El misterioso carpintero que crió al Hijo de Dios - Alfa y Omega

El misterioso carpintero que crió al Hijo de Dios

Es uno de los santos más venerados por los fieles desde hace siglos, una referencia inexcusable en el Día del Padre, y una figura clave…, para decorar las casas en Navidad: es san José, el padre adoptivo de Jesús. Sin embargo, a pesar de ser tan popular incluso entre los no creyentes, en torno a él se ciernen algunos interrogantes no siempre explicados: ¿qué datos históricos tenemos de él? ¿Se casó con María siendo anciano o joven? ¿Tuvo más hijos? ¿A qué se dedicaba realmente? En definitiva: ¿quién era san José?

José Antonio Méndez

El arqueólogo británico Ken Dark, de la Universidad de Reading (Inglaterra), publicó el 1 de marzo un artículo, en la revista Biblical Archaeology Review, que ha dado la vuelta al mundo. En el texto, titulado: ¿Se ha encontrado la casa de Jesús de Nazaret?, Dark apunta a que su equipo ha descubierto «la que quizás pudo ser la casa» en la que Jesús de Nazaret pasó su infancia y juventud, acompañado por su madre, María, y por su padre, José. El arqueólogo pone todas las salvedades posibles al descubrimiento, pero concluye que, desde luego, sí puede afirmar que, sobre ese hogar de piedra y barro, datado en el siglo I (muy próximo a la basílica de la Anunciación y, por tanto, a la casa en que vivió María antes de casarse), fue construida después la iglesia bizantina de La Nutrición, pues la tradición sostenía que allí se ubicaba el hogar nutricio de Cristo, es decir, en el que fue nutrido, criado. Medios de comunicación de los cinco continentes se han hecho eco del hallazgo, y muchos han planteado una evidencia que no es nueva: lo poco que se sabe de esa época de la vida de Jesús, en la que estuvo bajo la tutela de sus padres y oculto para el mundo. Unos años en los que, como señala Dark, más peso tuvo para Él una figura clave, a la que hoy rodea una bruma de interrogantes históricos. Hablamos de san José.

Un conocidísimo desconocido

A pesar de que la tradición de la Iglesia ha mantenido una enorme devoción por el hombre que aparece en los evangelios como el elegido para ser padre del Hijo del Padre, y a pesar también de que José es, desde hace siglos, un santo muy conocido y querido entre los fieles –incluso ha sido proclamado Patrono de la Iglesia universal–, lo cierto es que, hasta hace no mucho, los estudios referidos a él eran casi nulos. Una laguna a la que ha contribuido la escasa presencia de san José en los evangelios, y el hecho de que en todo el Nuevo Testamento no se recoja ni una sola palabra suya. Como resultado, a lo largo de los siglos, la historia real de José se ha ido mezclando con leyendas piadosas, tradiciones más o menos verosímiles y una iconografía artística que ha ido cambiando según la época.

¿Qué fuentes cuentan algo de él?

Y no será porque falten fuentes para conocerle. Como explica Andrés García Serrano, profesor de Nuevo Testamento y de Literatura Cristiana y Clásica en la Universidad Eclesiástica San Dámaso, de Madrid, «las fuentes de las que disponemos para saber cómo era san José son las mismas que nos han llegado sobre cómo se vivía en el Israel del siglo I, porque él vivió en ese contexto». Además, «tenemos que partir de los capítulos 1 y 2 de los evangelios de Mateo y Lucas, que son los únicos libros de la Biblia en los que se narran episodios de la infancia de Jesús y en los que se cita a José, entre otras cosas, como un hombre justo», es decir, un hombre que buscaba la voluntad de Dios, «y que formaría parte de una corriente de judíos no sólo observantes de la ley, como los fariseos, sino también enraizados en los profetas y en la enseñanza de los salmos (o sea, más abiertos a la dimensión espiritual de la fe), que son las claves religiosas que enseñó a Jesús».

De lo legendario, a lo práctico

Además de los evangelios, García Serrano destaca que, para desentrañar su figura, «contamos también con la referencia de algunos evangelios apócrifos, los llamados de la infancia, aunque son posteriores a Mateo y a Lucas, y tienen mucho de legendario». Entre éstos, «destaca el Protoevangelio de Santiago, que fue escrito entre finales del siglo I y principios del siglo II, y que se llama así (protos alude al principio de algo) porque reconstruye (con mucha imaginación) lo que pasó antes de lo que narran los cuatro evangelios canónicos». Algunas de las leyendas que narra el Protoevangelio, como el que fuese elegido para desposarse con María después de que de su cayado surgiese una paloma, o que se marchase a buscar a una partera justo cuando nació Cristo, o que viese cómo la naturaleza transcurría a cámara lenta en el momento del Nacimiento, «han influido mucho en el arte, e influyeron de algún modo en el testimonio de los primeros Padres de la Iglesia –como san Justino, san Clemente de Alejandría, san Agustín u Orígenes–, que ya desde los siglos II, III y IV aluden a san José. Aunque, como ellos querían combatir las leyendas gnósticas que contaminaban la verdad de la fe, se centraron en sus virtudes humanas y espirituales, presentándolo como modelo para los cristianos por su obediencia a la voluntad del Padre, su acogida y cuidado de María y de Jesús, y su forma de trabajar, laboriosa y entregada, ofrecida a Cristo».

El carpintero… que no lo era

El retrato de san José que pintan las fuentes historiográficas no siempre se parece al que la piedad popular guarda en la retina. Empezando porque José el carpintero…, no era carpintero: «El término griego con que se alude a él en el Evangelio es tékton, que no es carpintero, sino un artesano que trabaja con sus manos, y que se podría traducir por obrero, albañil, carpintero, forjador…, un manitas, vamos», dice García Serrano. Este trabajo pudo ejercerlo en Nazaret, «donde la arqueología asume que vivió la Sagrada Familia, y que era una aldea galilea muy pequeña», y sobre todo en otras ciudades, «en especial Séforis, un asentamiento que estaba en construcción en esa época y donde habría bastante trabajo para un obrero como él, así como en Tiberiades o Cafarnaún». Y como una de las tareas del padre judío era «procurar el sustento de sus hijos, garantizándole la enseñanza de un oficio, es seguro que José le enseñó su trabajo a Jesús y que éste le acompañaría en sus quehaceres».

San José con el Niño Jesús, en el taller de carpintería de Nazaret: detalle de la Fuente de San José, obra de Franco Murer, en los jardines vaticanos

Viajes de trabajo en el siglo I

También el arqueólogo Ken Dark, en su reciente artículo en la Biblical Archaeology Review, se hace eco de la más que segura posibilidad de que José y Jesús trabajasen en Séforis y en otros pueblos de Galilea. Aunque el hecho de desplazarse hasta ellos, teniendo en cuenta que muchos están a varios días de camino de Nazaret, habría obligado a José a pasar temporadas fuera de casa mientras durase la obra en la que trabajara. Una tesis que aparece en los apócrifos y que asume también el historiador agustino Jesús Álvarez Maestro, en San José. Biografía. Teología. Devoción (ed. Edibesa). Así se explicaría, por ejemplo, la ausencia de José cuando María, embarazada pero seguramente aún no casada, se trasladó a casa de su prima Isabel en Ain Karem, a 150 kilómetros de Nazaret, en la visitación que narra Lucas.

Un lioso linaje de reyes

La vida humilde de José contrasta con su linaje real. Álvarez Maestro explica que Lucas, Mateo y los apócrifos confirman que el santo descendía del rey David, y que por eso tuvo que viajar a Belén con María para empadronarse, siguiendo el Decreto del emperador Augusto, pues esa ciudad fue la cuna del gran monarca de Israel. Aunque sobre los detalles del linaje de José también hay discrepancias: «San Justino cree que era natural de Belén y los apócrifos lo creen nacido en Jerusalén, pero seguramente nació en Nazaret. Según la genealogía de San Mateo, desciende por vía carnal de Jacob, mientras en San Lucas aparece como hijo de Leví», explica Álvarez Maestro. ¿Contradicciones? No necesariamente: «Esta alusión a la génesis del mundo (en Lucas) y a la génesis legal de José (en Mateo) ponen a Cristo en el centro de la historia divina», pues ambos buscan, más que ceñirse a los detalles, explicar que Jesús, gracias a la paternidad de José, «desciende del rey David –prefiguración del Mesías– a quien se le repitieron las promesas de Dios hechas a los padres antiguos».

¿Mayor, anciano o joven?

Otro de los misterios que rodean a José es la edad que tenía cuando se casó con María. «Los apócrifos lo presentan como un hombre mayor (aunque no siempre anciano), viudo y con hijos de un matrimonio anterior. Por eso, hay tanta iconografía que lo retrata en edad avanzada, y se explicaría así que, cuando los evangelios hablan de hermanos de Jesús, podrían ser sus hermanastros, aunque el término significa en realidad parientes», dice García Serrano. Otros autores, como el catedrático de Historia Federico Suárez en su obra José, esposo de María (ed. Rialp), explican que, para enfrentar la polémica maternidad de María, viajar por todos los lugares que narran los evangelios (de Nazaret a Belén, de Belén a Nazaret, de Nazaret a Egipto y de Egipto a Nazaret), trabajando para mantener a su familia y vivir, al menos, hasta los 12 años de Jesús (como cita Lucas), «se requería más un hombre joven, capaz de decisión y esfuerzo, que un anciano». Y aunque García Serrano afirma que «no podemos saber la edad que tenía cuando se casó con María», Álvarez Maestro recuerda que la costumbre judía «era casarse alrededor de los 16 años los chicos, y los 14 las chicas».

Más allá de estas cuestiones, lo central sobre san José sí que ha llegado a nosotros, como explica García Serrano: «Sabemos que él fue el elegido por Dios para cuidar y custodiar a Cristo, y así lo ha entendido la Iglesia desde los primeros cristianos. Aunque en el Evangelio no se citan sus palabras, como era al padre de familia a quien le correspondía decir qué nombre tendrían sus hijos, de forma implícita sabemos que la única palabra segura que pronunció fue Jesús. Y eso indica, como ha sabido ver la Iglesia incluso a través de pronunciamientos de los Papas, que lo central de su vida fue Jesús, el Señor. Él le enseñó a Jesús la oración del Shema (Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas…) como todos los padres judíos hacían con sus hijos, y Jesús repitió aquella oración de adulto, como recogió Marcos en su Evangelio». O lo que, en resumidas cuentas, es lo mismo: a través de su padre, el Hijo descubrió al Padre, y el Padre brindó a sus hijos un camino para llegar a Él.