas enseñanzas –dice san Juan Pablo II en Redemptoris custos– se derivan de todo esto para la familia!», hoy más indispensables que nunca, en una sociedad de familias rotas, que en el fondo suspira por esa vida que custodia porque es custodiada, como nos muestra san José, y ha llevado a la Iglesia, familia de Dios, a preparar y vivir dos Sínodos sobre la familia, bien llamada Iglesia doméstica. Y el Papa santo valora tales enseñanzas «porque la esencia y el contenido de la familia –lo dice con palabras de su Exhortación Famiiaris consortio, de 1981– son definidos en última instancia por el amor, y la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios».

¡Nadie nos lo enseña mejor que el Custodio de Cristo y de la Iglesia!