García Morente: sacerdote dos años antes de morir - Alfa y Omega

García Morente: sacerdote dos años antes de morir

Joaquín Martín Abad
Foto: ABC

Se cumplen este jueves 75 años de la muerte de Manuel García Morente. Sacerdote del presbiterio de Madrid –fue ordenado por el obispo Eijo el 21 de diciembre de 1940– y culminó su vida a sus 56 años, el 7 de diciembre de 1942, pocos días antes de cumplir sus dos años de presbítero.

En su vida le había cabido mucho. Nacido en Arjonilla (Jaén) el 22 de abril de 1886, cursó el bachillerato en Bayona y la licenciatura en Letras en Francia. En 1912 ya había ganado la cátedra de Ética en la Universidad Central, en la que fue decano de la Facultad de Filosofía y Letras desde 1931. Al principio le fascinaban Kant, Bergson, Spengler, Max Scheler, Husserl, declarándose agnóstico pero, al final de su vida, santo Tomás de Aquino, como cristiano convencido y sacerdote admirable. Así, pues, su obra filosófica revela también –desde el principio al fin– su profundo cambio espiritual.

Había participado en la Institución Libre de Enseñanza, con Francisco Giner de los Ríos. Pero, huido a París al comienzo de la guerra civil para salvar su vida, recibió de Dios un Hecho extraordinario: su verdadera salvación.

Se lo escribía, después, a otro García madrileño, su director espiritual, el venerable José María García Lahiguera: la noche del 29 de abril de 1937 acababa de escuchar por radio L’enfance du Christ de Berlioz; y, al poco, se quedó absorto ante la presencia de Cristo en su habitación, aunque no lo veía, ni lo oía, ni lo tocaba, «pero Él estaba allí».

Se sintió llamado con vocación sacerdotal, y eso que se había casado en 1913 con Carmen García del Cid –quien murió diez años después– y tuvo con ella dos hijas: Carmen, que sería religiosa de la Asunción, y María José, casada y a cuyo esposo lo asesinarían por ser católico. Esto le había conmovido también profundamente. Siendo capellán de religiosas, las de su hija, no renunció a su vocación intelectual: «Sigo creyendo, como en mayo de 1938, que se puede y se debe verter toda la verdad cristiana católica (sin menoscabarla en lo más mínimo) dentro de las formas y en el ambiente intelectual de la filosofía contemporánea, y confío en que, Dios mediante, estaré algún día en condiciones de hacerlo». Y abrió ese camino.

Aquella noche, sin duda, «Él estaba allí». Y, desde entonces, García Morente estuvo siempre con Él.